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Nacionales E.Herria :: 25/06/2015

La imborrable huella del fundador de la universidad de la trinchera

Agustin Goikoetxea
El 28 de mayo, en las calles de Barakaldo, muy debilitado, tuvo fuerza para ponerse al frente de la pancarta como siempre

Una vida entregada a la lucha sin cuartel por un mundo mejor. Es una de las muchas conclusiones que se puede extraer y la imborrable huella que deja Periko Solabarria, no solo en los que estuvieron más próximos a su activismo social en estado puro, también entre aquellos que reconocieron su liderazgo, ganado en base a su carácter infatigable. Han sido 85 años en los que su frágil cuerpo no fue obstáculo para entregarse hasta la extenuación en ayudar a quien fuera, a quien le necesitase.

Desde la niñez tuvo claro a qué clase pertenecía, aunque su bautismo llegó, tal y como él confesó en numerosas ocasiones, cuando al ser ordenado sacerdote lo destinaron a Triano, en La Arboleda. Allí conoció lo que era la desigualdad y la pobreza en un poblado minero sin luz mientras en Neguri, lugar de residencia de los dueños de esas explotaciones, la había de sobra. «Me pregunté cuál era mi misión como cura. ¿Decir misa? No. ¿Evangelizar? Tampoco. La dignidad de la persona está por encima de todos los evangelios y todas las religiones. Me quité la sotana, como digo yo, y me puse a trabajar. Allí no hacía falta un cura, allí había que dar conciencia de clase, había que trabajar en grupo, para hacer un pueblo mejor, había que luchar contra aquella desigualdad y aquella pobreza», explicaba.

En aquellos años, Solabarria fue afianzando rasgos de su modo de ser que marcarían a quienes les conocieron hasta su muerte. Educó a aquellos seres humanos que dejaban su vida por un mísero jornal extrayendo mineral casi con las manos y les inculcó que, a través de la lucha en todos los órdenes, se podían alcanzar metas. Su Universidad de Triano no fue sino la primera trinchera en que este hombre enjuto pero al mismo tiempo enérgico se implicó.

El periodista Juan Mari Arregi supo de Solabarria cuando en 1966, siendo sacerdote, lo destinaron a Ortuella. En todo Meatzaldea «le consideraban un santo. Y si por santo es que era un hombre desprendido, generoso, entregado a los demás, austero, luchador, don Pedro, más tarde Periko, lo ha sido durante toda la vida», añade. «Él, primer cura obrero de Bizkaia, nos enseñó el camino a los primeros y muy pocos curas obreros de este herrialde», explica.

Arregi recuerda cómo durante el franquismo su casa, primero la de Triano y luego en Villa Paquita, en Barakaldo, «un sótano húmedo, sombrío y frío, sería testigo de reuniones clandestinas y de trabajos con multicopista». Por aquel humilde sótano, aprovechando que lo habitaba un cura, pasaron militantes clandestinos desde ETA hasta el PSOE, de Txabi Etxebarrieta a Ramón Rubial, Felipe González o Nicolás Redondo.

Solabarria formaría parte del nacimiento de Herri Batasuna y hasta el último momento estuvo en la calle con los más pobres y excluidos. Para parados, obreros en lucha, mujeres víctimas de la violencia machista y la simple desigualad, personas migrantes, desahuciados,... siempre tuvo a su lado en la trinchera. «Hasta su muerte –enfatiza Arregi–, Periko ha sido de los imprescindibles de los que hablaba Bertolt Brecht, de aquellos que lucharon toda su vida».

Su denuncia de la dictadura desde el púlpito de la iglesia de Santa Teresa, en Barakaldo, le llevó en 1968 a la prisión concordataria de Zamora, donde el régimen franquista recluyó a los curas disidentes. Le multaron con tres multas de 36.500 pesetas cada una, cuando su sueldo anual era de 36.000. «Soñaba con seguir predicando las injusticias, la abolición de la libertad de expresión, de sindicación, de huelga, manifestación, vida militante clandestina, una iglesia atada, callada del silencio de la dictadura. El púlpito fue mi tribuna militante y testimonio de vida en el trabajo de peón de la construcción. Mi voz fue grito, denuncia, lucha de huelgas», rememoraba.

Su solidaridad con la huelga de Altos Hornos de Vizcaya le llevó en 1969 de nuevo a la cárcel. «Tuve juicio en el Tribunal de Orden Público.
Me ofrecieron salir pagando una fianza. Dije que ‘no’. Soñaba en la cárcel, que era la escuela de mi militancia obrera y política», manifestaba Solabarria. En otra huelga, en 1977, le hicieron responsable de una lucha de 135 jornadas en la construcción de Bizkaia, lo que supuso 45 días de cárcel. «Me hizo el juez único responsable de la huelga de 3.000 trabajadores. Soñaba que por una vez toda la patronal del sector exigió mi libertad porque con Periko en la cárcel las obras seguían paradas. Fue la huelga más larga tras la guerra: 180 días», señalaba.

La lucha fue siempre una obsesión para este hijo de minero, quien siempre estuvo junto a su clase y a su pueblo. Humilde, rechazó los privilegios, siendo ejemplo para generaciones de vascos. «Soñaba con seguir luchando y tener ‘alma minera, semilla guerrillera’. Soñar –subrayaba– me hizo más fuerte en la batalla en los tajos obreros».

Tan solo su delicada salud lo apartó de las trincheras, aunque muchas veces fuera en contra de su voluntad. Su empatía con la juventud vasca le llevó a ser acusado por la Audiencia Nacional de «enaltecimiento del terrorismo» por participar en el acto fundacional de Ernai. «Me siento pequeño delante de vosotros, sois jóvenes pero grandes militantes. Me siento orgulloso de estar con vosotros», les confesaba a los militantes independentistas imputados con él.

La persecución no le amilanó, aunque finalmente no fue juzgado. El 28 de mayo, en las calles de Barakaldo, muy debilitado, tuvo fuerza para ponerse al frente de la pancarta como siempre, dejando claro que compartiendo lucha cualquier tipo de diferencia se olvida.

 

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