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Nacionales E.Herria :: 14/01/2020

[Cast/Eusk] El hilo rojo de la historia

Hauspoa
Si queremos reconstruir la historia de la lucha de clases de Euskal Herria, tendremos que analizar todo lo presentado anteriormente en el contexto vasco

Castellano

En el texto de presentación que publicamos en septiembre ya anunciamos que habría más escritos en el futuro. Dentro de la serie de textos que iremos publicando en los próximos meses, hemos considerado que lo más adecuado era empezar por el análisis histórico. Y lo hacemos porque entendemos que un pueblo no es nada sin su historia; que aquellos que desconozcan de dónde proceden difícilmente acertarán la dirección a la que dirigirse. Bien es cierto, sin embargo, que la historia se puede contar de muchas maneras. De hecho, la mayoría de las veces la única historia a la que tenemos acceso es la que nos ofrecen los vencedores. En Euskal Herria lo sabemos muy bien; uno de los objetivos principales de las historiografías imperialistas española y francesa ha sido la negación de nuestra existencia histórica (junto con la negación del resto de pueblos oprimidos que nos rodean). Frente a ello, hay quien se sumerge con devoción en el estudio de la historia vasca y trata de hallar en este o aquel acontecimiento histórico la prueba de la existencia y legitimidad del pueblo vasco. Sin desmerecer esos esfuerzos y reconociendo su importancia, nosotras no entendemos la historia como justificación. Es decir, para demostrar la existencia de Euskal Herria no es necesario acudir a la historia; la voluntad política que muestra aquí y ahora el pueblo vasco es prueba suficiente de su existencia y legitimidad. Y en ese sentido es innegable que Euskal Herria, hoy por hoy, conforma una realidad política, económica, social y cultural específica. Hablamos, cómo no, de la nación vasca, cuya existencia está intrínsecamente ligada al análisis histórico, en tanto la propia nación es resultado de una manera concreta de entender la historia.

Al igual que sucede entre la historia española/francesa y la historia vasca, dentro de Euskal Herria también existen diferentes maneras de entender la historia y la nación. Por ejemplo, dentro del nacionalismo vasco, ha tenido mucha importancia la corriente que defendía que las vascas somos un pueblo “en sí”. Los jeltzales han sido el mayor exponente de esta visión, pero no los únicos. Según esa perspectiva, las vascas conformaríamos un grupo humano con una serie de particularidades preestablecidas; un destino que guía nuestra existencia y un carácter romántico que Dios se encargó de esculpir en nuestra sangre. A pesar de que en la actualidad las explicaciones de tipo religioso y racista son ya marginales, la perspectiva esencialista aún está muy presente en la sociedad vasca; muchas piensan que las vascas tenemos algo, una especie de carácter innato, que nos diferencia de las demás. Dentro de ese esencialismo o idelismo, el punto de partida lo establece esa abstracción (la esencia, la idea misma de “lo vasco”), que es la que determina al fin y al cabo la realidad y por consiguiente los acontecimientos históricos. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, deberíamos tomar justamente el camino contrario para entender e interpretar la realidad. De hecho, las vascas, como el resto de pueblos del mundo, somos fruto de la historia, y esa historia a su vez, es fruto de los acontencimientos históricos concretos y materiales que se han venido sucediendo sobre la tierra que pisamos. Por suerte o por desgracia, no tenemos nada que, esencialmente, nos diferencia del resto. Tenemos, por su puesto, una subjetividad específica, pero su origen es completamente terrenal, no hay ningún “dios”, ningún “espíritu” ahí fuera. Nuestra subjetividad, o si se prefiere el “euskal sena”, no es más que el reflejo simbólico que dichos acontecimientos históricos materiales han terminado por imprimir en nuestro pensamiento y en el de nuestras antepasadas. Eso no significa que haya que rechazar esta realidad simbólica; correríamos el peligro de caer en el positivismo más reduccionista. Por el contrario, a la hora de analizar la historia, más allá de la mera enumeración de acontecimientos, deberíamos de ser capaces de entender la subjetividad de aquellas que vivieron sobre esas bases materiales; comprender sus sentimientos y vivencias, para así poder entender las decisiones que tomaron en cada momento histórico.

Una vez que hemos establecido nuestro punto de partida materialista para el análisis de la historia, nos gustaría destacar otra cuestión clave. Y es que nada más empezar con el análisis histórico, nos percataremos de que la nuestra no ha sido una historia pacífica; y no porque los habitantes de esta tierra así lo hayan querido. Al igual que ha ocurrido con tantos otros pueblos, la nuestra también ha sido una historia de resistencia; la historia de un pueblo que ha tenido que luchar para defenderse a sí mismo, para sobrevivir. Los habitantes de estas tierras han tenido que hacer frente constantemente a los distintos intentos de asimilación por parte de las potencias e imperios vecinos; desde la Prehistoria hasta nuestros días. Y los ataques no han venido sólo desde fuera. ¿Cuántos vascos, dotados con todos los apellidos vascos y la más limpia de las sangres, han participado de las campañas colonizadoras a sueldo del imperialismo español allende los mares? ¿Cuántos de esos han sido opresores en tierras vascas? A veces por interes propio, otras haciendo de cipayos al servicio de intereses ajenos, ¿cuántos han vendido a sus hermanos y hermanas vascas a cambio de un miserable beneficio?

Por todo ello creemos que la Euskal Herria actual es resultado de la disputa entre opresores y oprimidas. Así, identificamos el motor de la historia en el choque permanente entre intereses contrapuestos, y por ello, la única madre que reconocemos en la historia vasca es la matxinada, el levantamiento popular, la lucha de todas aquellas que generación tras generación se han rebelado frente a los opresores. Con ello, también señalamos el principal componente constituyente de la nación vasca; la lucha permanente por la libertad, la resistencia. De hecho, esa ha sido la única circunstancia que ha permitido hacer frente a la asimilación y poder seguir existiendo como pueblo. Ante todo, son aquellas que a lo largo de la historia de Euskal Herria han luchado frente a todo tipo de opresiones, en defensa de las tierras y la lengua vasca, las que merecen centrar el análisis histórico y nacional.

Más allá de abstracciones de tipo idealista, cuando hemos dicho que entendíamos la historia desde el materialismo, justamente a esto es a lo que nos referíamos; que la historia, y la nación como resultado de la misma, son consecuencia directa de esa lucha de clases concreta. Pero la historia que nosotras reivindicamos va más allá; queremos obtener un conocimiento científico de la historia, sí, pero no para construir un artefacto académico neutral. Queremos poner la historia al servicio de las oprimidas, convertirla en una fuente de inspiración y aprendizaje que alimente el proceso de liberación: ¿Por qué estamos ahora en la situación que estamos? ¿Cómo superar esta situación? Para ello, tendremos que analizar cada una de esas rebeliones, levantamientos, intentos revolucionarios y resistencias, así como a sus protagonistas; ya sea el más épico de los combates que tantos hombres y mujeres libraron en nuestras montañas, así como la resistencia silenciada que miles y miles de mujeres tuvieron que ejercer en la oscura cotidianidad de los hogares. Y ahí encontraremos nuestro mayor reto, porque esa historia no es la Historia con mayúsculas; es la historia de las olvidadas, de las de abajo, la pequeña historia. Como revolucionarias, nuestro análisis historiográfico debería ir dirigido a rastrear esa historia de las oprimidas y sacarla a la superficie.

Por lo demás, profundizar en la historia de la lucha de clases en Euskal Herria también nos llevará más allá de nuestras fronteras, hasta encontrarnos con las raíces del capitalismo. Y una vez ahí a aclarar las claves para su comprensión; es decir, entender que como sistema de dominación no se trata más que de un acontecimiento histórico. El capitalismo no es una ley natural, ahistórica, una tendencia innata que la personas tenemos para relacionarnos entre nosotras. Al contrario, se trata de una síntesis social que se crea y se desarrolla en un momento muy concreto, que no ha existido anteriormente y que, por tanto, puede dejar de existir en algún momento. Desde la perspectiva histórica, esto nos conduce a asumir que necesariamente hubo de haber una existencia precapitalista. Y así, por ejemplo, veremos cómo el feudalismo existía en muchos países antes de que el capitalismo comenzara su expansión. Podemos considerar el feudalismo como un sistema de dominación social, ya que una clase dominante (nobleza, señores feudales, iglesia) se apropiaba sistemáticamente del trabajo realizado por la clases oprimidas (comunidades campesinas), haciendo uso para ello de su propio sistema jurídico, político, ideológico y represivo. Clase trabajadora y clase explotadora, por tanto, pero no capitalistas, ya que la dominación no se ejecutaba a través de los mecanismos propios del capitalismo (propiedad privada burguesa y compraventa de mercancías).

Dentro del mismo feudalismo también existían formas de dominación previas, entre los que hay que destacar el patriarcado. En realidad, los mecanismos sociales por los que los hombres se apropiaban del trabajo y el cuerpo de las mujeres eran mucho más antiguos que el feudalismo, pero el feudalismo supo absorber esa lógica patriarcal y ponerla a funcionar según sus intereses. De una manera parecida a la que después haría el capitalismo. Para el caso del patriarcado, tendremos que ir a la Prehistoria para analizar el contexto social en el que se creó, y así entender sus características y funcionamiento. En este caso, sin embargo, es todavía más importante entender cómo ha conseguido sobrevivir a lo largo de la historia y, a diferencia del feudalismo, lograr reproducirse y expandirse dentro del capitalismo.

En relación a los sistemas precapitalistas, conviene hacer una última mención. Como hemos dicho anteriormente, el feudalismo estaba sustentado sobre las comunidades campesinas; como consecuencia de la subordinación a la que estaban sometidas, debían ofrecer unos días de trabajo y/o parte de la producción a los señores feudales y a la iglesia. Sin embargo, muchas de esas comunidades vivían en los márgenes de los sistemas feudales y el poder y el control feudal no era total. En ese sentido, hay que subrayar que las rebeliones y levantamientos campesinos que se dieron en Europa durante siglos respondían a esa tensión de clase; los señores feudales tratando de acumular y centralizar de cada vez más el poder feudal, las comunidades campesinas defendiéndose de cada ataque centralizador.

Estas comunidades campesinas, bajo condiciones de subordinación más o menos severas, muchas veces eran capaces de mantener una estructura interna propia, con las características de lo que se conoce como economía natural; propiedad comunal, comunidad, sistema productivo enfocado al autoconsumo, importancia del trabajo colectivo… También disponían de instituciones democráticas básicas; concejos, asambleas de pueblo/aldea/valles… Todas esas características internas de las comunidades campesinas eran vestigios de lo que llamamos comunismo primitivo. En algunos lugares de Europa estas comunidades campesinas basadas en la economía natural sobrevivieron hasta el siglo XX, aunque para entonces ya estaban bastante desfiguradas como consecuencia de las dominaciones históricas que habían sufrido (feudalismo, patriarcado, primeras fases del capitalismo…).

Hemos dado con las raíces del capitalismo, y hemos comprobado cómo previamente había también oprimidos y opresores. Si realmente queremos analizar la historia de la lucha de clases no podemos olvidarnos de todo esto; la economía natural, el patriarcado, el feudalismo, los primeros comerciantes y burgueses que aparecen en torno a las ciudades. También los primeros imperios y monarquías que surgieron en la Prehistoria, las primeras formas de Estado; así como la génesis y expansión de las religiones monoteístas. El desarrollo histórico propició la combinación compleja de todos esos componentes precapitalistas, y el resultado, aparentemente, refleja gran diversidad, con particularidades en cada territorio y cada país. Sin embargo, podemos intuir una tensión que subyacía a cada una de esas realidades particulares: la acumulación de poder y la opresión por un lado, la determinación por vivir en paz y libertad por el otro. Las resistencias, revueltas, guerras y matxinadas surgidas hasta entonces, fueron el reflejo de la tensión entre esas dos fuerzas; el reflejo de la lucha de clases precapitalista.

Y después, el capitalismo; el sistema de dominación más universal y más poderoso que ha conocido el planeta. Con su aparición puso el tablero de juego patas arriba, desatando fuerzas hasta entonces inimaginables y acelerando la velocidad de la historia; la acumulación originaria, la imposición de la propiedad privada, la mercantilización de las condiciones de vida, el desarrollo de la industria, la competencia capitalista, la proletarización, la dimensión planetaria de la guerra… La burguesía, nueva clase social ascendente al servicio del capital, hizo uso de todo tipo de artimañas para generalizar las condiciones que permitieran la dominación capitalista. Aunque fue un proceso largo y complejo, tenía un único y preciso objetivo como meta: convertir en mercancía los elementos necesarios para la vida (medios productivos y reproductivos, la tierra, los recursos naturales que la tierra guarda, la fuerza de trabajo…). Es decir, superar la condición que estos elementos presentaban en los sistemas precapitalistas, liberarlos, y establecer las condiciones para poder comprar y venderlos sin límite. Al fin y al cabo, esa era la condición necesaria para reproducir y acumular capital permanentemente. Junto con todo esto, el desarrollo capitalista también abrió nuevas oportunidades para la lucha de clases: facilitar la solidaridad entre las oprimidas, socializar de la producción, despertar nacional e internacionalmente la conciencia de clase revolucionaria… De hecho, los mayores y más exitosos intentos revolucionarios que hemos conocido los hemos visto junto con el desarrollo del capitalismo, durante los siglos XIX-XX. Tendremos que analizarlos en profundidad, inspirarnos en sus virtudes y aprender de sus errores.

Por lo tanto, si queremos reconstruir la historia de la lucha de clases de Euskal Herria, tendremos que analizar todo lo presentado anteriormente en el contexto vasco: ¿Cómo se dio todo este proceso histórico en Euskal Herria? ¿Partiendo del comunismo primitivo, hasta cuándo resistieron las comunidades campesinas? ¿Cuál ha sido la historia y la resistencia de las mujeres en Euskal Herria, desde la implantación del patriarcado, pasando por la caza de brujas, y hasta la forma que la violencia patriarcal toma hoy en día? ¿Cómo ha sobrevivido Euskal Herria, su lengua y su pueblo trabajador, frente a los ataques de diferentes imperios y regímenes? ¿Cómo se desarrolló el capitalismo en Euskal Herria? ¿Cuál es el resultado de todo esto en la Euskal Herria actual? Interrogantes todos ellos ciertamente sugestivos, a los que por desgracia no podremos responder en esta ocasión, ya que nos extenderíamos demasiado. Prometemos, sin falta, darles respuesta en la próxima entrega.

 Euskera

Irailean argitaratu genuen aurkezpen idatzian aurrerantzean gehiago egongo zirela iragarri genuen. Datozen hilabeteetan argitaratzen joango garen idatzi sorta horretan lehenengoa, historiaren analisiari eskaintzea ikusi dugu egokien; zer da ba herri bat historiarik gabe? Nondik datorren ez dakien herriak nekez asmatuko du aurrera egiteko norabide egokia hartzen. Hala ere, historia modu askotan konta daiteke eta gehienetan garaileek kontatutakoa da jaso dezakegun historia bakarra. Euskal Herrian ondo baino hobeto dakigu hori; espainiar eta frantziar historiografia inperialistek gure existentzia historikoaren ukazioa izan dute helburu nagusietako bat (inguratzen gaituzten gainontzeko herri zapalduen ukazioarekin batera). Horri aurre egiteko badago euskal historiaren azterketan burubelarri tematzen denik; hori garrantzi handiko lantzat hartzen badugu ere, guk ez dugu historia justifikazio bezala ulertzen. Alegia, Euskal Herria existitzen dela ziurtatzeko ez dugu historiara jo behar; guretzako nahikoa da euskal jendarteak gaur egun erakusten duen borondate politikoarekin. Eta zentzu horretan, ukaezina da Euskal Herria, oraindik ere, bizirik mantentzen den errealitate politiko, ekonomiko, sozial eta kultural espezifikoa dela. Nola ez, euskal aberriaren existentziaz ari gara, analisi historikoarekin erabat lotua dagoena, aberria bera, historia ulertzeko modu zehatz baten emaitza delako.

Espainiar/frantziar historia eta euskal historiaren artean gertatzen den bezalaxe, Euskal Herriaren baitan ere modu ezberdinak daude historia eta aberria ulertzeko. Esate baterako, euskal abertzaletasunean garrantzi handia izan du euskaldunak “berezko” herri bat garela defendatu duen korronteak. Jeltzaleak izan dira ikuspegi horren adierazle nagusiak, baina ez bakarrak. Kasu horretan, euskaldunok nolabaiteko patu batek gidatutako gizataldea ginateke; Jaungoikoak gure odolean txertatu duen destinu eta izaera erromantikoa, alegia. Gaur egun azalpen jainkotiarrak eta arrazazkoak nahiko baztertuak egon arren, ikuspegi esentzialista horrek badu oraindik ere babes handia euskal jendartean: askok uste dute euskaldunok badugula zeozer, berezko sen bat, gainontzekoengandik ezberdintzen gaituena. Esentzialismo edo idealismo horren baitan, abstrakzio batetik abiatuta (esentzia, ideia bera) errealitatea erdiesten da eta horrekin batera gertakari historikoak. Gure ustez, baina, kontrako bidea hartu beharko genuke errealitatea ulertzeko. Alegia, euskaldunok, munduko gainontzeko herri guztiak bezala, historiaren emaitza gara, eta historia hori orain zapaltzen dugun lur honen gainean emandako gertakari material zehatzen ondorioa da. Zorionez edo zoritxarrez euskaldunok ez daukagu esentzialki bereizten gaituen ezer. Badugu, noski, subjetibotasun bereizi bat, baina horren jatorria erabat lurtarra da, ez dago “jainkorik” edo “izpiriturik” hor kanpoan. Subjetibotasuna, edo nahi bada, euskal “sena”, gertakari historiko material horiek euskaldunon pentsamendu eta sentimenduetan inprimatutako isla sinbolikoa baino ez da. Horrek ez du esan nahi errealitate sinboliko hori mespretxatu behar dugunik; positibismo erredukzionistenean jausteko arriskua izango genuke kasu horretan. Historia aztertzerako orduan, gertakarien zerrendatze hutsa baino, oinarri material horren baitan bizi izan ziren pertsonen subjektibitatea ulertzeko gai izan beharko gara; euren sentimenduak eta bizipenak ulertu, momentu historiko horietan hartu zituzten erabakiak ulertu ahal izateko.

Behin gure analisi historikoaren abiapuntu materialista ezarrita, beste gako bat azpimarratu nahiko genuke. Izan ere, aipatu gertakari historikoen azterketarekin hasi bezain laster ohartuko gara gurea ez dela historia baketsua izan; eta ez lur hauetako biztanleek horrela nahi izan dutelako. Gainontzeko herri asko eta askotan gertatu bezala, gurea ere erresitentziazko historia bat da; bere burua defendatzeko, bizirauteko, borrokatu behar izan duen herri baten historia. Inguruko potentzia eta inperio ezberdinen asimilazio saiakerei etengabe aurre egin behar izan diete lurralde hauetako biztanleek; Historiaurretik hasita eta gaur egunera arte. Eta erasoak ez dira bakarrik kanpotik etorri. Zenbat euskaldun oso, abizen guztiekin eta odolik garbienarekin, ibili dira kolonizazio lan zikinetan itsasoaz beste aldera? Horietako zenbat aritu dira euskal lurretan zapaltzaile lanetan burubelarri? Batzuetan interes propiorako, besteetan estatu arrotzen mesedetara zipaio lanetan, zenbatek saldu dituzte euskal neba-arrebak mozkin miserable baten truke?

Guzti horregatik uste dugu zapaltzaile eta zapalduon arteko lehiaren emaitza dela gaur egungo Euskal Herria. Historiaren motorra interes kontrajarrien etengabeko talka horretan kokatzen dugu eta horregatik historiaren amatasuna matxinadari aitortzen diogu, gizaldietan zehar zapaltzaileen aurrean altxatu direnei. Horrekin, euskaldunon aberriaren osagai nagusia ere identifikatzen dugu; askatasunaren aldeko etengabeko borroka, erresistentzia. Alegia, horrek baino ez du bermatu asimilazioari aurre egin eta herri bezala aurrera jarraitzeko aukera. Hortaz, euskal lurren eta hizkuntzaren defentsan, zapalkuntza forma ezberdinen aurrean borrokatu direnek osatzen dute euskaldunon aberria. Abstrakzioetatik haratago, klase borroka zehatzen emaitza bezala ulertzen dugu aberria eta bere sorburua den historia. Historia materialismotik ulertzen genuela esan dugunean honi egiten genion erreferentzia. Baina guk aldarrikatzen dugun historia haratago ere badoa; garapen historikoari buruzko ezagutza zientifikoa eskuratu nahi dugu, bai, baina ez artefakto akademiko neutral bat eraikitzeko. Zapalduon zerbitzura jarri nahi dugu historia, askapen prozesua elikatuko duen irakaspen eta inspirazio iturri bilakatuz. Zergatik gaude orain gauden egoeran? Nola gainditu egoera hori? Horretarako, euskal historian zehar emandako matxinada, altxamendu, iraultza saiakera eta erresistentzia horietako bakoitza eta bere protagonistak aztertu beharko ditugu; dela andre-gizonek gure mendietan emandako gudu epikoena, dela etxeetako egunerokotasunean milaka eta milaka emakumek erakutsitako erresistentzia izpi isilduenak. Eta hor topatuko dugu erronka nagusiena, historia hori ez baitago hizki larriz idatzia; ahaztuen historia da, behekoena, historia xehea. Iraultzaile bezala, gure ikerketa historiografikoa horiek azaleratzera zuzendu beharko genuke.

Baina zapalduen historian sakontzeak Euskal Herritik haratago ere garamatza, kapitalismoaren sustraiekin topo egin arte. Topo egin eta berau ulertzeko oinarrizko gakoak argitu; alegia, dominazio sistema bezala gertakari erabat historikoa dela ulertu. Kapitalismoa ez da lege natural bat, ahistorikoa, gizakiok gure artean harremantzeko daukagun berezko joera bat. Aitzitik, momentu oso zehatz baten eratu eta garatzen den sintesi soziala da, aurretik existitu ez dena eta ondorioz, momenturen baten existitzeari utzi ahal diona. Eta beraz, existentzia aurrekapitalista bat derrigorrean izan behar duena. Feudalismoa, esate baterako, kapitalismoa hedatzen hasi baino lehenago herrialde askotan nagusi zela ohartuko gara. Dominazio sistema bezala uler dezakegu feudalismoa, klase dominatzaile batek (noblezia, jaun feudalak, eliz-gizonak) sistematikoki bereganatzen zuelako klase zapalduak egindako lana (kanpesinoak, jopuak), horretarako sistema juridiko, politiko, ideologiko eta errepresibo propioa erabiliz. Langile klasea eta klase esplotatzailea, beraz, baina ez kapitalistak, dominazioa ez zelako kapitalismoan berezkoak diren mekanismoen bitartez ematen (jabetza pribatu burgesa eta merkantzien salerosketa).

Feudalismoa beraren baitan ere, aurretik zetozen beste dominazio formak ere bazeuden, patriarkatua esate baterako. Berez, gizonak emakumeen lana eta gorputzak sistematikoki bereganatzeko mekanismo sozialak feudalismoa baino askoz zaharragoak dira, baina feudalismoak patriarkatu hori xurgatu eta bere interesen arabera funtzionarazten jarri zuen. Kapitalismoak ondoren egingo zuen era berdintsuan. Patriarkatuaren kasuan, Historiaurrera jo beharko dugu sortu zeneko testuinguru soziala aztertzeko eta beraz, bere ezaugarriak eta funtzionamendua ulertzeko. Kasu honetan, ordea, are garrantzitsuagoa da ulertzea nola lortu duen historikoki bizirautea eta feudalismoa ez bezala, kapitalismoaren barruan erreproduzitu eta hedatzea.

Sistema aurrekapitalistei dagokionez, komeni da azken aipamen bat egitea. Aurretik esan bezala, feudalismoa komunitate kanpesinoen zapalketaren gainean eraikita zegoen; botere feudalari subordinatuak zeuden komunitateok urtero lan egun batzuk zein gainprodukzioaren zati bat eman behar zieten jauntxo eta eliz-gizonei . Hala ere, komunitate horietako asko sistema feudalen ertzetan bizi ziren eta botere eta kontrol feudala ez zen erabatekoa. Zentzu horretan, aipatzekoa da mendeetan zehar Europan emandako matxinada eta altxamendu kanpesinoek klase tentsio horri erantzuten zietela; jaun feudalak zenbat gehiago hartu nahi, kanpesinoak hala defendatu aurretik izan zituzten baldintzak.

Komunitate kanpesino horiek, subordinazio kondizio bortitz edo xamurragoen pean, askotan barne egitura propioa mantentzeko gai ziren, ekonomia naturala bezala ezagutzen denaren ezaugarriekin; jabetza komunala, komunitatea, autokontsumora zuzendutako ekoizpen sistema, lan kolektiboaren garrantzia… Oinarrizko egituraketa politikorako instituzio demokratikoak ere bazituzten; kontseiluak, herri/auzo batzarrak, kofradiak… Komunitate kanpesinoen barne ezaugarri guzti horiek komunismo primitiboa deitzen dugunaren aztarnak ziren. Europako zenbait lekutan XX. mendera arte ere biziraun zuten ekonomia naturalean oinarritutako komunitate kanpesino horiek, nahiz eta ordurako, jasandako dominazio historikoen ondorioz (feudalismoa, patriarkatua, kapitalismoaren lehenengo faseak…), nahiko desitxuratuta zeuden.

Kapitalismoaren sustraietara jo, eta aurretik ere zapalduak eta zapaltzaileak bazeudela ikusi dugu. Klase borroken historia aztertu nahi badugu horretan ere jarri beharko dugu arreta: ekonomia naturala, patriarkatua, feudalismoa, hiri inguruetan biltzen hasiak ziren lehenengo merkatari eta burgesak. Baita Historiaurrean agertutako lehenengo inperio eta monarkiak ere, edota erlijio monoteisten zabalpena. Garapen historikoak sistema aurrekapitalista horien arteko konbinazio konplexua sortu zuen, lekuan lekuko berezitasunekin. Hala ere, denen oinarrian bi indar kontrajarrien arteko tentsioa sumatu dezakegu: botere metaketa eta zapalkuntza alde batetik, askatasunean eta bakean bizitzeko determinazioa bestetik. Bi indar horien arteko tentsioen islada dira ordura arte emandako erresistentzia, matxinada, gerra eta iraultzak, klase borrokaren islada aurrekapitalista hain zuzen ere.

Eta ondoren kapitalismoa; lur planetak inoiz ezagutu duen dominazio sistema unibertsal eta boteretsuena. Bere agerpenarekin batera mahai jokoa hankaz gora jarri zuen, ordura arte imajina ezinak ziren indarrak askatuz eta historiaren abiadura azeleratuz; akumulazio originarioa, jabetza pribatuaren ezarpena, bizi baldintzen merkantilizazioa, industriaren garapena, konpetentzia kapitalista, proletarizazioa, gerraren dimentsio planetarioa… Denetariko bide eta trikimailuak erabili izan zituen burgesiak, kapitalaren ordezkaritza lanetan ziharduen klase sozial berriak. Prozesu konplexua izan bazen ere, helburu zehatz eta bakarra zuen jomugan: bizitzarako beharrezkoak ziren osagaiak (bitarteko produktibo eta erreproduktiboak, lurra, lurrak gordetzen zituen errekurtso naturalak, lan indarra…) merkantzia bilakatu. Hots, sistema aurrekapitalistetan horiek zuten kondizioa gainditu, askatu, eta mugarik gabe salerosi ahal izateko baldintzak ezarri. Hori baitzen, finean, kapitala etengabe erreproduzitu eta metatzeko ezinbesteko baldintza. Guzti honekin batera, klase borrokarako aukera berriak ere zabaldu zituen garapen kapitalistak: zapalduen artean elkartasuna bultzatu, ekoizpenaren sozializazioa, klase kontzientzia iraultzailearen ernatze nazional eta internazionala… Izan ere, historian ezagutu ditugun iraultza saiakera handi eta arrakastatsuenak ikusi izan ditugu kapitalismoaren garapenarekin batera, XIX-XX. mendeetan zehar. Horiek ikertu beharko ditugu, erakutsi zituzten bertuteetan inspiratu eta izandako gabezi eta akatsetatik ikasi.

Hortaz, Euskal Herriko klase borrokaren historia eraiki nahi badugu, analisirako elementu horiek gurera ekarri beharko ditugu: nola eman zen prozesu historiko guzti hori Euskal Herrian? Komunismo primitibotik abiatuta, noiz arte iraun zuten komunitate kanpesinoek? Zein izan da emakumeon historia eta erresistentzia Euskal Herrian, patriarkatuaren ezarpenetik hasita, sorgin ehizara edota egun biolentzia patriarkalak hartzen duen formara? Nola biziraun du Euskal Herriak, bere hizkuntzak eta herri langileak, inperio eta erregimen ezberdinen erasoen aurrean? Nola garatu zen kapitalismoa Euskal Herrian? Zein da guzti horrek gaur egungo Euskal Herrian utzi duen emaitza? Galdera sorta ederra bezain interesgarria, gure aldetik gaurkoan erantzunik ezingo duena jaso, gehiegi luzatuko ginateke eta. Hurrengo idatzirako utziko dugun ataza izango da hori.

 

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