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Nacionales E.Herria :: 22/11/2013

Tortura y periodismo

Xabier Makazaga
La gran mayoría de la sociedad española, «no quiere saber nada de la tortura. Porque le viene muy bien no saber nada de la tortura». ¿Hasta cuándo?

José Antonio Sáenz de Santa María, el general de bien poblado bigote y cara de muy mala leche que fue Director General de la Guardia Civil, declaró en 1995 que «un terrorista muerto da satisfacción. Un terrorista vivo, y detenido, da información». Entonces me acordé de que, en tres ocasiones en las que la Guardia Civil localizó en aquella época a comandos de tres militantes liberados de ETA (Hernani 1984, Irun 1989 y Barcelona 1991), mató a dos de ellos y dejó vivo al tercero para torturarlo. Los tres que después sufrieron durísimas torturas acaban de quedar en libertad tras derogar el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo la doctrina Parot: Garratz, Paterra y Juanjo Zubieta.
Al parecer, para la Guardia Civil era la manera más eficaz de combinar satisfacción e información, porque, a la hora de lograr el segundo objetivo, les bastaba con dejar vivo a uno de los liberados. El primer eslabón con el que iniciar la habitual cadena de torturas que se traducía en una amplia redada. Se dice que «piensa mal y acertarás», y viendo los antecedentes del general, la verdad es que tenía sobrados motivos para pensar mal.

Saénz de Santa María, que se alistó voluntario con 16 años en el ejército franquista nada más estallar la sublevación del 18 de julio de 1936, sabía perfectamente cuál era el nervio de la guerra, la información. Y tenía una muy larga experiencia sobre cómo conseguirla; sobre todo, porque desde 1949 coordinó la implacable represión contra la guerrilla antifranquista. Consiguió aniquilarla y siempre adjudicó su éxito a la información que, al final de su vida, pretendió lograba gracias al uso con los detenidos del pentotal, una conocida droga.

Así lo contó el periodista Diego Carcedo en la biografía autorizada que escribió sobre Saénz de Santa María, donde puso en boca de un médico de aquella época la siguiente frase: «Los americanos le llaman el suero de la verdad. Está revolucionando las técnicas de investigación criminal. Se lo inyectas a un detenido y canta ópera, vaya si canta».

Ahora bien, la CIA experimentó, y mucho, con el uso del pentotal y otras drogas en los interrogatorios, pero obtuvo resultados decepcionantes. Comprobó que no existía, ni por asomo, el «suero de la verdad» que esperaban hiciera hablar sin más a los detenidos, y que otros métodos de tortura eran mucho más eficaces.
Por lo tanto, que no nos cuente milongas el general Sáenz de Santa María, en la pluma de Diego Carcedo, para justificar que sus detenidos «cantaran ópera». Es más que evidente el tratamiento infame que recibían no sólo los guerrilleros sino todos quienes pudiesen saber algo sobre ellos: enlaces, quienes les suministraban alimentos, familiares…

Es incontestable que, para aniquilar a la guerrilla, Saénz de Santa María se sirvió de las más abyectas torturas y por eso es en verdad indignante que Diego Carcedo se prestara a tratar de ocultar cómo obtenían los franquistas la información, escribiendo extractos como éste sobre el supuesto uso del pentotal en aquellos años:

«–Esto es cojonudo –comentó Sáenz de Santa María- Nada me alegrará más que acabar con las torturas.»

Y empezaron a utilizarlo. Detenían a enlaces, los llevaban al hospital con la disculpa de hacerles un reconocimiento reglamentario, les inyectaban el pentotal bajo la vigilancia del médico, y un policía la mar de afable aprovechaba el efecto de la droga para ir sacando las informaciones más comprometidas. La conversación, muy cordial y relajada, se grababa en un viejo magnetófono sin que el detenido se diese cuenta, y algunos fragmentos se mostraban luego a otros detenidos a quienes se les hacía creer que la persona en quien confiaban era un chivato y les había delatado. Luego se le practicaba el interrogatorio normal, en el que no solían contar nada comprometedor.

La ola de delaciones y de declaraciones inculpatorias que se desató gracias al pentotal enseguida trasladó a la guerrilla un ambiente de desconfianza, intranquilidad y deseos de venganza que contribuyó, y mucho, a precipitar su final.

Así escondió Sáenz de Santa María los infames métodos de tortura que utilizaban, sirviéndose para ello de la pluma de un periodista de prestigio como Diego Carcedo. Y así han seguido haciéndolo los torturadores que le han sucedido, con la preciosa ayuda, entre otras muchas, de una corte de periodistas que ha preferido siempre creer lo increible. O lo que es mucho peor, han cobrado por ello dinero contante y sonante, como denuncié ya en un artículo.

No parece ser el caso de Carcedo, pero lo que sí han hecho él y otros muchos periodistas es evitar a toda costa responder a esta sencilla pregunta: ¿Por qué los militantes vascos en manos de la Guardia Civil «cantan ópera», como los guerrilleros antifranquistas, y en cambio no abren la boca ante la Policía francesa?

Cuando los media han remarcado una y otra vez, por un lado, las detalladas cantadas de esos militantes en España, y por otro, su «mutismo habitual» en Francia, se han cuidado muy mucho de relacionar ambos tipos de noticias. Y los mencionados periodistas han evitado siempre hablar de ese contraste tan llamativo como esclarecedor, del mismo modo que han evitado hablar de lo que ha dicho hace bien poco sobre la tortura quien fuera también Director General de la Guardia Civil, y famoso corrupto, Luís Roldán.

Ya lo denunció bien claro el añorado periodista Javier Ortiz: la gran mayoría de la sociedad española, «no quiere saber nada de la tortura. Porque le viene muy bien no saber nada de la tortura». ¿Hasta cuándo?

Xabier Makazaga, investigador del Terrorismo de Estado
21 de noviembre de 2013

 

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