¿Sabemos a quién nos enfrentamos?
A finales del pasado mes de mayo resumí en forma de tesis los aspectos centrales de lo que puede entenderse como el método de análisis basado en el principio de la liberación nacional de clase. Me comprometí entonces a que cada dos meses enviaría a la redacción del colectivo Pakito Arriaran un artículo sobre la realidad vasca y/o internacional. Es obvio que no he podido cumplir con el plazo acordado.
El medio año transcurrido desde entonces se ha agudizado la necesidad de emplear este método eminentemente dialéctico: la liberación nacional es inconcebible sin la presencia de la lucha de clases en su interior. Presencia no accesoria ni secundaria, no puntual, sino esencial y permanente. La principal crítica que recibe este método es la que afirma que ya no existe la lucha de clases, que la clase trabajadora además de estar disolviéndose y casi desapareciendo debido a los cambios socioeconómicos, también ha caído en una pasividad absoluta, incluso se ha aburguesado al mantener el apoyo político a fuerzas reaccionarias y conservadoras.
No es este el momento para demostrar la inconsistencia teórica e incongruencia política de estas ideas cuyos orígenes nos remiten a la segunda mitad del siglo XIX. Una y otra vez la fábrica de ideología burguesa adecúa a las necesidades concretas de la dominación capitalista aquellas opiniones iniciales, las innova y moderniza de modo que siempre exista la apariencia de que por fin algún intelectual ha logrado demostrar la «muerte de Marx» o al menos su definitiva obsolescencia. Se trata de una lucha teórica y política que durará mientras perdure el modo de producción capitalista ya que ni la burguesía ni el reformismo pueden aceptar las teorías marxistas de la plusvalía, del Estado y del conocimiento, en síntesis, la ley general de la acumulación capitalista.
En el Estado español la expresión más actual de esta corriente es el partido Podemos. También existen en los movimientos de liberación de las naciones oprimidas por el imperialismo español. Una de las características de las luchas de liberación de los pueblos oprimidos es que al incluir entre sus componentes a diversos sectores sociales con diferentes niveles de conciencia política pero con fuerte sentimiento nacional más o menos abstracto, por estos desniveles aumenta la probabilidad de que algunos de estos cuestionen parcial o totalmente la centralidad de la lucha de clases, o la supediten a otras reivindicaciones nacionales como la imprescindible lucha por la lengua y la cultura, por ejemplo.
No hace falta decir que existe una unidad interna entre explotación del pueblo trabador, lengua oprimida y cultura popular machacada que hace imposible separar artificialmente lo «económico» de lo «cultural», como si fueran dos universos aislados entre sí por espacios siderales insalvables. Sin embargo, es frecuente escuchar las mismas críticas realizadas burdamente pero con aires de docta ignorancia: el «economicismo» niega el valor de los sentimientos de pertenencia cultural y lingüística, de modo que hay que dar más importancia a las reivindicaciones identitarias y hasta subjetivas. Semejante error se repite de igual modo en otras cuestiones que, en su dialéctica de lucha y unidad, forman la totalidad de la existencia bajo el capitalismo en una nación oprimida, pero que son separadas e incomunicadas entre sí: lo político-institucional de la política de masas en calles, fábricas, centros de estudio, etc.
La realidad como totalidad concreta marcada por sus contradicciones internas, que es uno de los principios del método de la liberación nacional de clase, es descuartizada y pulverizada en infinitos trocitos que sólo pueden ser unidos desde su exterior, no por ellos mismos respondiendo a su conciencia crítica de pertenecer a una realidad objetiva estructurada interna y esencialmente, sino sólo desde un impulso exterior ajeno a ellos, sólo mediante la política parlamentaria e institucional. Desde esta perspectiva, sólo lo institucional podría dar coherencia y unidad de sentido a las múltiples reivindicaciones que existen en una sociedad invertebrada excepto en lo nacional. Las luchas -sindical, feminista, ecologista, lingüístico-cultural, pro-Amnistía, etcétera- que flotarían a la deriva en el caótico océano de la «sociedad neoliberal» únicamente encontrarían su sentido gracias a la intervención parlamentaria que las uniría en pos de la conquista de la «democracia» genéricamente interpretada
La lucha entre el capital y el trabajo en una nación oprimida está directamente mediatizada por la acción del Estado nacionalmente opresor en defensa del bloque de clases dominante y, por tanto, de la burguesía dominante en el interior del pueblo oprimido. La lucha de liberación nacional de clase nos remite siempre y en primer lugar al papel del Estado ocupante y a sus alianzas con la burguesía autóctona, por llamarla de algún modo. Sin embargo, este papel central del Estado va desapareciendo de escena hasta volverse inaprensible al pensamiento formal y superficial en la medida en que este «ve» la realidad como una mezcla inconexa de grumos flotando en la nada. A lo máximo que llega este método superficial y estático es a creer que la vida colectiva está regida de manera difusa e imprecisa por la mano invisible del mercado, por ese misterioso espacio esotérico en el que giran las mercancías y el dinero. Pero no llega a más, y frecuentemente ni a eso, sino que retrocede a formas de neokantismo que interpretan el mundo según percepciones psico-subjetivas mayormente individuales.
La intervención estratégica del Estado ocupante desaparece de las preocupaciones de esta forma de interpretación de lo real, quedando únicamente la inquietud por fortalecer las conciencias individuales o grupales consideradas al margen de las determinaciones estructurales y de sus mediaciones estatales. Consiguientemente, el papel de la clase burguesa «autóctona», sobre todo la más poderosa, la hermana mayor o gran burguesía, es prácticamente reducido a la nada o a una coletilla que se añade en algunos discursos aislados según la necesidad de quedar bien ante el auditorio del momento. A la vez, la realidad histórica capitalista interna y externa, que lo determina absolutamente todo al margen y por encima de cualquier subjetivismo, se desmaterializa como un fantasma, existiendo como molesto recuerdo el sordo quejido del empobrecimiento masivo, de la precarización vital y de las formas de sobreexplotación que se mueven por fuera del subjetivismo neokantiano.
La tesis de la imposibilidad última y definitiva de conocer la raíz de la «cosa en sí», en nuestro caso la opresión nacional de clase de Euskal Herria, esta tesis late sutilmente en el quehacer de la política parlamentaria reformista, o se expresa abiertamente en diálogos y conversaciones, en debates, al excluirse de toda reflexión las estrategias del Estado y del bloque de clases dominante.
Estas tesis están presentes en algunos sectores de la izquierda vasca, especialmente en su sector soberanista, una especie de independentismo inconsecuente y avergonzado. Conocerlas es necesario en estos momentos en los que se ha iniciado un debate sobre la estrategia del independentismo de izquierda en su conjunto. Una de las preocupaciones de algunos sectores del independentismo socialista es que minusvalorarlas o no tenerlas en cuenta puede condicionar negativamente el desarrollo de una estrategia coherente dado que podría mantener en buena medida la gran abstracción que caracteriza al quehacer institucional de EH BILDU y a las fuertes limitaciones teóricas de SORTU. La ausencia o extrema debilidad de los análisis radicales y concretos que muchas personas apreciamos en las dos fuerzas citadas es una de las mayores causas que hacen que se haya licuado casi hasta la indefinición la esencia de la opresión nacional de clase que sufrimos.
Podríamos decir que un sector ¿amplio? de la izquierda vasca desconoce cada vez más cómo es el la dinámica de opresión nacional que sufrimos. Y es imposible elaborar una estrategia de liberación si apenas conocemos a quien nos oprime.