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Nacionales E.Herria :: 14/05/2017

Prólogo al libro Lenin, Txabi, Argala: sobre la actualidad del V Biltzar (actualizado)

Petri Rekabarren
La burguesía ha dirigido su lucha de clases hasta vencer a esa parte de la izquierda abertzale. Aquí radica la importancia de reeditar ahora este librito

Próximamente Boltxe Liburuak va a reeditar el libro Lenin, Txabi, Argala: sobre la actualidad del V Biltzar, en la nueva edición se añadirán los textos que publicados desde la primera edición la complementan. Un nuevo capítulo lo añadimos como prólogo a la actual edición actualizando el análisis que se planteaba como base en la edición original. Una vez este la impresión de la nueva edición lo publicaremos y os animamos a adquirirlo a través de https://www.boltxe.eus/denda

Hace casi cinco años que se publicó la primera edición del libro, Lenin, Txabi, Argala: sobre la actualidad del V Biltzar, que ahora prologamos en su segunda edición. Debemos releerlo en profundidad y comparar lo que en él se decía de la situación presente.
Sobre todo debemos detenernos con especial atención crítica en los procesos que se exponen en el capítulo 2, «Ofensivas contra el pueblo trabajador vasco», porque en su interior se encuentran buena parte de las razones de la autoderrota política, no militar, de la actual dirección de ETA y la parte de la izquierda abertzale que le engloba.

Veremos que la autoderrota empezó a gestarse durante el tercer ataque y que fue en el cuarto cuando se hizo irreversible. Tras casi cinco años debemos decir que se han agudizado las fuerzas destructoras que caracterizan la cuarta ofensiva; hemos de decir que se han agudizado tanto que una parte de la izquierda abertzale no ha podido aguantar el ataque y ha girado espectacularmente a lo que antes negaba.

No ha sido un giro reformista táctico, parcial, puntual. Ha sido una opción estratégica que intentan justificar mediante una triple vía: presencia parlamentaria, presencia en los movimientos de masas y populares, y presencia en la lucha ideológica. Hablamos de «presencia» y no de acción y menos aún de lucha: EH Bildu está presente en las instituciones y sólo lucha en algunos ayuntamientos, en el resto hace institucionalismo, y no está en absoluto dentro del pueblo trabajador y nada en la clase obrera, en cuanto a la lucha ideológica ¿qué decir que no sea su dependencia del plácido y pacífico interclasismo de Gara-Naiz?

Sortu, por su parte, logra hacer notar su existencia gracias a las versiones que los medios ofrecen de las declaraciones de prensa de algunos de sus dirigentes y a los espacios radiotelevisivos que graciosamente le concede el PNV, apenas nada más. En cuanto al sindicato LAB, acelera su deslizamiento en la cuesta abajo del sindicalismo clásico, más de gestión de compraventa de la fuerza de trabajo funcionarial que de ayudar a la autoorganización del pueblo trabajador en su lucha de clases contra el capital en general y contra la burguesía vasca en particular. El documento oficial a debate para el Congreso de 2017 intenta argumentar ese deslizamiento y concuerda plenamente con las loas al pacifismo que ha hecho la dirección del sindicato a raíz del desarme de ETA. La crisis de Ernai es palpable: una dirección mentalmente envejecida intenta frenar el ascenso de la juventud militante.

¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Cómo ha terminado la versión actual de aquella ETA (V) en una reedición empeorada y a la baja de ETA berri en el contexto actual? Tenemos que releer lo que expusimos hace casi cinco años sobre la cuarta ofensiva contra el pueblo trabajador para saber cómo la burguesía ha dirigido su lucha de clases hasta vencer a esa parte de la izquierda abertzale. Aquí radica la importancia de reeditar ahora este librito que en su tiempo enfureció a quienes ya habían decidido retroceder tanto en la historia.

En el texto que ahora prologamos aparece un párrafo del Zutik 67 de noviembre de 1976:

Desde el V Biltzar, ETA se había propuesto convertirse en una organización vanguardia revolucionaria de la clase obrera y del Pueblo Trabajador Vasco. El camino hasta hoy ha estado plagado de contradicciones y de saltos a derecha e izquierda. Negarlo sería negar toda la historia de nuestras escisiones, negar que la lucha de clases exista y entre de lleno en ETA.

Pero a pesar de ello, hoy podemos decir que ETA se está afirmando como una organización proletaria: ya hoy no podemos ser tratados como «una expresión pequeño-burguesa», «unos activistas minoritarios», etc.
Hoy, con más o menos aciertos, ETA dirige todo el combate hacia el triunfo de la Revolución Socialista, hacia el triunfo del Poder Popular que acabe con la opresión nacional y la explotación capitalista.

La primera parte es cierta entonces y ahora: la lucha de clases también se libra dentro de las organizaciones de izquierda porque en ellas chocan tesis políticas diferentes que llegan a oponerse y, por fin, entran en contradicción irresoluble, momento en el que se producen las escisiones. La segunda parta, el segundo párrafo, confirma la autoderrota, como veremos. Lo que ha sucedido en la izquierda abertzale es que la burguesía ha mejorado su lucha de clases durante esta cuarta ofensiva mientras no lo ha hecho ese sector de la izquierda abertzale; al contrario, ha retrocedido a tesis reformistas duras que podían camuflarse todavía a comienzos del siglo XXI pero que ahora aparecen como son: un respiro para la burguesía vasca.

La lucha de clases en el plano de estrategias políticas dentro de la izquierda abertzale responde a la complejidad de un proceso de liberación nacional en el que, por razones sociales e históricas, tiene bastante fuerza la ideología pequeño-burguesa que aunque aparente ser radical en algunas reivindicaciones, estas no afectan a la propiedad privada. No hace falta ser un pequeño empresario con un bar o tiendecita que explota a una trabajadora o a diez para tener ideología pequeño-burguesa. Sectores obreros y trabajadores en general con salarios relativamente menos injustos son muy propensos a estar infectados por esa ideología, que, no lo olvidemos, forma parte de la ideología burguesa dominante.

En la mitad de la década de 1970 la severa crisis del capitalismo español –diferente a la actual pero muy dura en aquella época– facilitaba que la ideología pequeño-burguesa estuviera en segunda fila aunque agazapada. La tercera ofensiva burguesa contra el pueblo trabajador se inició con la llegada del PSOE al gobierno de Madrid y tuvo cinco ejes fundamentales: acabar con la clase obrera industrial, aplicar el Plan Zen, implicar totalmente al PNV en la represión, aplicar los recortes a la autonomía y a la foralidad impuestos por el tejerazo de 1981 y, por último, integrar incondicionalmente al Estado en la OTAN y en la CEE.

El devastador ataque empezó a debilitar el núcleo duro del pueblo trabajador vasco que había dirigido y soportado el peso de la lucha antifranquista, que había dado forma y contenido a la V Asamblea y que era la raíz del movimiento popular y obrero en todas sus expresiones: la clase obrera industrial del hierro. La fase de la lucha de clases centrada en la «cultura del hierro», de la gran fábrica y del astillero y de sus empresas adyacentes, empezó a olvidarse, proceso facilitado por la guerra sucia y las represiones, por la deriva reformista del eurocomunismo y por el efecto disolvente del posmodernismo y otras modas ideológicas aupadas al calor de la implosión de la URSS. Pero la izquierda abertzale resistió e incluso obtuvo grandes victorias.

El cuarto ataque empezó en la segunda mitad de los años noventa, con el PP en el gobierno de Madrid y con sus medidas ultraneoliberales y ultrarrepresivas: apoyándose en un pueblo trabajador debilitado estructuralmente en su núcleo central, la clase obrera industrial, y con unos objetivos centrales que pasaban por romper la identidad colectiva del pueblo individualizando las relaciones sociales, de modo que pierdan visos de realidad los conceptos básicos de la teoría marxista y por tanto de la lucha de clases. Esta ofensiva tuvo a su favor que en todo el capitalismo imperialista se vivía la extinción del eurocomunismo, el declive socialdemócrata, el debilitamiento sindical, etc., bajo presiones autoritarias crecientes en un contexto de recortes de derechos y libertades. Eran tiempos propicios para que la casta intelectual y universitaria fuera aplaudida por sus servicios al sistema. La lucha de clases reflejaba un cambio de sentido: la burguesía tomaba la iniciativa.

Las medidas ultraneoliberales del PP, que también se tomaron a escala mundial, generaron una recuperación económica ficticia aunque aparente, lo que unido a las represiones y a los cambios sociales en la composición del pueblo trabajador hizo que fuera cambiando la composición clasista de determinadas direcciones de la izquierda abertzale, perdiendo peso el componente trabajador y obrero anterior, frente al ascenso de personas con ideología interclasista, que apenas habían sufrido la explotación de clase y las disciplinas del salario, bastantes de las cuales provenían de las «clases medias», familias trabajadoras con salarios altos que habían acumulado algunos remanentes, de franjas sociales de autónomos y «profesionales liberales», y de la pequeña burguesía.

No debe sorprendernos este desplazamiento de las direcciones populares y obreras por las direcciones interclasistas, ya que es muy frecuente en las situaciones en las que se conjugan al menos cuatro dinámicas: retroceso de la lucha obrera y popular unido al ascenso de la ideología burguesa, represión sistemática de las organizaciones revolucionarias, existencia de una amplia base de cuadros acostumbrados a la acción institucional y existencia de una casta universitaria con ganas de integrarse en el sistema desde posturas solo progresistas. Las dos primeras las hemos sufrido y seguimos sufriendo.

La tercera, es la formada por cientos de cuadros abertzales que han militado y militan en ayuntamientos, diputaciones, gobiernos regionales e instituciones varias durante varias décadas en muy duras condiciones políticas, sin echarse para atrás y sin ser absorbidos por el agujero negro de la corrupción. La historia confirma el poder de integración del institucionalismo en su rutina diaria, sobre todo cuando los cuadros que querían combatirla desde dentro van desligándose de las luchas obreras y populares, de los movimientos, de la calle en suma. El panorama se agrava conforme esos cuadros dejan de recibir formación teórica que les explique qué está sucediendo, por qué y cómo revertir la situación.

Y no la reciben por varias razones, siendo la represión una de ellas pero no la única, porque otra es que las nuevas direcciones ya no asumen la necesidad de la teoría socialista, de la lucha de clases, con la misma intensidad que las anteriores, relajando la formación teórico-política hasta abandonarla. La oleada de ilegalizaciones y sobre todo la del aparato institucional desde 2003 empeora la situación. Como hemos dicho, entre 1997 y 2007 existe una recuperación engañosa que oculta el endeudamiento del pueblo trabajador y el empobrecimiento creciente de franjas suyas: desde 2007 y sobre todo desde 2009–2010 esa malvivencia empeorada será ya inocultable, entre otras cosas gracias a la lucha de clases y a las huelgas generales realizadas.

Pero ya es tarde para revertir la dinámica reformista en un sector del abertzalismo porque, además, desde esta época va cogiendo fuerza la casta intelectual vivencialmente distanciada del socialismo, cuando no enfrentada a la lucha de clases en cuanto tal. La nueva dirección de Gara juega un papel clave en el debilitamiento de la conciencia nacional de clase en franjas militantes superadas por los cambios que nadie les explica. Lo hace divulgando con todos sus medios la ideología interclasista y un pro imperialismo descarado, mientras cierra sus espacios a los movimientos populares, a la lucha de clases, a los debates teóricos, y da un paso cualitativo: permitir la descalificación y el insulto contra quienes no claudican.

Se equivocan quienes por interés o por ignorancia reducen el problema a la cuestión del desarme y de la disolución de ETA. Son los reformistas los que más insisten en esta visión falsa, como si se tratase solo de dejar las armas y abrazar la paz del opresor. Por el contrario, desde siempre se ha entendido la lucha armada como lucha táctica supeditada a una estrategia que puede emplearla o no según los contextos y las coyunturas. La teoría marxista de la violencia revolucionaria siempre ha defendido como principio estratégico que la violencia es la partera de la nueva sociedad, y que la clase trabajadora debe prepararse para ese momento, pero siempre ha sostenido que las formas concretas en cada circunstancia deben ser pensadas tácticamente por los pueblos en lucha, siendo ellos los que decidan cómo, cuándo, etc.

La casta intelectual y sectores de la dirección abertzale decididos a aceptar el orden capitalista porque lo asumen ideológicamente, tenían y tienen que negar la teoría marxista, y en lo que ahora nos concierne, la de la organización de vanguardia y la de la violencia. Es aquí donde está la contradicción irresoluble: en el choque entre la estrategia y la organización revolucionaria correspondiente y la estrategia reformista y la forma organizativa que le corresponde. La teoría de la violencia como partera de la historia o como defensora última de la opresión se relaciona directamente con la de las estrategias y la de las organizaciones adecuadas para conquistar la libertad o mantener la injusticia, ya sea en el marxismo como en cualquier teoría política desde Sun Tzu y Herodoto hasta ahora; pero la cuestión de las formas tácticas de violencia revolucionaria o reaccionaria, las que fueren en cada espacio-tiempo, es secundaria y supeditada siempre a lo que se decida en las anteriores.

Lo que se denomina «historia de la teoría política» reconoce esto desde siempre y es esto precisamente lo que niegan los reformistas abertzales para quedarse solo con lo que ellos llaman el «cese de la violencia» y la «llegada de la paz». Los supuestos «debates» habidos han sido organizados para impedir los temas críticos: revolución o reforma, imponiendo la segunda opción y su forma organizativa burocrática y vertical. Un ejemplo especialmente doloroso lo tenemos en todo lo relacionado con la Amnistía.

Pues bien, el libro que prologamos adelantaba hace casi cinco años las tendencias sociales profundas que facilitaban el giro reformista y revalorizaban la importancia clave de la estrategia revolucionaria y de la forma organizativa que le es inherente, como fuerza material dedicada a evitar que la burguesía desarrollara su lucha de clases. Resumiendo mucho, si ha dejado de ser verdad lo que dice el segundo párrafo de la cita arriba presentada, si ETA y una parte del abertzalismo han desaparecido como fuerzas revolucionarias, ha sido porque han retrocedido a reformismos caducos en vez de avanzar en la readecuación de las lecciones de la V Asamblea a las brutales condiciones de explotación de la larga fase capitalista que ya se ha impuesto.

No es la primera vez, ni será la última, en la que suceden involuciones reformistas de este calibre. La solución no es otra que actualizar siempre nuestra praxis dentro de la lucha de clases tal cual se libra dentro y fuera.

Petri Rekabarren

 

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