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Nacionales E.Herria :: 20/10/2013

¿Por qué los obreros tienen patria?

Josemari Lorenzo Espinosa
El odio y la desconfianza de los obreros al Estado es defensiva, sabe por experiencia propia y ajena que el Estado está a favor de los intereses de la clase dominante

Este texto forma parte de un libro ( “El corazón en un puño” ) de próxima aparición.

No es difícil odiar al Estado. Tampoco lo es confundirlo con la nación. Es un error muy común y a veces interesado, que el propio Estado se encarga de fomentar lo mas posible, como una de sus justificaciones. El obrero consciente odia al Estado. Desconfía de él. No lo siente como suyo, ni próximo. Nunca le pide ayuda. El odio y la desconfianza de los obreros al Estado es defensiva, sabe por experiencia propia y ajena que el Estado está a favor de los intereses de la clase dominante. El Estado niega este hecho, y lo oculta celosamente. Pero en cualquier Estado es la garantía del sistema. Y en nuestro caso, todos los Estados son estados capitalistas y tratan de asegurar la continuidad de este sistema injusto, caótico y depredador. Y por lo mismo, son responsables delegados de tan catastrófico modelo que, sobre todo, padecen los obreros. Este asunto, el obrero consciente lo tiene bastante bien resuelto. Y sabe, mas o menos, cómo enfrentarse a él. Pero las cosas se le complican cuando al mismo tiempo, junto al problema social hay un problema nacional. Y los obreros nacionales oprimidos, reivindican a la vez la posibilidad de constituirse en Estado “libre”. Y además, entre los reivindicantes figuran algunos capitalistas responsables de la maldad intrínseca del Estado, en si.

Hoy es difícil que este asunto ocupe demasiado a los trabajadores. Hay otras muchas cosas que requieren su atención y no falta, entre ellos, quien da la razón a los Estados dominantes cuando dicen que no es el momento de “separatismos”, de “nacionalismos”, ni de “naciones”…Que ahora hay que arreglar las cosas de la economía, del paro, de la subsistencia etc. Es un argumento tan falaz, como la mayoría de los que utilizan los representantes del Estado y quienes lo defienden. En el caso español, la falacia se descubre abiertamente cuando los nacionalistas españoles patalean contra la “insolidaridad nacional” vasca o catalana, pero a su vez rechazan como pérdida de soberanía hispana, las directivas europeas a cuya obediencia han accedido voluntariamente.

En todo caso este es un asunto que nunca ha dejado de estar latente en los movimientos nacionalistas, en las “naciones sin Estado” que vienen reclamando, no ahora en plena crisis sino desde siempre, la independencia nacional de sus pueblos, trabajadores incluidos. En el caso vasco mas reciente, esta preocupación se documenta ya en los años sesenta, en el seno de ETA y sobre todo en los debates y acuerdos de su V Asamblea (1967-68). En la que se discutió sobre el papel de obreros y burgueses, en la liberación nacional. Aquella asamblea, teniendo en cuenta la situación, pasó desapercibida para una mayoría. Pero poco después (1970) el juicio de Burgos, contra la cúpula de la organización, supuso la presentación en público de los primeros datos conocidos sobre ella. Entonces se asoció por primera vez nacionalismo vasco y socialismo,. Y pudo oirse, a alguno de los acusados, confesiones de marxismo-leninismo. Un tiempo después (1974) Iztueta y Apalategi publicaban en el exilio su obra “El marxismo y la cuestión nacional vasca”, en la que hacen un repaso al marxismo vasco en relación con la cuestión nacional. En 1976, y ya en el “interior”, sería Beltza quien escribiera “Nacionalismo vasco y clases sociales”. Y, desde entonces han sido innumerables las obras y los autores que se ha preocupado por esta cuestión, no siempre resuelta del todo.

Los obreros nacen, trabajan y mueren en una clase social…Salvo los que logran desclasarse, que son una minoría.Y esto es un definición social. Pero también nacen, viven y mueren en un lugar, en una patria, en una tierra. Y esto no es solo una definición nacional. Es también una definición social, por ser una identidad humana. Tan existencial y tan adquirida como la otra. Los obreros hablan el lenguaje de las manos, de las máquinas, del hierro y el cemento, del sudor, del salario, de la reivindicación, de la lucha, de la injusticia y de la conciencia de clase. Pero también hablan en una lengua, en una cultura y tienen conciencia de un lugar, donde han nacido, o al que han venido. Un lugar al que no necesitan amar con locura, ni escribirle poemas. Pero un lugar que es el suyo. A veces pensamos, y decimos, que los obreros solo poseen su prole y su fuerza de trabajo. Yo creo que también poseen la tierra en la que nacen. Salvo que se la quiten, como las otras cosas. Un lugar mejor o peor, pero al que quieren o terminan cogiéndole cariño, por una de esas extrañas pirueta sentimentales que tienen los seres vivos, que aunque sean racionales también tienen sentimientos.

Los obreros nacen, viven y quieren seguir viviendo, en un sitio y ver cómo nacen y viven, sus hijos o los de sus compañeros. A ser posible en el mismo sitio…No quieren emigrar, ni que se les imponga nada extranjero, por mejor que sea. Porque a veces lo mejor es enemigo de lo bueno. Y ellos tampoco quieren imponer nada a nadie. Nada que los demás no escojan libremente. Los obreros, como los demás, no tienen nada innato, porque nadie lo tiene. La conciencia de clase, lo mismo que la conciencia nacional, es algo adquirido. Ambos se deben a un proceso de aculturación. Y se adquieren por medio de la educación, la observación, la reflexión, las lecturas…y, sobre todo, por los sentidos y los sentimientos. Es decir por la experiencia propia…O por los padecimientos ajenos, como pudo ser el caso de Argala, entre otros. Los seres humanos adquieren así un cierto sentido de la necesidad de y justicia social y colectiva.

Los obreros, como es natural, prefieren hablar la lengua materna, disfrutar del paisaje materno y de las calles de sus pueblos. Les gusta viajar libremente y conocer otros sitios y otras gentes. Pero no les gusta emigrar. Tampoco quieren exiliarse. No quieren que la pobreza o la persecución política les lleven de un sitio a otro. Salvo si pueden elegir libremente y su espíritu libremente les lleva a otros sitios, los obreros prefieren el sedentarismo social y existencial. Los obreros también son solidarios y esto también es un sentimiento, que incluye disposición al sacrificio por los demá y comprensión de los problemas ajenos. Y eso también está incluido en la pertenencia a una clase. El obrero consciente no tienen desarrollado el perverso instinto de la propiedad burguesa, el deseo de apoderamiento privado de los medios de producción y de explotación fraudulenta de sus semejantes. En su formación social como proletarios, han adquirido una conciencia colectiva, en el seno de la clase donde han nacido. Y un madurado sentido de la justicia, que no está degenerado por el virus de codicia del capitalismo. Creen que “cada uno debe dar según su capacidad y recibir según su necesidad”. Abominan del malsano instinto de apoderarse de las cosas de los demás. Es decir, el núcleo donde se esconde el móvil de la dominación y la opresión nacional. Y, no se si lo dijo Lenin o debió decirlo, pero los obreros además de la obligación y la conciencia de luchar contra el capitalismo, tienen un instinto de lucha contra la injusticia en general, contra el poderoso y el opresor, en favor y por la causa del oprimido, sea social o nacional. Los obreros están al lado de los débiles, de los que han perdido todas las guerras. Y de los que no tienen mas que perder que sus cadenas, o sus patrias, sus lugares de nacimiento y residencias. Su tierra.

La conciencia nacional tiene factores parecidos. Tiene un sentimiento original de “pertenencia a”. Tiene elementos naturales de solidaridad coléctiva, étnica y conciencia de grupo. Luego todo depende del marco social o de clase, en que se desarrollen estos sentimientos. La conciencia nacional surge, como la social, como reacción defensiva a una opresión. Por eso el obrero consciente se convierte fácilmente en sujeto de conciencia nacional, cuando comprende y siente los factores de solidaridad. Y cuando racionaliza todo esto, con la explicación leninista del “imperialismo como fase superior del capitalismo”. Porque la posibilidad de que haya un nacionalismo revolucionario de izquierda, con un fuerte componente obrero, es precisamente en la fase imperialista del capitalismo. No antes.

Es posible que todo esto no sea mas que la idealización, de un prototipo del “buen obrero”. No mas real ni mas falso, que otros perfiles que se hacen del “buen burgués”, del “buen salvaje” etc, Algunos dirán que esto pertenece mas al terreno de lo sentimental, al de una lírica emotiva, que al de la razón. Sin duda, puede ser así, pero también puede ser fruto de un sentimiento razonado. Y, sobre todo, humano y por lo mismo complejo. Pero no incomprensible. Ni inexplicable. Tan humano como la conciencia y la pertenencia de clase. Los obreros toman muy pronto, conciencia de su situación social, de su explotación de clase por otra clase que, aunque habla el mismo idioma, ha nacido y vive en el mismo sitio, es una clase distinta. Es la burguesía, la patronal, el empresariado, que da las órdenes, toma las decisiones políticas, sociales y económicas. Da y quita el trabajo, congela o regatea el salario, el precio de las cosas y convierte a las personas en mercancías, con su fecha de caducidad incluída. Y muchas veces este burgués, engañosamente, enarbola la bandera de la independencia nacional. La misma que pertenece al obrero tanto como le pertenece su plusvalía del Trabajo, que usurpa el mismo burgués nacionalista. Que habla su misma lengua y dice que tiene la misma bandera.

El primer amor natural del obrero es para la patria. La primera enemistad, el primer odio, es el burgués. El primero se aprende en la escuela, en la familia. El segundo en el trabajo, en la experiencia de la fábrica, la oficina, la empresa, sobre todo a fin de mes con el salario que simboliza la apropiación de plusvalía. El primero termina siendo etéreo, difuso, interesadamente manipulado…El segundo cada vez se hace mas real, mas palpable, menos soportable. Entonces surgen las grandes preguntas: la noción de patria, la conciencia nacional…¿es una sublimación de nuestros sentimientos mas primarios? ¿Es un engaño burgués?¿ Es simplemente la proyección mercantil de los intereses de una clase, en la fase de ascenso del capitalismo imperialista?. ¿Es una mistificación interesada de una fase de desarrollo de la explotación humana?. ¿O es una realidad objetiva, al margen de los sistemas o modos de producción, de sus fases o intereses?

Los nacionalismos históricos mas madurados, los del siglo XIX y XX, nacen no solo por el interés de la burguesía en disponer de un territorio propio, un mercado cerrado controlado por un Estado que proteja sus intereses de clase. Surgen también entre las clases campesinas y trabajadoras, ante la presencia de los ejércitos invasores, como defensa natural de tierras, vidas y familias. También de la cultura y la lengua propias. Napoleón y su imperio, que traicionan los principios liberales o antiimperialistas de la Revolución, y que transforman el derecho de defensa en derecho de agresión. Para construir un cinturón sanitario en torno a Francia, provocan las primeras reacciones nacionales, en Alemania, Italia, España… Los liberales de Cádiz (1812) encuentran ayuda en la interesada Inglaterra, pero también en los campesinos y clases urbanas antifrancesas. Ante el vacío de poder, por la caída de los monarcas del Antiguo Régimen, surge el concepto de nación, con el que la burguesía (interesada o sincera) abre un banderín de enganche para todos. “La nación somos todos”. En Valmy, en plena batalla contra las tropas del absolutismo, un oficial condensa toda la ideología burguesa antifeudal y grita “¡Viva la nación¡, arengando a los soldados de origen obrero. Desde entonces la nación es la falsa suma de todos los ciudadanos. Hasta que los obreros y su “propia” revolución la desenmascaran.

El concepto de nación nace con el desarrollo de la burguesía, y su toma del poder. En el mismo momento en que hay un vacío político por la caída del régimen patrimonial del absolutismo feudal. Pero también nace, como algo atractivo para las capas populares, que empiezan a sentirse participantes en su propia historia. Los baserritarras y los trabajadores de las ciudades vascas, después de la abolición de los Fueros, reaccionaron con indignación por la imposición de nuevas contribuciones, por la obligación de servicio militar. No era un matxinada mas, una jacquerie campesina, una protesta de consumidores ante ingerencias españolas. Era ya definitivamente la rebelión contra la ocupación de las tropas, las leyes, la cultura española. Entretanto las clases medias urbanas veían amenazado su estatus social y aplastada su cultura, su lengua, su manera de ser, de pensar, de decidir. El pueblo vasco atravesaría un breve limbo político, una fase de indefinición y de búsqueda, antes de que alguien (1882) descubriera que detrás de todo aquello había una nación escondida, impedida. Una soberanía milenaria, que había sido abolida por las bayonetas centralistas. Poco después (1892) alguien “descubría” también, en el padecimiento social, que una clase obrera, compuesta por vascos y emigrantes, estaba siendo brutalmente explotada en las minas y fábricas vizcaínas, muy cerca del “descubrimiento” nacional. Casi un paralelismo perfecto en su nacimiento.

La reacción popular contra los abusos extranjeros no solo es instintiva, emocional…Es también racional y sobre todo necesaria, por la negación que los ocupantes hacen de los derechos de los ocupados, derechos culturales pero también materiales, económicos. El asfixiante imperio británico, sus impuestos, sus monopolios y sus cuerpos expedicionarios armados, provocaron la lucha independentista en las trece colonias de America. El depredador imperio español, portugués y holandés, esquilmaron la riqueza indígena y ahogaron la economía criolla en el nuevo continente, en Asia o en Oceanía, cosechando la respuesta nacional en los territorios coloniales. Las guerras carlistas y la invasión militar española fueron el germen del nacionalismo vasco, en contra de su propia burguesía aliada al poder central. El ascenso del nacionalismo popular, mezcla de intereses pequeñoburgueses y obreros, no solo sirvió para expulsar a los ocupantes en el siglo XIX, sirve para crear una conciencia nacional autónoma en cada país. A pesar de que los obreros crean que no tienen patria.

Sirve también para que en el XX, el movimiento socialista y los nuevos comunistas de la Tercera Internacional, se pregunten…¿qué hacer? Lenin responderá, con el sentido práctico y estratégico, que le caracterizaba. Los obreros deben ayudar a los movimientos de liberación nacional, en la fase imperialista del capitalismo. Su lucha y el internacionalismo proletario, sirven para desgastar y debilitar al capitalismo en todos los frentes nacionales e internacionales. Si los países ocupados del tercer mundo alcanzan su independencia y dejan de suministrar materia primas y mano de obra barata al imperialismo europeo, el capitalismo estará mas cerca de su final. Pero esta “bienintencionada” voluntad en favor de los movimientos de liberación en todo el mundo, no deja de ser una estrategia interesada y quizá correcta, para el deseable triunfo de la revolución socialista mundial, pero al mismo tiempo deja sin efecto muchos casos nacionales. Y sin respuesta alguna de la principales preguntas.

Pueden o deben los obreros en todo momento y aunque no contribuyan con ello a la revolución mundial, olvidarse de sus intereses de clase…? Aparcar coyunturalmente, sus reivindicaciones, sus huelgas, sus prioridades de clase y dedicar sus esfuerzos y su lucha, a la liberación nacional? Pueden hacer esto, aún a expensas de liberar también al capitalismo nacional y seguir siendo explotados por este?. Qué ganan los obreros con esto de la independencia? Qué pierden? ..O qué ganan con la situación de dependencia, cuando esta se mantiene por interés de otra burguesía?. Mao llega a decir algo, difícil de entender, difìcil de explicar, y mucho mas de aplicar, en cualquier caso: “En un país ocupado, la lucha de clases adquiere forma de lucha nacional”. ..No quiero ni imaginar lo que hubiera pensado aquel obrero de Reus si le hubiera contestado esto, que de tanto usarlo uno no sabe ya si es un tópico, un dogma o una “verdad” como una pagoda. Algo que algunos han convertido en escusa del capitalismo, para tomar respiro y aplazar “la lucha final”. Mao hablaba de la experiencia de su país, donde se realizó una alianza coyuntural entre el Partido Comunista chino y los nacionalistas de derecha, para expulsar a los japoneses. Una alianza que terminó en guerra civil y la propia expulsión de los nacionalistas burgueses a Taiwan. Funcionó también en Argelia, en la guerra de independencia de los años 50, con el FLN contra los franceses. Y en Vietnam, en los sesenta, contra los americanos. Y, desde luego, se ha intentado en distintos países sudamericanos, con mas o menos éxito. Y en Africa subsahariana, en Irlanda, en Indonesia, o en las colonias portuguesas de Angola, Mozambique etc.etc. Esto sin olvidar la participación épica de los comunistas europeos en los frentes antifascistas y en las guerrillas, partisanos y maquis contra los nazis, en Yugoslavia, Grecia, Italia o Francia, buscando alianzas antifascistas en guerra de auténtica liberación nacional. Cuando la URSS fue atacada por las tropas alemanas, en el verano de 1941, la reacción de la URSS fue nacional. No podía ser de otro modo. La agresión nazi no solo era un intento de aniquilar la experiencia socialista de 1917, era también la ocupación armada del territorio por tropas extranjeras. La historia soviética llama a la segunda guerra mundial, la Gran Guerra Patria. El Estado soviético movilizó a sus ciudadanas en la defensa nacional, y llamó a las capas populares a defender el socialismo y el territorio nacional. En cualquier caso, “el socialismo en un solo país” era también una concepción nacional del socialismo. Por muy estratégica que fuese su intención real.

Hay sin duda en la historia, una larga secuencia de luchas obreras contra las invasiones. Y no sabemos si todas ellas sirven para justificar el empeño. Si está suficientement explicado el interés obrero en las guerras nacionales. Merecieron la pena, las muertes, las deportaciones, los sufrimientos de los obreros en aquellas guerras contra los invasores?. Qué tenían que ganar? Qué perdían los obreros con la ocupación nazi, o francesa, o americana, o británica…? Qué pierden los obreros vascos y catalanes, los andaluces, gallegos, canarios…con la ocupación y la dependencia de España?. Pueden los obreros escudarse en su conciencia de clase, en sus reivindicaciones económicas y olvidar lo que está sucediendo en sus países, o en los vecinos, con las reclamaciones populares nacionales?.. Acaso se pueden disociar tajantemente ambas cuestiones. La doble opresión nacional y social, de la que hablaba Eli Gallastegi ya en los años veinte del siglo pasado. Contra la que lucharon los mendigoizales o ANV en los años treinta. Contra la que se fundó ETA, a finales de los cincuenta.

Txabi: conciencia de clase nacional

El invierno de 1966-67 los hermanos Etxebarrieta trabajaron en un texto que mas tarde presentarán en la V Asamblea y que se conoce con el nombre de “Ideología de Y”. Para su elaboración, los autores contaban con un primer informe llamado “Informe verde” (por el color de las hojas en que estaba escrito), redactado en Bruselas en el verano del 66, por un grupo de exiliados (Krutwig, Madariaga, Txato Agirre, Mikel Azurmendi, Xabier Bareño, Bilbao Barrena y Jose M. Eskubi). El Informe fue elaborado en una fase de ETA en la que pasaría de “la acción por la acción” a “la acción por la ideología”. El Informe verde analizaba cuestiones y conceptos, hasta entonces inéditos en el nacionalismo vasco: izquierdismo, obrerismo, conciencia de clase, inmigrantes, internacionalismo proletario, revolución vasca…Pero que preocupaban mucho a aquella generación de nacionalistas de postguerra. El informe hablaba de los emigrantes como “objetivamente instrumentos directos de la opresión española, herramienta del genocidio”. Pero les consideraba con capacidad “para sumarse a nuestra revolución” y esperaba que lo hicieran gracias a la toma de conciencia de clase y comprensión de la revolución vasca, que “sustituya a su actual conciencia de emigrantes”.

Uno de los apartados fundamentales del informe fue el relativo a “revolución vasca”, que se entendía como: “El proceso que debe realizar el cambio radical de las estructuras político-socio-económicas por medio de una estrategia justa.” Teniendo en cuenta “que no basta una conciencia nacional, es necesaria una conciencia de clase nacional, puesto que sufrimos tanto las estructura capitalistas como las imperialistas”. Esta idea, que sería fundamental en ETA y por extensión en el movimiento nacionalista de izquierda, desde la V Asamblea, significaba en el pensamiento de los autores que un frente nacional a secas, una alianza interclasista vasca es insuficiente. Que también lo es un frente a-nacional, o que dejara sin atender la cuestión nacional tan arraigada entre los vascos. Es decir, un frente obrero a secas, que terminaría siendo antivasco. Por lo tanto lo necesario era un frente de clase nacional. Probablemente fueron los Etxebarrieta quienes acuñaron este concepto. O tal vez fue Zalbide. Sabemos también que Eskubi lo rechazaba. Pero, con mas o menos matices, esta era la interpretación que hacían aquellos revolucionarios vascos, de las alianzas de clase de la época.

Este texto y estas ideas pasaron por la elaboración de los hermanos Etxebarrieta y se plasmaron en el documento llamado “Ideología de Y” leído y aprobado en la asamblea. ETA se presenta como movimiento socialista vasco de liberación nacional, que adopta el nacionalismo revolucionario, como método, identificándolo como la lucha nacional del pueblo vasco. Pueblo es la parte oprimida de esta comunidad nacional, pero también “el conjunto de la nación vasca con respecto a los estados opresores”. Estados que están al servicio de las oligarquías económicas, de las que también forma parte la de origen vasco, que es “objetivamente extranjera y opresora”.

En este texto aparece por primera vez el concepto “pueblo trabajador vasco”. En el que a la condición de clase (trabajador) se añade la condición nacional, con toda la intención. Este concepto, utilizado sobre todo por Txabi, era nuevo en la literatura política vasca y lo desarrolló en otras publicaciones, como el Zutik 44. Para Txabi, pueblo trabajador vasco es el sujeto de la revolución vasca, en una situación en la que si “Euskadi está oprimido por España y Francia, la “nación” obrera está oprimida por la nación burguesa”. Y, en esta situación, se crea, surge y se desarrolla “un proletariado vasco, con conciencia nacional de clase”. Txabi afirma: “No nos interesa la independencia a secas”. No nos interesa la independencia-nación, para seguir sometidos a la dictadura social y económica de la burguesía, venga esta de donde venga.

En el Zutik, 46 de 1968, Txabi Etxebarrieta simboliza esta posición tratando de reunir dos fechas: la del Aberri Eguna y la del Primero de Mayo. Defiende la necesidad de fundir ambas, porque no puede haber contradicción entre patriotismo e internacionalismo. Txabi está convencido de que el nacionalismo que defiende ETA significa “patriotismo, libertad, independencia…” Y por esto, “al ser abertzales, aparecemos como internacionalistas (…) en cuanto que combatimos contra la opresión y laboramos en pro de la existencia vasca luchamos, por ello, en favor de otros pueblos oprimidos y contra los que los avasallan”. Txabi afirmaba que “todos los opresores del mundo son idénticos: el colonialismo y el imperialismo son consecuencia del sistema capitalista”.

En rigor histórico, la dominación de unos pueblos por otros no es solo hija del capitalismo. Pero si es cierto que su formulación sistemática y su organización estatal imperialista, consciente y planificada desde un poder en manos de la burguesía, solo aparece desde que se consolidan las primeras formas de capitalismo burgués en los estados renacentistas. Durante los siglos XIV y XV, de descubrimiento y explotación de nuevos continentes. El caso vasco, muy posterior a estos siglos, es sin embargo un buen ejemplo de interés capitalista satisfecho con la ocupación de un territorio, la anulación de sus leyes y cultura, con el sometimiento de su población. Escribe Txabi: “Nuestros dueños y señores son los Estados francés y español. Todos sabemos que son capitalistas y que por favorecer sus intereses encadenan a Euskadi”. Es esta situación la que permite a Etxebarrieta incluir a su país en “la lucha por el establecimiento del socialismo en toda la Tierra”. Y, en esta lucha, el pueblo trabajador vasco tiene una misión “liquidar la fuerza de los estados capitalistas francés y español, incluidos ciertos capitalistas de apellido vasco que con ellos colaboran”.

Txabi forma parte de la conciencia intelectual de su época como miembro de la generación de postguerra, que tiene a su alcance los datos de la sublevación obrera histórica y el despertar de los pueblos de Asia o Africa. El militante vasco asegura que el capitalismo no solo es enemigo del hombre, sino también del pueblo. La opresión ejercida por el capitalismo y sus necesidades de expansión, se reflejan no solo en la explotación de los obreros, alcanzan también a los pueblos que les estorban y, con su resistencia, le impiden su desarrollo. Y este es el caso del pueblo vasco y su intento de aniquilación, por el capitalismo español con ayuda del capitalismo vasco. Txabi encuentra entre los capitalistas vascos algunos de los peores enemigos de Euskadi, pero también los descubre en los falsos socialistas, que no aceptan la realidad vasca como nacional. “Son militantes del socialismo español antifranquista, presuntamente demócratas, pero incapaces de aceptar que Euskadi se halla aplastada y expoliada. O que la causa de esta opresión es “la fuerza y los intereses del capitalismo y el imperialismo”. Para estos “socialistas” el nacionalismo es algo propio de la burguesía y no del pueblo. Algo que consideran superado porque no aceptan que “la lucha de los vascos es única en favor de la liberación nacional, esto es, la liberación y pleno desarrollo de Euskadi y el hombre vasco”. De este modo, en la ideología de Txabi, el Primero de Mayo en cuanto niega las estructuras capitalistas e imperialistas es un día revolucionario y no va en contra del nacionalismo sino que “supone su mas clara y mejor señal”. Obreros y patriotas no son algo distinto. Ni siquiera las dos caras de la misma moneda. Aquí no hay dos caras. El obrero patriota es una misma entidad humana. No existe la doble militancia, porque se trata de una misma liberación simultánea. Su resultado: el nacionalista revolucionario vasco.
Argala: marco autónomo para la revolución socialista

El conocido militante vasco Argala, es uno de tantos ejemplos que pueden servir para ilustrar un proceso de toma de conciencia paralelo, o acumulativo como diría Beltza, de explotación social y represión nacional. Argala llegó a la juventud sin apenas conciencia social ni nacional, salvo la española y pacifista, inculcada por el régimen franquista en su generación. Tal como explica en una especie de Autobiografía, que sirve de prólogo al estudio de Jokin Apalategi “Los vascos, de la nación al Estado” (1977), con dieciocho años sus concepciones políticas, sociales y religiosas entraron en crisis por la contradicciones que le planteaba la realidad, las cosas que sucedían a su alrededor. Argala conocía y meditaba sobre la condición obrera y la explotación brutal en el capitalismo vasco-español de la época. También sobre la invasión y guerra de Vietnam. Y, al mismo tiempo, estaba rodeado de manifestaciones reprimidas de nacionalismo vasco. Empezando por su propia familia y el ambiente social de su pueblo Arrigorriaga, próximo a Bilbao. A partir de esta situación y provisto de una inquietud poco común, decidió estudiar la teoría marxista, absolutamente prohibida en la educación oficial y perseguida por la leyes, e interesarse por la historia vasca y sus manifestaciones culturales, linguísticas etc. Y como “resultado de ambos factores (marxismo y nacionalismo) tomé conciencia clara de la existencia de Euskadi como nación diferenciada (…) y de la division de la sociedad en clases enfrentadas“

Es curiosa esta situación porque no tiene mucho de aprendizaje objetivo. Argala no era un obrero explotado, y tampoco sentía la opresión nacional en su persona, ya que se creía español. Y lo era culturalmente, además de partidario del régimen que nos engañaba con su falsa paz y su incipiente prosperidad mal repartida. La educación franquista le había preparado para aceptar y participar, por activa o por pasiva, de la explotación capitalista y de la negación nacional vasca. Es lo que nos pasaba a todos, o casi todos, los miembros de aquella generación. Solo unos pocos, apenas ciertos padres o madres, en pequeños núcleos familiares o de antiguos militantes, se atrevían a desvelar la verdad de las cosas. La verdad de la represión social y nacional, que sufrían desde la guerra del 36. Solo unos pocos transmitieron la verdad a la generación siguiente. Pero la verdad corre como el viento. Y además inflama a los espíritus inquietos, como el de Argala.

Argala no se preguntaba ¿qué ganan los obreros con la independencia”. No se hacía esta pregunta. Se hacía las preguntas correctas: ¿por qué los obreros están explotados? ¿por qué Euskadi está prohibido?. Porque no todas las preguntas son correctas. Hay mucha equivocadas. Cuando Argala entra en ETA, según él mismo cuenta, se le presentó la oportunidad de “profundizar mas en el conocimiento de la cuestión nacional y su relación con la lucha de clases”. Y a partir de aquí Argala se empezó a plantear y a contestar las grandes cuestiones. Puede el movimiento obrero de una nación ocupada, interpretar el internacionalismo proletario como una alianza prioritaria de clase con los obreros de la nación ocupante, y despreciar la nacionalidad propia, sus rasgos y derechos culturales ? O, por el contrario, debe de autoexigirse una mejor comprensión de los problemas que padece su pueblo, también en el plano nacional.

Argala respondió a esto gracias a la luz de la reacción espontánea de la clase obrera vasca, en favor de ETA y el juicio de Burgos (1970), cuando la organización era pràcticamente desconocida. Salvo para la policía. Escribió que la clase obrera vasca, y mucha del Estado, empezaba a simpatizar con la lucha de ETA porque “constituía la expresión mas radical del descontento de las capas populares vascas y en especial de la clase obrera”. Y para Argala, desde entonces, internacionalismo obrero fue “la solidaridad de clase, expresada en el mutuo apoyo, entre los trabajadores de las diferentes naciones, pero respetándose en su peculiar forma de ser nacional”. Argala, como cualquier nacionalista revolucionario no estaba en contra de la solidaridad internacionalista con la clase obrera española, “siempre que esto no nos obligue a sacrificar nuestra personalidad nacional”.

Es cierto, como también escribió Argala, que el origen de los nacionalismos en general, y el vasco en particular, no tuvo como protagonistas a los obreros. Hubo que esperar a las primeras reflexiones de Gallastegi y los aberkides (1923) o a los mendigoizales y a “Etarte”, para empezar a crear una conciencia de clase, un anticapitalismo, dentro del nacionalismo y entre los obreros vascos, que sólo operaban con una conciencia de opresión nacional al mismo tiempo que eran explotados como trabajadores. Hubo que esperar hasta 1930 y luego la guerra el 36, para que los militantes nacionalistas de ANV cogieran las armas en defensa conjunta de Euskadi y de una sociedad anticapitalista. Y proclamaran en su programa, la defensa de la nación vasca en una sociedad sin explotadores. Dice Argala: “El sector patriótico de la clase obrera vasca, que no existía de modo consciente hace 40 años, lo que permitió que la dirección de la lucha nacional fuese ejercida de modo importante por la pequeña burguesía, ya existía en los años sesenta”.

El esquema teórico sobre el problema nacional vasco, expuesto por la escisión ETA VI, acierta al creer que la negación nacional del pueblo vasco como la de otros pueblos del Estado procede del ascenso histórico del capitalismo, algo que la burguesía o pequeña burguesía nacionalista no acaba de aceptar en todos los casos. Pero lo cierto es que la cuestión nacional vasca surge cuando la burguesía “propia” trata de crear un mercado suficiente y protegido para colocar sus producciones. Cuando el exigüo territorio foral y sus leyes son restrictivas e insuficientes, como superestructura, para recojer el crecimiento de sus negocios. El mercado capitalista, por definición y rendimiento, debe de ser lo mas amplio. Pero también lo mas homogéneo y unificado posible: el mismo territorio, con la misma ley, la misma lengua, la misma cultura…Para ello, la burguesía necesita abolir los Fueros y cualquier otra peculiaridad o exención “interna”, que impidan la integración de Euskadi en España. Las tierras ocupadas se convierten, al serlo, no solo en parte del mercado, o del Estado, sino en parte de la nación dominante.

Sin embargo, Argala observó los errores estratégicos derivados de esta definición. Para ETA VI, esta interpretación conducía a relegar la cuestión nacional vasca a un segundo plano, puesto que se solucionaría de suyo al desaparecer el capitalismo. La burguesía había hecho el trabajo sucio de la unificación forzada. Ahora, que ya estaba hecho, era necesario, por tanto, unificar a los trabajadores del Estado, abandonando el independentismo vasco, en cuanto que era un elemento de división entre los obreros. Así se sacrificaban las reivindicaciones nacionales vascas, no solo de la pequeña burguesía, sino también las posibles de la clase trabajadora. Con lo que definitivamente se daba otro paso necesario para la sumaria desaparición del pueblo vasco. Por el contrario, en esta formula de los “sextos” se premiaban o primaban las clases españolas, con su cultura , su lengua etc. solo por ser las de la nación dominante. Se suponía que esta prioridad sería definitiva para una mas rápida consecuención del socialismo en todo el Estado. Pero, aparte de una especulación sobre la mejor manera de unir fuerzas, no había ningún argumento definitivo que garantizara que esta unificación, sobre la base nacional española, iba a facilitar mejor o mas rápido la caída del capitalismo, la desaparición de las clases, del Estado y por lo mismo de los problemas nacionales. Y ni siquiera del mismo régimen fascista.

Argala, que estaba de acuerdo con el análisis histórico que hacía ETA VI, sobre el origen del problema nacional, no aceptaba sin embargo que fuese la clase obrera vasca quien tuviese que renunciar a sus rasgos nacionales, en favor de una improbable revolución española en marcha. Probablemente no veía ninguna ventaja en ello. Y frente a la estrategia unionista de VI, presentaba como mas deseable, racional y justa la del internacionalismo obrero, con respeto mutuo a los rasgos nacionales de cada pueblo obrero. Con solidaridad y ayuda mutua, con coordinación y lucha conjunta, pero sin desaparición o sumisión de nadie. Sin necesidad de negar los rasgos de cada uno. Argala, tampoco admitía el calificativo de “pequeño burgués” para esta estrategia. Sin embargo creía que algunos de los representates obreros, que él conocía, veían la unidad de España como algo importante: “Mis posteriores relaciones, como representante de ETA, con dirigentes de diversos partidos obreros revolucionarios españoles, sirvieron para confirmar esta visión. Dichos partidos no entendian la cuestión vasca, sino como un problema, un problema molesto que conviene hacer desaparecer. Siempre me pareció que la unidad de “España” era para ellos tan sagrada como para la burguesía española”.

Según decía el líder abertzale, ETA no había podido organizar a los trabajadores vascos por inexperiencia política. También es cierto que hasta finales de los años sesenta está posibilidad no se palpaba. Hubo dos acontecimientos, casi seguidos, que hicieron visible una conciencia nacional entre los sectores obreros y trabajadores vascos,. El primero el funeral de Txabi Etxebarrieta (1968) y las protestas por su muerte, que agruparon de forma sorprendente y por primera vez a grupos importantes de ciudadanos. El segundo el juicio de Burgos (1970), citado por Argala. Fueron dos puntos de partida, dos muestras populares espontáneas, que condujeron a los líderes y militantes organizados a visualizar lo que estaba pasando: la concienciación nacional de los trabajadores vascos y la solidaridad de la clase trabajadora del Estado. A partir de entonces, y decantando lo expuesto y aprobado en la V Asamblea, se empieza a imponer un nuevo concepto: marco autónomo de lucha de clases. O como escribe el mismo Argala : “pensar en Euskadi como un marco autónomo para la revolución socialista que forzosamente habría de ir unida a la lucha de liberación nacional” . De ahí que, a medida que se descomponía el franquismo y el escenario político se poblaba de partidos pequeño-burgueses y socialdemócratas, ETA apostaba por los partidos y organizaciones obreras, marcando sus distancias con otros como el PNV. Así que “frente a la doble solución – pequeñoburguesa vasca o socialista española- que se le presentaba al pueblo vasco en el primer tercio de siglo, un sector de la clase trabajadora está en condiciones de ofrecer una tercera vía: la revolución socialista vasca.”

El programa de Argala, en el que se sintetizaban los objetivos sociales y nacionales vascos consistía en tomar conciencia de que “el objetivo de los trabajadores vascos no es consumir lo necesario y lo superfluo hasta el nivel de lo ridículo- y a la vez dramático- sino transformar nuestras relaciones sociales de producción, haciéndolas fraternales y solidarias; y nuestras relaciones con los medios de producción apropiándonoslos y colocándolos a nuestro servicio; decidir qué queremos producir y cómo queremos distribuirlo; poder pensar y relacionarnos en nuestra lengua y crear nuestra propia cultura; en suma ser hombres libres en un país libre. Esto constituye una revolución social…”

Beltza: la única clase que puede edificar un proyecto nacional vasco

Qué interés puede tener la clase obrera en la independencia nacional? En la de su nación, que no “sabe” si es suya, pero así lo siente. En la de otras naciones, que ni siquiera conoce. Siempre suponemos que el obrero se mueve por razones e intereses de clase. Por motivos económicos, profesionales, laborales…protesta, reivindica, hace huelgas, se enfrenta a la policía, se arriesga en inferioridad de condiciones. Muchos obreros se lo juegan todo, incluso la vida, la cárcel, por la clase, por el movimiento obrero, por la emancipación social. Tienen conciencia de lo que hacen. Y lo que hacen es clasista, social. ¿Por qué uno de estos obreros, consciente de su clase, de sus derechos sociales, indiferente o neutral con sus derechos nacionales…porqué habría de querer cambiar de nación, cambiar de patrón, en definitiva?

Siempre nos hemos preocupado en atraer a los burgueses al encuentro de la independencia. Hay una larga lista de ofertas, de frentes nacionales, cuyos resultados no son mejores que los de frentes sociales. Hemos supuesto que el problema estaba en la clase propietaria, en los empresarios apátridas o nacionalistas grises, que se mueven por la mejor apuesta económica. Hemos hecho esto, porque creíamos que lo otro estaba hecho. La clase no propietaria, los que no tienen otra cosas que su prole, también tenían patria. Era algo seguro y no había discusión. Pocas veces nos hemos preguntado si de verdad los obreros tenian patria, mas allá del seguidiismo histórico de la burguesía nacional. y si ganaban o perdían algo, viviendo en una nación ocupada. La opresión nacional en Euskadi ha sido históricamente tan asfixiante que ha favorecido este olvido. Los obreros vascos eran y son conscientes de que muchos de sus explotadores sociales son también vascos. Quizá algunos incluso nacionalistas, como ya denunciaban Gallastegi e Etarte en los años 20 y 30. Pero eso se daba por descontado. La emancipación nacional, en todo caso, era cosa de todos. Euskadi somos todos. Por eso, sin dejar de mantener sus reivindicaciones sociales, su lucha de clases, los obreros vascos han concurrido tambien a la lucha nacional, sabiendo que no pueden fiarse de sus “compañeros de viaje”.

Esta situación ha sido muy conocida y discutida en Euskadi, como hemos visto arriba. Y se han propuestos instrumentos para afrontarla. Uniones, frentes, alianzas, acumulación de fuerzas…Siempre hemos pedido la colaboración de la burguesía. Y seguimos haciéndolo, creyendo que era el punto mas dificil de resolver para el buen fin de la independencia. Hemos puesto encima de la mesa la doctrina del nacionalismo revolucionario, ofreciendo colaboración coyuntural, aparcamiento de la lucha de clases, interrupción del odio de clase…Pero nunca, o casi nunca, nos hemos preguntado porqué los obreros habrían de estar interesados en este aplazamiento, en esta dejación coyuntural de intereses, en favor solo de una de sus liberaciones: la nacional. Y es que es posible que con la independencia, los obreros no pierdan su condición de explotados. Es probable que su plusvalía siga siendo acumulada en grandes cantidades por “otros nacionales”, si bien ahora nacionalmente libres. Por qué, entonces, habrían de tener interés en este asunto?

La conciencia de clase tienen componentes y un desarrollo muy parecido a la conciencia nacional. En cualquier caso la dos nacen de un situación anómala, inhumana. O demasiado humana. La privación de la libertad, la explotación de la fuerza de trabajo, el interés de una clase, que prevalece sobre otra, el poder de un Estado o una nación que se apodera de otro, de otra. Las reacciones ante esta situación: el robo de la plusvalía en el caso del capitalismo, el robo del territorio, la ciudadanía, la cultura en el caso del imperialismo, también capitalista. En estas situaciones se producen reacciones defensivas similares, reacciones individuales o colectivas, de quien toma conciencia de sus derechos usurpados y negados. El derecho al producto del trabajo, el derecho al territorio, a la cultura e idioma propios. Y, en el caso de los obreros, esta situación puede darse como una “acumulación de la opresión social con la opresión nacional”. Este es el caso vasco, o catalán y de muchos pueblos del Estado español y del resto de Europa, donde la acumulación de opresiones daría como resultado “una acumulación de ambas conciencias”, como escribe Beltza en su texto de 1976 sobre nacionalismo y clases sociales.

Cuando se plantea este escenario, también puede darse una opción estratégica de prioridades, incluso con rasgos de oportunismo social y político.

Dice Beltza:

“El objetivo último de los trabajadores en su emancipación como clase: si el camino mas corto hacia ella pasa por la lucha independentista, porque alrededor de ella se aúnan las clases populares del país, porque por su origen nacional y su vida cultural la propia clase obrera añade un elemento altamente significativo a su situación, es lógico que las tendencias patrióticas triunfen incluso entre los obreros de la gran industria. Dicho de otro modo, si alrededor de una situación de opresión nacional se desarrollan una serie de combates agudos que ligan a todas las clases populares (campesinos, obreros y ciertos sectores pequeño-burgueses), de tal manera que la forma principal de lucha para destruir el poder oligárquico y edificar una sociedad democrática (o socialista, según el momento histórico) pasa a través de la expresión política de una voluntad patriótica, los obreros en situación de dependencia nacional tenderán a ser patriotas y a crear partidos nacionalmente diferenciados. Si por el contrario, la lucha nacionalista se plantea en términos políticos exteriores a los intereses de la clase obrera, y si a nivel del estado unitario se desarrolla un fuerte movimiento obrero, que incluye entre sus posiciones el derecho a la autonomía o autodeterminción de la nacionalidades oprimidas, los obreros en situación de dependencia nacional tenderán a adoptar esta segunda vía.”

En cualquier caso, Beltza cree que los trabajadores tenderán siempre a tomar el camino mas corto hacia su liberación, bien a través de la lucha propia en el marco nacional, cuando ésta es la forma principal de lucha popular, o bien utilizando la lucha unitaria obrera, junto a los trabajadores del Estado opresor y otras plataformas internacionalistas. Con la condición de que esta lucha última no esté solo enfocada a la emancipación social sino a la “liquidación de las formas político-culturales de opresión nacional”. Beltza parece decir que no deberíamos temer por la suerte de la clase obrera en un frente nacional, o en caso de su inmersión en una lucha nacional donde aparentemente sus revindicaciones no tienen la prioridad. Tampoco si la lucha obrera se ejerce en el seno de una plataforma estatal de trabajadores, siempre que se exija al mismo tiempo la lucha contra la opresión nacional. En este plano, el autor, supone que hay dos aspectos importantes. Uno la tendecia natural en los países ocupados a unir la causa patriótica con la lucha por el socialismo. El otro, el internacionalismo obrero, que puede equilibrar las tendencias “chauvinistas” que suelen aparecen en los movimientos nacionalistas. Beltza cree, con buen criterio, que si el peso del componente obrero en las luchas de liberación nacional es importante sería suficiente para el buen fin de todo el proceso. El problema se plantearía en la correlación de fuerzas y en el momento inevitable de la ruptura del frente, a partir de la consecución de la independencia. Y, por lo mismo, en quien arrastraría al componente mayoritario de fuerza populares.

En todo caso, este problema se solapa bajo el problema principal: el obrero que lucha por su independencia nacional, contra otra nación, lo hace también contra la clase obrera de esa nación? De cualquier modo, Beltza es uno de los autores de la época que con mas claridad asume una falta de identidad entre la causa obrera y la causa nacionalista. Aparte de por una separación en origen o por el hecho de que la gran burguesía fuese españolisa y la pequeña burguesía vasquista. también por el hecho de que para los grandes movimientos obreristas españoles el reconocimiento del problema vasco no pasaba de ser una estrategía de oportunismo antifranquista. A pesar de los numerosos indicios y ejemplos de mutua solidaridad, que Beltza recoge, ninguno de ellos le parece suficiente: “la realidad no confirma la identidad de la causa obrera y la causa nacionalista”. Por esta razón se registrarán numerosos altibajos en esta relación y en la presunta toma de conciencia nacional de los obreros vascos. En el caso de Bizkaia, el autor señala claramente estos altibajos, por un supuesto de mayor mestizaje entre los obreros vascos y los emigrantes, en el que el caso vasco terminó siendo un punto de compromiso táctico. Casi una coletilla al final de las reivindicaciones propias obreras. En el caso de Gipuzkoa, en cambio, afirma Beltza . “la cuestión vasca (era) una vivencia real de buena parte de la clase obrera”.

Al margen del propio desarrollo de la concienciación en cada herrialde, no cabe duda que ha sido determinante el hecho de existir en Bizkaia, también en Araba y Nafarroa, una mayor desvasquización histórica en el idioma, cultura, escuelas, costumbres etc, y una mayor conservación en Gipuzkoa del euskera o la cultura euskeldun. En todo caso, y en el mejor de los casos, Beltza también observa que los partidos y organizaciones obreras españolas, en su tratamiento del caso vasco, no pasan del reconocimiento el derecho de autodeterminación. Desde luego, ninguno se declara favorable a la independencia de los vascos, como lo había en favor de la independencia de España, si está fuera invadida por otra potencia. En esta situación, no es extraño que estas mismas organizaciones crean que con el Estado de las autonomías tendría que haberse solucionado el llamado “problema vasco”. También explica que a estos mismos les sea difìcil entender y aceptar del todo la existencia de sindicatos obreros nacionalistas.

En este punto, el autor plantea su visión definitiva: “El verdadero problema en cuanto supone una ruptura con los antecedentes históricos principales, es demostrar la aparición de una clase obrera moderna, revolucionaria independentista”. Y, yo añadiría que además convencer de esto a los “amigos” peninsulares, con hechos y no solo con palabras. Así “el problema de la exixtencia de esta clase obrera patriótica es, pues clave”.

Y esto nos conduce a replantear siempre el mismo interrogante: Supuesto, y comprobado, que hay un interés de los obreros, incluso de los emigrantes integrados, en comprender la cuestión nacional vasca (o catalana, o de quien sea)…de dónde procede y porqué se formula en los términos “acumulativos” de independencia y socialismo?

Muchos años después, para intentar resolver esta cuestión el texto de Beltza es un importante análisis, con comparaciones muy interesantes de otros casos: Irlanda, Quebec, Polonia etc. Reconoce su complejidad y a veces piensa que no es posible dar con las pautas generales correctas y que debe limitarse a una exposición razonada y experimental de cada caso.

Encuentra diferencias importantes en Euskadi, según cada zona y su diferente evolución histórica y socioeconómica. A pesar del año en que está publicado (1976) sus aportaciones son todavía imprescindibles. Un diagnóstico final de su estudio, para mi crucial en estos momentos, es la percepción de que solo hay una clase verdaderamente interesada en la liberaciòn nacional vasca. Es el proletariado, el sector obrero, los trabajadores…O como quiera que los llamemos.

Escribe Beltza: “El proyecto social del proletariado es, en nuestra época, el único proyecto emancipador global para el pueblo. Partiendo de esta base (…) la cuestión es saber si en el País Vasco hay una clase obrera nacional: personalmente, creo no sólo en su existencia, sino en su desarrollo creciente, y creo en que ella condiciona una política de independencia nacional y de internacionalismo proletario que es la única vía posible hacia la libertad vasca”

Si de algo sirve mi pobre opinión, como historiador también lo creo así. Lo creía entonces (1976), cuando empezabamos a dar los primeros pasos en este complicado asunto, y lo sigo creyendo ahora (2013), cuando tantas cosas tenemos que resolver. También creo que el tiempo histórico y polìtico nos ha estado dando la razón. Otra cosa es que hayamos aprendido a demostrar a los demás, mas allá de la “filosofía política”, por qué son así las cosas. Pero, y de acuerdo con Beltza, no siempre podemos interpretarlo todo. A veces debemos tener la humildad de limitarnos a describirlo y exponerlo, lo mas exacta y claramente que sepamos.

 

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