lahaine.org
Nacionales E.Herria :: 07/03/2024

Esculpir el tiempo

Karlos Turrillas
El tiempo avanza a una velocidad a la que no estoy acostumbrado

El tiempo avanza a una velocidad a la que no estoy acostumbrado. Probablemente avanza a la misma velocidad de siempre y lo que de verdad haya cambiado sean aquellos sucesos que nos hacen percibir el tiempo como una memoria continuada. Y es, en la celeridad de esa memoria, donde me resulta inevitable mirar hacia atrás. Quiero recordar. Tocar el tiempo y darle forma. Quiero encontrar un cincel de palabras y, con ellas, esculpir el tiempo para que el pasado no deje de ser un simple presente enamorado del futuro.

En Navidad se cumplió un año de la muerte de mi abuela, Irene Aranzeta; para mí, Amama Irene. Dicen que cada persona lleva el duelo a su manera, y en mi caso, decidí ascender al pasado. Sí, ascender. Hay quien piensa que el tiempo solo es una línea misteriosamente horizontal. En aquella mañana de diciembre, a mí me pareció un camino vertical por el que pretendí alcanzar el pasado, para luego descender y, en un ejercicio de memoria, reconstruir el futuro. Subí muy temprano a Santa Catalina, una ermita cercana al pueblo, ubicada en la cima de un monte costero, uno de los que miran con arrogancia al Cantábrico y que, durante siglos y por su posición estratégica para controlar el mar y el horizonte, nuestros antepasados los consideraron las mejores atalayas balleneras.

La decisión de subir a este enclave de vistas impresionantes no fue casual. Cuando éramos pequeños, nuestros padres nos dejaban de vez en cuando al cuidado de Amama Irene. Ella nos entretenía narrando viejas historias que siempre recordaré con un cariño muy especial. Amama decía que cuando era joven, durante la Guerra Civil, tuvo la suerte de que su padre, al tener cuatro hijas pequeñas y no estar en edad militar, no se vio obligado a ir al frente. Sin embargo, en las guerras no todo son combates, trincheras y soldados. En las guerras también existe la retaguardia y, es ahí, donde mi bisabuelo Pablo desempeñó su papel. No para un bando u otro, sino para ambos y a su vez para ninguno. Él era uno de los hombres del pueblo que pasaba el día en Santa Catalina, no mirando el mar como en la época de los balleneros, sino el cielo. Cuando divisaba algún avión que podía amenazar la frágil tranquilidad del momento, tocaba la campana de la ermita para que las gentes del pueblo y de los caseríos cercanos corrieran a refugiarse allí donde pudieran. Amama subía todos los días a la ermita de Santa Catalina con comida para que mi bisabuelo y su compañero aguantaran mejor el largo turno de vigilancia. Lo hacía por el mismo camino de piedras sueltas y barro por donde muchos años después subí yo.

La guerra pasó, pero como ella contaba, la posguerra fue más larga y más dura. Recordaba con especial sufrimiento el hambre. Apenas tenían que comer y, a veces, incluso llegaron a pelearse por lo poco que había. Pero dentro de la dureza de aquellos años, en la vida de mi Amama Irene, se produjo algo especialmente bueno: conoció a mi abuelo, Joxe Turrillas, para mí, Aitxitxa Pepe. Este joven donostiarra había quedado huérfano al nacer, ya que su madre murió en el parto. Al ser los Turrillas gente de pocos ingresos y unas cuantas bocas que alimentar, mi bisabuelo Carlos decidió dar en adopción al menor de sus hijos a unos conocidos que pudieron asegurar su futuro. Aitxitxa Pepe creció en una familia a la que quiso como si fuera la suya y fue en ese entorno donde desarrolló sus ideas políticas abertzales. Desde joven tuvo cierta vocación eclesiástica, tanto que ingresó en el seminario a muy temprana edad. Sin embargo, el sendero de la fe se vio truncado por el servicio militar cuando le destinaron al Ferrol, pero no por mucho tiempo. El 18 de Julio de 1936 los militares se alzaron en armas y estalló la guerra. La mayoría de la ciudad de Ferrol se posicionó con los sublevados. Entonces muchos jóvenes soldados de la república, encabezados por comunistas, decidieron tomar los barcos y echarse a la mar para poder escapar de la posible represión. Aitxitxa Pepe subió a uno de esos navíos y, en la mar luchó contra Franco; no solo sobre el agua, también bajo ella. Avanzada la contienda, Joxe fue destinado al submarino republicano C-4 donde desempeño labores de amanuense.

La guerra en el mar no fue lo que la República esperaba. Hubo aciertos, pero sobre todo errores. Ya para 1938 incluso se habían producido deserciones de navíos y dotaciones en puertos extranjeros. Entre uno de esos intentos de deserción estuvo el de los mandos y ciertos tripulantes del submarino C-4 que se encontraba en Francia, en dique seco. Aitxitxa Pepe fue uno de los pocos que se mantuvo leal y volvió a puerto republicano bajo mando del asesor soviético Ivan Alekseevich Burmistrov. Pedro Prado Mendizabal, por aquel entonces Jefe de estado Mayor de la Armada republicana, valoró mucho esa lealtad y tomó a Joxe Turrillas como uno de sus hombres de confianza. En aquel tiempo, Prado Mendizábal ya era miembro del Partido Comunista. Sus ideas revolucionarias y su rango militar hacían de él un elemento perfecto para fortalecer los vínculos de la República con Moscú. Posteriormente, tras la derrota republicana, el marino se trasladó a la Unión Soviética y allí tuvo el privilegio de ingresar en la Academia Superior Militar Voroshílov, donde cursó estudios de Táctica y Arte Operacional.

Así lo recoge Luís Miguel Cerdera en su libro “Bajo cinco banderas”. En esta biografía el autor se adentra en la vida cotidiana del ya por entonces coronel Prado y, entre las anécdotas que comenta, hay una especialmente interesante. Al tener un estatus social y político reconocido en la sociedad soviética, Prado Mendizábal solía ejercer como profesor de apoyo en las colonias de niños y jóvenes republicanos, desplazados por la guerra a la URSS. Ayudaba en todo lo posible a los jóvenes llegando incluso a apadrinar a alguno. Es el caso de Dionisio. Como recuerda Jorge Prado (hijo de Pedro Prado), Dionisio era un chico vasco que debía tener ciertos problemas en el centro y que el marino reconoció como ahijado con el fin de protegerlo. Dionisio estuvo siempre muy agradecido a Prado Mendizábal, llegando a cartearse de manera regular durante cierto tiempo. El texto del hijo de Prado está ilustrado con una fotografía de un cuadro regalado por Dionisio a su padrino. En él se ven dos caballos, uno blanco y otro alazán, asomados por una ventana de la cuadra para comer algo de hierba. La pintura tiene un pie en el que se puede leer, “A mi querido padrino Pedro Prado”.

Cuando vi por primera vez aquella pintura, me pregunté quién sería este joven vasco. ¿Quién sería Dionisio? Y lo que más me intrigaba es qué habría sido de él desde que pintó aquel cuadro. El oficio y la curiosidad me impulsaron a investigar un poco, a tirar del hilo. Recurrí a los registros digitalizados de los “Niños de Rusia” y contrasté entre los listados la poca información que tenía. De entre los 4.343 niños de la guerra registrados encontré dos Dionisias y dos Dionisios. Estos son los datos del registro de los dos varones:

CICUENDES MUÑOZ DIONISIO. Toledo 1911. Albañil. En el Partido desde 1934 hasta 1970. Durante la guerra comisario de compañía. En la URSS estudió en Plánernaya y Nagornoe. Obrero en Kolomna, voluntario en el Ejército Rojo, obrero en la construcción, pensionista en Moscú. Falleció en Moscú en mayo de 1976.

GARCÍA ZAPICO DIONISIO. Gijón 1930. Casa N.3, Escuela de Arte de Moscú. Restaurador en Zagorsk, Escuela de Pintura en Kalinin y Moscú. Reside en Moscú.

Valorando el año de la pintura de los caballos, su fecha de nacimiento y el origen de ambos jóvenes, decidí descartar al Dionisio toledano. El Dionisio que buscaba no sería el primer asturiano de origen vasco, o vasco nacido en Asturias. La propia Amama Irene nació en Oviedo cuando sus padres se tuvieron que mudar allí debido al trabajo de mi bisabuelo. También, pensé, cabía la posibilidad de que hubiera un malentendido respecto a su origen, dada la proximidad de ambos territorios. Además, los datos del registro coincidían más con las inquietudes artísticas del niño apadrinado por Prado. Hice una primera búsqueda en internet y algo apareció en la página del Instituto Cervantes, aunque la fecha de nacimiento no concordaba (1929 – 1930).

Dionisio García Zapico, nacido en Serrapio, Asturias en 1929, llegó a Rusia en 1937 junto con otros niños de la guerra. En su segunda patria Dionisio ha encontrado su vocación como escultor y pintor de iconos. Ha publicado un tratado filosófico La visión del mundo. Nueva monadología (Librokom, 2009) y el libro autobiográfico Memorias. Vida de un español en Rusia (Vertical, 2012). En sus memorias, reconstruye su infancia española y la vida en Rusia y sus encuentros con personalidades destacadas como Andrei Tarkóvski, Alberto Sánchez, Vladimir Vysótski, Alexander Mien, Bella Ajmadúlina y Yevgeny Yevtushenko, entre otros”.

La búsqueda en idioma ruso fue más fructífera. Encontré una parte de las memorias de Dionisio digitalizadas. Un auténtico tesoro. En ellas, el escultor y cineasta narraba su infancia en la URSS y, al hablar de su trágica situación durante la Gran Guerra Patria, escribió lo siguiente:

Nos sentábamos en estos refugios a la tenue luz de las velas por la noche cuando nos alertaban. Somnolientos, tranquilos, sin sentir casi nada y sin ningún miedo, escuchamos explosiones de bombas a lo lejos: la tragedia de lo que estaba sucediendo aún no nos alcanzaba, estábamos demasiado adormecidos, mimados, descuidados. Y entonces un día pasó algo que ya había vivido en Portugalete: una de las bombas cayó cerca y todo tembló”.

Portugalete! Esto sí que sí. ¡Aquí encontramos, por fin, al Dionisio vasco! Y por si esto fuera poco y continuando con las memorias, Dionisio en su relato comenta su afición por la pintura cuando era niño y cómo le gustaba regalar sus cuadros a personas que valoraba. Curiosamente en su texto, el ya no tan joven Dionisio, resuelve él mismo las dudas sobre las diferentes fechas de su nacimiento:

Cuando me preguntaron sobre mi cumpleaños, dije que no lo sabía; Me preguntaron cuántos años tenía, respondí que tenía unos diecisiete años. Se miraron sonriendo: - ¿Qué vamos a hacer? El documento deberá indicar la fecha de nacimiento- Dije: -Vamos a resolverlo, no me importa. Sea, por ejemplo, el 23 de febrero, el Día del Ejército Rojo- Se rieron: -Bueno, escribámoslo así- En cuanto al año de nacimiento, pensaron que era demasiado pequeño para tener diecisiete años, así que escribieron 1930. Por eso, en mi permiso de residencia todavía aparece esta fecha errónea en lugar de la correcta”.

¿Había encontrado a Dionisio? Posiblemente sí. Que fuera él o no el niño del cuadro de los caballos, ya no era mi prioridad. Descubrí un personaje con una historia fascinante, alguien realmente interesante que durante su juventud se movía entre otros, nada más y nada menos que con el reputado cineasta soviético Andrey Tarkovski.

Al llegar a este punto de mi descubrimiento, dejo de escribir. el trabajo me reclama y debo centrarme en otras cuestiones que me exigen mucho más tiempo. Entonces, cansado, levanto la mirada y ahí está. En la estantería, escondido entre sus compañeros de papel, descubro el libro de Tarkovski. Al contrario que el cineasta, yo no es que sea especialmente existencialista. Será una cuestión de gustos literarios, simpatía al cine o mera casualidad. Aun así, todo esto me lleva a la reflexión. Y es que la vida no deja de ser un cúmulo de elementos que, fosilizados en alguna roca del pasado, permiten ser labrados con la travesura de pequeñas lascas al aire, un recuerdo, una foto, un libro, un cuadro, una reflexión. Todo es útil para que el cincel de la historia comience a esculpir el tiempo y, en otro relato desconocido y anónimo, aparezca el recuerdo, la huella de un personaje especial, intenso, que de pronto cobra vida, mientras alguien mira el mar desde una antigua atalaya ballenera. En el fondo tal vez sea cierto que el hecho de existir y la muerte solo sean las aguas de un mar agitado que siempre nos devuelve a la misma orilla, la memoria secreta de aquellos nombres y aquellas vidas que construyeron, soñaron e imaginan el tiempo.

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal