Ningún estado ni gobierno tiene legitimidad sobre la clase trabajadora vasca
Aunque no lo parezca, Urkullu es un tipo jovial y risueño. El problema es que los discursos que ofrece aburren a su propia cara. De ahí su aspecto de androide recien sacado de alguna lonja clandestina de robótica de Confebask. No obstante, ya cansado de su vida gris, aquel día se propuso dar un golpe de efecto. Se puso el disfraz de Napoleón, se ajustó en la cabeza el gorro de papel de aluminio, se subió a la tarima, y bramó a los cielos y a los micrófonos: “Yo tengo el poder, soy el Rey de este Oasis”. Declaró la alarma y se fue por donde vino satisfecho consigo mismo sin declarar nada más, lo cual dejó la duda si la alarma debía encenderse debido a sus delirios de grandeza o a su egocentrismo.
Claro que en la competición tan concurrida en la clase política de chulos baratos, ocurre como en el mar, que el pez grande se come al pequeño, y los responsables políticos de la burguesía vasca aunque nos quieran hacer creer que repican las campanas mientras van en la procesión, hace décadas que tomaron la opción de ser un apéndice de la oligarquía española, y no les ha ido nada mal a sus bolsillos precisamente por ello, por más que discutan de vez en cuando sin levantar mucho la voz las tajadas a repartir para su banquete.
Y ahora, el gobierno español de salvapatrias ajenas, que precisamente tiene la bendición de gran parte de la derecha y socialdemocracia vasca como bloque psicofante del autogobierno inexistente y de ajuste a la legalidad, declara el estado de sitio para la clase trabajadora y la libertad de movimiento del mercado y la patronal, por donde además deberá apelotonarse (y contagiarse) la clase trabajadora. Y a poder ser todo ello con toneladas de españolismo sobre sus cabezas, despidos, recortes y represión cuando se tercie.
Lo cierto es que el poder en el estado español nunca ha dejado de estar centralizado, y esa centralización no es cosa simplemente de los gobiernos centrales, sino del capitalismo global y particular español que es el factor principal de ajuste, siendo los entes autonómicos en realidad no un factor de descentralización sino al contrario, el agarre legal de la dominación, el filtro burocrático mediante el cual el poder político español se relegitima y propaga a diario. Algo que en determinados casos puede llegar a ser totalmente prescindible.
Frente a todo ello, el pueblo trabajador vasco tiene dos opciones. Remar a favor de la modernización de la dominación burguesa española o francesa exigiendo políticas públicas o cualquier otro elemento disperso que siga justificando el orden social y político imperante difuminando el aplastamiento de clase y la dictadura de la burguesía. Y aunque no se diga explícitamente, aceptar la estructura del estado español burgués, la necesidad de empresarios decentes y de la libre empresa vigilada por el estado, del trabajo asalariado, y en general de toda la dominación de clase, eso sí, vigilada inútilmente a lo sumo por socialdemócratas desde las instituciones burguesas. O mandar a la basura estatutos, estatus y demás zarandajas como amejoramientos, conciertos y cupos todos ellos reliquias decimonónicas de guerras pérdidas, no la expresión de autogobierno ni mucho menos de libertad nacional, y hacer lo que por derecho corresponde al pueblo trabajador vasco que no es ninguna otra cosa que tomar las riendas totales de su presente y futuro sin ninguna dependencia ni al estado español o francés, ni a la UE, ni a la OTAN, ni tampoco a la burguesía vasca coparticipe de todo lo anterior, y crear la estructura política independiente tanto de poderes políticos ajenos como de una clase parasitaria ajena o “autoctona”.
Nunca han sido solo los clásicos “poderes fácticos”. El capital mediante el monopolio de la sanidad, pública o privada, nos hace más dependientes y nos controla. La medicina es utilizada como un instrumento mas de control social al igual que la policía, la religión, los medios de comunicación para perpetuar el poder. Y no cabe otra opción que la clase trabajadora se haga con “la sanidad” como con todo lo demás, y eso requiere una estructura política cualitativamente muy diferente y un poder político que deje de estar en manos del capital. Una Euskal Herria independiente y socialista no es un mero proyecto político. Sino la única tabla de salvación. Y ante todo lo que nos va a venir por delante hagamos de Euskal Herria un punto de enganche de todas nuestras rebeliones y para todas las rebeliones del mundo.