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Nacionales E.Herria :: 16/11/2003

Testimonios de 3 ciudadanos vascos torturados por la Ertzaintza en septiembre de este año

Santurtziko Torturaren Kontrako Taldea
Estos son los testimonios de las torturas padecidas por los ciudadanos vascos Ziortza Fernandez, Ana Lopez y Rober Sainz, a manos de la policía vasca (Ertzaintza) tras una operación policial en Septiembre de 2003 en Bizkaia.

ZIORTZA FERNANDEZ LARRAZABAL (Portugalete).

Me detuvieron el 4 de septiembre, sobre las cuatro de la madrugada en casa de mi madre. En aquel momento nos encontrábamos en casa mi madre, mi hermana y yo. Me detuvo la Ertzantza. Me leyeron la orden de detención, no me la enseñaron, era una orden dictada por Teresa de Palacios, y me dijeron que me acusaban de “pertenencia a banda armada”. Seguido me leyeron mis derechos.
Eran sobre las cuatro de la mañana. Cuando estábamos las tres en la cama, oímos unos golpes muy fuertes en la puerta, a la vez que gritaban “policía, abran la puerta”, una y otra vez. Yo pensé que iban a echar la puerta abajo. Después pude ver que tenían una maza, por lo que pensé que los golpes los habrían dado con ella. Fue mi madre quien abrió la puerta, y pude ver unos escudos gigantes, cascos con frontales y escopetas o algo del estilo. En aquel momento oí mi nombre y gritaron que saliese enseguida. Yo estaba con una camiseta y en bragas pero aún así me gritaron que saliese enseguida. Hicieron un pasillo y salí entre empujones, hasta que me pararon en el descansillo. Me pusieron contra la pared y uno de ellos me empezó a cachear. Yo intenté girarme y volver la cabeza porque pensé que quien me estaba cacheando era un hombre, pero me di cuenta que la persona que estaba encapuchada era una mujer. Nada más acabar me esposaron en la espalda, me colocaron las esposas muy prietas, y aunque se lo dije, les dio igual. Pedí ropa, ellos andaban de un lado para otro (no sé cuántos estaban porque yo seguía contra la pared), pero hacían mucho ruido. La chica me trajo unos pantalones, antes me habían tapado la cabeza con una camiseta. Los pantalones eran pequeños, pero aún así ella insistía en que me los pusiese, pero en cuanto se dio cuenta, me los quitó y me trajo otros. Estos eran de mi madre, los tenía grandes, pero me llevaron con ellos. En aquel espacio de tiempo, les sacaron a mi madre y a mi hermana al piso de arriba. Le dije a mi madre que me acusaban de pertenencia, y uno de los ertzainas me empujó y me dijo que estaba incomunicada y que no podía hablar. Mi madre y mi hermana estaban fuera de casa, yo también, y en cuanto llegó la secretaria de nuevo me metieron en casa. El ertzaina que estaba todo el tiempo conmigo llevaba puesto un buzo ignífugo y los demás iban vestidos con ropa de calle o ropas especiales.
Hicieron el registro delante de mí, pero ellos andaban por toda la casa. Yo se lo dije en un par de ocasiones a la secretaria. Se metieron en el baño, en la cocina y creo que también en la sala. La secretaria me decía que estuviese tranquila, que solo estaban ellos. Yo le dije que no había nadie de mi familia presente y que porqué tenían que estar por la casa. No me hizo caso. El registro fue bastante bien, todo lo que sacaban intentaban dejarlo en su sitio (la ropa, los libros...). Mi madre y mi hermana no pudieron entrar en casa hasta que me llevaron a mí.
Antes de que acabase el registro le dije al ertzaina que estaba conmigo que me colocase las esposas un poco más suaves, porque me dolían mucho las muñecas, y me las aflojó. También me dejó ir al baño (era el más tranquilo de todos) porque estaba con el periodo, pero cuando le chica me volvió a esposar, me las puso muy prietas.
Cuando acabaron en casa, sobre las 7.30 de la mañana, me metieron en una furgoneta de antidisturbios, y me llevaron hasta donde tenía aparcado el coche, que estaba en la calle de al lado, y comenzaron a registrarlo. Mi madre se intentó acercar. A mí me dijeron que no le mirase, pero les expliqué que el coche era de mi madre. Aún así, le echaron de allí, yo solo podía mirar al coche. Al acabar, me volvieron a meter en la misma furgoneta, sentada en la parte trasera, y me `pusieron una tela blanca plastificada por encima, y me llevaron a Arkaute. El viaje aunque fue incómodo, fue tranquilo.
En el traslado a Madrid, íbamos en el coche, dos ertzainas delante, y detrás conmigo una ertzaina mujer. El viaje fue bastante brusco. Me pusieron unas muñequeras de esas que se utilizan cuando tienes lesiones, y por encima las esposas, en esta ocasión flojillas. La mujer me obligó a llevar la cabeza agachada durante todo el viaje. Yo en ocasiones me movía un poco porque aquella postura me provocaba dolor de espalda, pero me dijo que le ponía nerviosa y que me quedase quieta de una vez. Le dije que estaba mal, pero me dijo que me callase. Al acercarnos a la Audiencia me dijo “que no se te ocurra levantar la cabeza”, y por si acaso colocó su mano sobre mi cabeza para que no la levantase.
Cuando estaba en Arkaute, pensaba que estábamos mucha gente, porque en casi todos los calabozos había botellas de agua, como en el mío, y estaban abiertas.
Nada más llegar a Arkaute me llevaron a un calabozo. Me quitaron las esposas y creo que me volvieron a leer los derechos, aunque no estoy segura. Yo estaba contra la pared, y entraron dos o tres ertzainas y me dijeron como iba la historia. Me explicaron que siempre que abriesen la ventanita que tenía la puerta o que entrase alguno, tenía que estar con las manos a la espalda, la cabeza agachada y de frente a la pared, que aquello podía ir bien o ser un verdadero infierno, que todo dependía de mí. Todo esto me lo dijeron entre gritos al oído. Creo que cerraron la puerta y se marcharon. Yo tenía tanto miedo que me mantuve unos minutos en aquella postura por si volvían, y lo hicieron enseguida. Entraron otros tres o cuatro, siguieron gritándome “sabemos que eres de ETA y que nos has intentado matar, el coche trampa de Bilbo te lo vas a comer” y un montón de cosas más. Uno se reía y me dijo que mi compañero se había hecho el gudari y estaba a punto de morir con dos tiros en el cuerpo, alusiones a la Guardia Civil, “que os pensáis que somos...”. Me daba detalles de los disparos y se seguían riendo. Otros gritaban, yo les decía que no tenía nada que ver y me gritaban más y más cerca. Los calabozos serían de unos tres o cuatro metros por dos con algo de ancho. Había una cama de piedra, una luz que siempre estaba encendida, un respiradero, una puerta metálica con una ventanita por la que miraban cada equis tiempo. Yo, en la celda, al principio les decía todo el rato que no tenía nada que ver. Antes de marcharse me dijeron que había cinco días por delante, que reflexionase, que todo estaba en mis manos.
Se marcharon, y creo que entonces apareció “el bueno”. Me hablaba en euskera y me dijo que era mejor que colaborase, que me veía débil y que me lo iba a pasar muy mal. Luego me sacaron a hacerme la ficha policial (huellas, fotos, vídeo...). Estos ertzainas estaban encapuchados.
Al principio, cuando llegué a Arkaute, casi todos los ertzainas que veía estaban encapuchados. Luego solo la llevaban los y las que se ocupaban de sacarme al baño, interrogatorios y/ o me daban la comida. Pero creo que los que participaban en los interrogatorios iban con gorras. Alguno llevaba un puf de algodón, pero como yo en todo momento tenía que permanecer con la cabeza agachada, no les veía. Me avisaron que no se me ocurriese mirarles a la cara.
Según fueron pasando los interrogatorios, estos eran más tranquilos, había dos grupos, cada uno era de dos o tres ertzainas, a los que si les veía la cara.
Durante los cinco días me ofrecieron de comer, beber, ir al baño y me proporcionaban támpax y compresas. Pude ducharme dos veces, una fue antes de ir a la Audiencia. Me proporcionaron muda y ropa limpia de otra detenida. Bebí agua, comí algún yogurt y alguna pieza de fruta. Cronológicamente, diría que los interrogatorios y la detención en sí fue de más fuerte a más suave. Aunque no lo recuerdo muy bien, diría que sufrí tres tipos de interrogatorios. Creo que serían tres o cuatro los más duros. El traslado a cualquier sitio era siempre con las manos detrás y el cuerpo totalmente agachado hacia delante. Cuando llegaba a la sala de interrogatorios, me ponían de pie con las manos detrás y la cabeza agachada, contra una esquina de la habitación. Había varias salas donde se realizaban los interrogatorios, pero eran casi todas iguales, menos una que era rectangular y con un espejo. La sala tenía una mesa y tres sillas. Cuando empezaba la música (un casete que tenían en el pasillo), que estaba muy alta era cuando empezaban los interrogatorios. La música, en ocasiones era la radio (40 principales...), luego una cinta creo que de AC/ DC, muy alta también, música que resultaba muy estridente.
Yo no sé los ertzainas que podía haber en los interrogatorios, serían cinco o seis. Uno daba portazos, abría y cerraba la puerta dando golpes muy fuertes. Otros daban patadas a las sillas, las tiraban contra el suelo, creía que iban a destrozarlo todo, y otros dos o tres me gritaban al oído hasta que me dolía. Estos tres o cuatro interrogatorios fueron iguales, y el tema era mi pertenencia, ekintzas y pisos... Yo lloraba y les decía que no sabía nada de aquello, y se ponían todavía más violentos. Me gritaban “puta llorona, deja de llorar, qué clase de gudari eres, tu compañero ya ha reconocido ser un gudari de ETA con orgullo”. Cada uno me agarraba de un brazo y me zarandeaban muy fuerte, hasta darme con la cabeza contra la pared, como si fuese un muñeco. Llegaron a dejarme u pequeño hematoma en el brazo de lo fuerte que me sujetaban por los brazos. Yo seguía llorando y ellos me gritaban más. Me hicieron alusiones a mi vida sentimental, que todos mis compañeros habían acabado en el comando Bizkaia, que si me gustaba follarme asesinos... Uno de ellos se puso muy nervioso porque yo seguía negándolo y entonces me empezó a insultar. Yo mientras tanto, podía oír otro interrogatorio, que era muy duro también, creo que era en la sala de enfrente. Este ertzaina me decía “hija de puta, vas a bailar, te voy a hacer bailar, esto no es nada, va a echar las tripas por la boca, aquí ya están todos cantando y tú también lo vas a hacer, vas a desear suicidarte, morir”. Me decían todo tipo de amenazas, me daban a entender que lo peor eran las salas de enfrente, que yo era una mierda, una débil, y que no lo iba a aguantar ni dos minutos. En una ocasión me hicieron poner los brazos contra la pared y abrir un poco las piernas. Como no contestaba a lo que querían, me daban patadas en las piernas, de manera que cada vez se me abrían más. Me temblaba todo el cuerpo. Cuando tenía las piernas totalmente abiertas, me temblaban tanto que me iba desvaneciendo e iba bajando los brazos. Me decían que no me podía ni mover, hasta que me temblaban tanto las piernas que me iba a caer y me pusieron una silla. Seguía contra la pared. Uno de los ertzainas me dijo que descansase un rato y que reflexionase, porque había algunos que me tenían muchas ganas por lo de Bilbao, y que si quedaba en sus manos lo pasaría muy mal. Así fueron estos tres o cuatro interrogatorios; gritos, música y golpes con la puerta y las sillas.
Sufrí otro tipo de interrogatorios, en los que yo permanecía sentada en una silla, algunas veces contra la pared y otras de espaldas a ellos. Yo veía a uno de los ertzainas, el resto estaba detrás de mí. Estos eran más tranquilos, pero siempre había un ertzaina desquiciado “se está riendo de nosotros, el buen rolo se ha acabado”. Me hablaban por detrás, me agarraban de los hombros con guantes de cuero, me daban algún empujón, y también, a veces, me gritaban. En una ocasión, uno de ellos, por detrás se puso a tocarme o a acariciarme el pelo. Yo di un salto y me preguntó si le iba a denunciar por vejaciones sexuales. La inseguridad la producía el tenerlos detrás, no saber que iban a hacer, no verles, solo sentirles. En alguna ocasión me volvieron a poner de pie porque decían que les estaba mintiendo. Lo intercalaban con conversaciones y risas sobre mi vida personal, mis amistades, familia, que mi compañero tenía la culpa de que yo estuviese allí, alusiones a mi debilidad, “si no aguantan ellos, tú no lo vas a aguantar”.
Y el tercer tipo de interrogatorios que sufrí fueron una vez había hecho ya la declaración policial. Me ofrecieron tabaco, coca- cola, agua, un trato favorable. En este tipo de interrogatorios también estaba sentada en una mesa, con dos o tres ertzainas. Uno siempre estaba más tranquilo, otro, en cambio, nervioso, siempre con la amenaza de que aquello (tan bueno) se podía acabar y podían volver a dejarme en manos de los otros, que yo creo que en realidad eran los mismos jugando diferentes roles. A veces estos interrogatorios tranquilos, también eran estando yo contra la pared. Según iba declarando se iban tranquilizando, pero aún así había uno de ellos (el que me había dicho que mi compañero estaba muy mal) que seguían insistiendo en que no estaba diciendo todo, me decía que él me había estado controlando y que sabía que yo estaba más metida. Me asustaba con prontos violentos, me gritaba, daba patadas a una silla... Su compañero, “el tranquilo”, le pedía que se tranquilizara, que nos dejara solos, y el que estaba violento antes de irse me amenazaba “te doy diez minutos, luego vuelvo yo y no tengo tanta paciencia”.
Durante los cinco días los ertzainas que participaban en los interrogatorios eran los mismos, se iban turnando. Sabían cuales eran mis puntos débiles; la niña que cuido, mi madre, mi perra... y en los interrogatorios “hablamos” de todo: lucha armada, mis visitas a la cárcel, dónde, con quién ando... Sabían que aquello me hundía mucho.
El primer día, al poco de llegar, después de entrar los primeros ertzainas en el calabozo, empecé con taquicardias y con vómitos. Les dije que sufría de ansiedad y me trasladaron al hospital. Allí también me mantuvieron esposada a la espalda y totalmente agachada. Me vieron un médico y un siquiatra, y me recetaron “Valium” cada doce horas. En comisaría me dieron las pastillas, aunque seguí vomitando, y en alguna ocasión con sangre, me ayudaron a estar más tranquila y poder dormir los ratos que me dejaban. Para ello, para dormir, nos proporcionaron una esterilla y una manta.
A veces resultaba difícil, quizás era lo más duro, en cuanto encendían el radiocasete a tope y empezabas a oír los gritos, los portazos... sabías que empezaban de nuevo los interrogatorios, y que aunque tú estuvieses descansando, te percatabas de que había alguien pasando un infierno. Sí, aquel rato se hacía muy largo, y yo llegué a desear que me sacasen de allí, porque era una agonía permanecer oyéndolo, esperándolo.
Otra cosa que me pasó, era que entre los interrogatorios duros y los del medio, llegué a preferir el estar contra la pared, los gritos, la postura extenuante en la que me obligaban a permanecer, la amenaza continua, unos ertzainas detrás de ti... que los otros interrogatorios.
Las forenses vinieron todos los días, siempre de dos en dos. El primer día no sabía quienes eran, me tuvo que decir la forense que levantase la cabeza. Antes de visitarles, siempre nos dejaban descansar un rato, y algunos de los ertzainas cuidaban más las formas, otros te llevaban agachada hasta allí. Con los forenses (creo que en los dos primeros días vinieron unos y luego los otros) muy bien. Me vieron el hematoma, me lo midieron y tomaron nota de ello. Me revisaron todo el cuerpo por si acaso, me tomaron el pulso, la tensión, recogieron muestras de orina todos los días. La de los primeros días, la conocía, era de mi pueblo. El trato fue muy correcto, la verdad, muy bien. Fui tratada como una persona. Le expliqué lo que estaba pasando. Anotó todo, me aconsejó que comiese algo a causa de los vómitos. Les dijo a los ertzainas que saliesen de la habitación y que cerrasen la puerta. Ellos esperaban en la puerta. Los ertzainas antes de llevarme ante la forense me hacían muchos comentarios sobre si denunciaría torturas, yo al principio tenía mucho miedo, ya que no sabía dónde irían a parar los informes que hiciese, pero la forense me tranquilizó y me dijo que irían directos a Madrid.
Cuando estaba en uno de los interrogatorios suaves, los ertzainas me repetían “aquí estás fumando, hablando tranquilamente, luego diréis que la Ertzantza tortura, el manual...”. Tenían u informe sobre mí, con fotografías mías alguna me la habrán sacado en la calle, donde había una frase en mayúsculas “ODIA A LA ERTZANTZA Y AL PNV”. Con esto también me machacaron en algunos interrogatorios.
Me trasladaron al Hospital Santiago. Una ertzaina estuvo todo el tiempo presente, con lo que no pude hablar del porqué de mi estado, de porqué estaba así. El traslado al hospital no fue nada bueno (esposada detrás...), así que aunque “el majo” me preguntó si quería volver al hospital de nuevo, porque seguía devolviendo a pesar de los “Válium”, le respondí que no.
A parte del ertzaina que me hablaba en euskera, “el majo”, una de las ertzainas que me llevaba al baño... era la que me daba los”Válium” y me proporcionó támpax... Este último fue el que me vino a la celda y me dijo que me subiría a declarar, que lo estaba haciendo muy bien, que si lo hacía como en el último interrogatorio todo iría bien, y que al bajar nos volveríamos a ver. Yo esto lo tomé con un doble sentido, si lo hacía mal...
Me subieron a una sala, ya era todo mucho más tranquilo, entre las 12.00 y las 13.00 horas. Un ertzaina estaba sentado en el ordenador, otro era el que hacía las preguntas, y allí también estaba mi abogado (de oficio), que estaba de mero espectador. Una cosa que me llamó la atención fue que el que apuntaba, lo hacía a mano y luego lo transcribía en el ordenador, con lo que la toma de declaración se alargó 3 ó 4 horas. Después me dieron la declaración para leerla y cambié algunas cosas. Aunque al principio no tenía fuerzas ni ganas, luego decidí leerlo todo bien, y cambié algunas cosas porque no estaban bien. Me hicieron una prueba caligráfica y la de ADN.
Cuando terminé la declaración y me bajaron (las preguntas que me hicieron en la declaración era mucho más superficiales, sin tantos detalles), me volvieron a llevar al calabozo, y estando allí, volvieron a entrar con la carpeta. Esta carpeta la traían y la llevaban. Me decían que luego ponían las de todos en común con los ”jefes”, y que había cosas que no cuadraban. Había veces que volvían y me decían que sí. En otras ocasiones, empezaba todo de nuevo, me ponían de nuevo contra la pared y comenzaban los gritos, la cuestión era que me decían que no lo había contado todo arriba, que había omitido cosas que les había dicho a ellos. Yo pensaba que todo comenzaría de nuevo. Les dije que había contestado a lo que me habían preguntado, que las preguntas habían sido diferentes. Creo que estuvieron en el calabozo conmigo unos minutos, y se marcharon. Entonces volvió “el bueno” y me dijo que lo había hecho muy bien, que descansase, que pronto me iba para Madrid.
El segundo o tercer día de incomunicación entró un encapuchado al calabozo para decirme que se me prorrogaba el periodo de incomunicación a cinco días, aunque ellos desde el principio me decían que iba a estar allí cinco días.
La noche que nos llevaron para Madrid, aquella madrugada nos visitó el forense. Con las visitas de los forenses iba controlando un poco el tiempo que iba transcurriendo.
Por un momento pensé que acabaría con el síndrome de Estocolmo, bueno no tanto, pero es que todo pasaba de interrogatorios muy duros a conversaciones sobre cualquier cosa... Este tipo de interrogatorios eran muy largos.
La última noche, sobre las 4.00 ó 5.00 de la madrugada ,e dijeron que me preparara. Entró “el bueno”, y me dijo que estuviese tranquila que iba para Madrid, que me aferrase a lo sentimental que así todo iría bien. Me deseó suerte y me ofreció la mano, y también otros que estaban en el pasillo y que también habían participado en los interrogatorios. Todos estaban con lo mismo, me desearon suerte y el tema sentimental, que así saldría pronto, que si salía pronto les tenía que pagar una cerveza, o una botella de champagne. Se quitaron los guantes de cuero para ofrecerme también la mano. Uno de estos ertzainas me dijo que había estado de fiesta conmigo y que yo no había aceptado una cerveza a la que me había invitado, que ahora me tocaría pagar a mí. Entonces llegó la que me traslado a Madrid. Me esposó con las manos delante, me hizo agacharme por completo, de malas maneras, me introdujeron en el coche y en unos pocos minutos salimos. Yo calculo que iríamos unos cuatro o cinco coches, pero lo único que supe de los otros detenidos era en los interrogatorios, y que a uno de ellos que estaba en el calabozo cerca del mío, le daban “Ventolín”.
En la Audiencia el trato fue correcto, la que me trasladaba me mantenía el “tronco” agachado. El policía nacional me dijo que levantase la cabeza, me ofrecieron comida, desayuno y estuve con la forense. La celda estaba bastante sucia y con mal olor, pero bueno... Tomé el café y me volvieron las taquicardias, los vómitos... Me sacaron por segunda vez donde la forense, a esta le expliqué todo, pero creo que a grandes rasgos. Me dio media pastilla de “Orfidal” (creo), me dijo que aquello me tranquilizaría, que no me daba más para estar espabilada ante el juez. Yo en aquel momento me encontraba bastante mal, peor que cuando llegué, me había dado el bajón. La forense pidió que me subiesen cuanto antes a declarar, me dijeron que era la última y que me subían ya. La forense me dejó estar con ella en su consulta hasta terminar, y subió conmigo.
Declaré delante de Andréu con una abogada de oficio. El trato fue correcto, Andréu me recordó mis derechos. Las preguntas fueron bastante por encima. El fiscal no sé si solo me hizo una y mi abogada ninguna. Me leyeron la declaración, estaba conforme y la firmé. Mi abogada pidió mi libertad, bastante bien razonado. Me dejaron hacer una última alegación para negar mi posible fuga. Y lo que no recuerdo es qué le conté al juez sobre mis días en comisaría. Tengo alguna laguna. A la forense le enseñé el hematoma.
Una vez en la cárcel, y sobre todo los primeros días, el dolor de espalda era muy fuerte, pero por desconocimiento o por la situación en la que entras, no fui al médico; con unas cremas musculares y unos masajes se me ha ido pasando.
Hay noches en las que me cuesta dormir (en la cárcel me han dado, en u principio algo más fuerte, pero luego valerianas), y me vienen ciertos interrogatorios a la cabeza, lo que me condicionó el estar engañada para buscar una auto inculpación. Al principio sobre todo los gritos me ponían muy nerviosa y me volvían las taquicardias si alguien venía por detrás, me agarraba del hombro por la espalda.
Como en los últimos interrogatorios fueron suaves, el trato fue correcto, ellos comparaban constantemente su trato con el de la Guardia Civil, cosa que provocaba en mí dos consecuencias: desear que volviesen los interrogatorios duros, desear que si mis compañeros estaban así, yo les oía, deseaba que acabase la incertidumbre y que me sacasen a las salas aquellas. Esto lo pensaba cada vez que oía la música y pasaban por delante de mi puerta.
Y el sentimiento de no haber sido torturada, de no haber sufrido malos tratos, que todo había ido bien. No me he dado cuenta de todo hasta escribir este testimonio, no me he dado cuenta de lo que me ha afectado o la tortura que he sufrido..., aún sabiendo que otros compañeros han podido sufrir mucho más que yo.
Ya sé que en otras ocasiones otros detenidos también lo han dicho pero a mi lo que más daño me ha hecho han sido las mentiras, que la gente no crea nada. Querría hacerle llegar esto a la gente. Aún así, estoy bien, fuerte. Pero más duro o peor que los interrogatorios es la historia de las declaraciones.


ANA LOPEZ BARRIO (Portugalete).

Todo empezó el 7 de septiembre a eso de las 4 h de la madrugada. Estábamos yendo para casa dos amigos, Roberto y yo, cuando un coche se nos acercó por detrás, se bajaron cuatro personas encapuchadas obligándonos a tirarnos al suelo.
Íbamos en nuestro coche, yo me bajé y un hombre me empujó hasta tirarme al suelo. Me golpearon en la espalda con algo duro (creo que era una pistola porque luego vi que la tenía en la mano), poniéndome las esposas a la espalda, me daba continuos golpes contra la carretera. Yo gritaba quiénes eran pero no me contestaban.
Me metieron en un coche llevándome a una comisaría que me dijeron que era Bilbao. Me llevaron con la cabeza entre las piernas. Cuando llegamos un agente de la Brigada Móvil apareció, y en aquel momento me di cuenta que era la Ertzantza.
Me metieron en una celda grande de unos cinco metros de largo por cuatro de ancho que tenía un banco de cemento al fondo. Allí empezó el interrogatorio con un agente de paisano encapuchado, de 1.60 más o menos, ojos claros. Me zarandeaba por el brazo gritándome dónde estaba no sé quién, yo le contestaba que no sabía. En un momento dado sacó su pistola, la llevaba con unas cintas por la espalda y me dijo “esto va en serio”.
Después me llevaron de nuevo a Portugalete, donde me habían detenido. Me llevaron a mi casa donde vivo con mi pareja, Roberto. Allí estaba él, junto con 10 ó 12 agentes, y un hombre de paisano me dijo que era el secretario judicial de Baracaldo. Entre los agentes había dos o tres vestidos de paisano y encapuchados, y me llevaban con ellos de una habitación a otra mientras miraban mis cosas y lasa de Rober. Algunas las cogían para sacarles fotografías, todo lo que miraban eran cosas personales, como fotografías de viajes nuestros, comuniones, bautizos etc. También agendas con teléfonos del trabajo o de amigos y la familia. El secretario no podía ver todo lo que registraban y cogían por el tránsito los agentes en la casa. Después de bastante tiempo me pidieron las llaves y se quedaron varios agentes en la casa. A nosotros nos llevaron a Arkaute.
El viaje de vuelta fue en un coche con dos agentes atrás, me dolía la espalda por los golpes y tenía heridas en los pies, la rodilla y los codos por la detención. En el coche iba esposada a la espalda.
En Arkaute me metieron en una celda de unos cuatro metros de larga por tres de ancha, con un banco de cemento al fondo. Entró en la celda un hombre de 1.75 ó 1.80, moreno de ojos negros, con algo de tripa, parecía sudamericano. Me gritaba que me pusiera en el centro de la celda de espaldas a la puerta y con las piernas flexionadas y las manos detrás. Le dije que no podía porque tenía hernia discal y me habían golpeado. Le dio igual, me contestó que sino me ponía yo, me pondría él y así lo hizo, dándome patadas en las piernas y aplastándome la cabeza con sus manos. Gritaba preguntándome por alguien, yo le contestaba que no sabía, entonces salió de la celda dejándome sola. Pero seguido entraron cinco hombres altos, muy altos de 1.90 más o menos, con buzos negros y me empujaron hacia la pared aplastándome y gritando. También estaba el anterior agente. Yo tenía mucho miedo y empecé a llorar. Luego se quedó el primer agente y volvió a forzarme para que estuviera en medio de la celda, con las piernas flexionadas y los brazos en cruz. Yo lloraba, me dolía mucho la espalda. Seguía gritándome al oído, a ver dónde estaba no sé quién, me zarandeaba y me daba golpes en la nuca con la mano. Me decía que iba a confesarlo todo, que me quedaban cinco días de infierno y que aquello no era lo peor. Pasó un tiempo que a mi me pareció eterno y se marchó.
Entró una agente encapuchada, me mando desnudarme, me quedé en ropa interior. Me cortó las pulseras y el cordón del pantalón, le dije que se me caían, pero le dio igual.
Entró el hombre anterior, me dijo que era extraño que no hubiera cantado después de los me habían hecho y que me llevaban al hospital. Antes volvió a intentar que estuviese flexionada. Mientras me gritaba, también me tocó un pecho
Todos los traslados desde la celda me llevaban con la cabeza agachada y las manos hacia atrás. Me dolía la espalda, me dolía mucho, yo se lo decía, pero les daba igual. Incluso algún agente me agachaba más la cabeza.
La ropa que llevaban los agentes eran pantalones de chándal o vaqueros con camisetas negras y playeras o botas.
Me sacaron de la celda llevándome hacia la izquierda, pasamos una puerta y había un garaje con un coche patrulla. Me esposaron detrás y me metieron en el asiento de detrás, sola. El asiento era de plástico duro y como conducían muy rápido me golpeaba contra él. Se lo dije pero les dio igual.
Llegamos al hospital, y vi en una bata que ponía “Hospital de Santiago”. Después de registrar mis datos me llevaron a un cuarto en el que me quitaron las esposas y junto a otra agente me reconocieron. Me mandaron tumbarme y me dijeron que me quitase la ropa. Me preguntaron cómo me había hecho aquellas heridas, les conté que fue contra la carretera, en el momento de la detención. Me curaron con Betadine y me vendaron una de ellas, la de la pierna izquierda. Me pusieron una inyección del tétano, les pregunté si era perjudicial si estaba embarazada, y me dijeron que no. Me llevaron a otro cuarto, vino un médico, me volvió a preguntar cómo me había hecho las heridas. Le volví a contestar que me las habían producido los agentes en la detención. Me preguntó si creía que estaba embarazada, le dije que tenía un retraso de algunos días.
Volvimos a Arkaute. La vuelta fue más tranquila. Me metieron en otra celda, esta era al final del mismo pasillo, pero a la izquierda. La celda era algo más pequeña. Entraron a sacarme para huellarme y sacarme una foto.
A partir de ese momento no entraron más para interrogarme sino que me sacaban a habitaciones, tipo despachos.
Calculo que sería el domingo por la tarde cuando empezaron con lo de la música, ponían distintos tipos, a veces grabaciones de Euskadi Gaztea, y a veces música tétrica o heavy. Cuando eran estas últimas las que ponían subían muchísimo el sonido, era imposible dormir o descansar y siempre coincidían con golpes de puertas metálicas como la de mi celda, y de alaridos de dolor. Si no se oían golpes sabía que me tocaba a mí, era una verdadera tortura esperar a cuándo viniesen, al igual que el oír que gritaba otra persona. Cuando ponían “Euskadi Gaztea” la bajaban de tono, era como para que bajáramos la tensión, jugaban continuamente con aquello; bajar o subir la tensión. A mi aquello me rompía los nervios y no hacía más que llorar cuando empezaban con aquello. Así estuvieron los cuatro días casi de continuo.
Aquel domingo me sacaron hacia una habitación en la que se interrogaba. Según se salía de la celda era bastante cerca, a la izquierda. Allí estaban dos agentes, uno moreno de pelo rizado, de 1.80 m y ojos negros, de unos cuarenta años. Estaba sentado en una mesa, la mesa era en forma de “L”. El otro agente era un poco más bajo, pelo moreno liso y ojos negros, también era de 35 a 40 años, era algo más delgado. Este se ponía detrás de mí, muy cerca. Al principio estaba de pie contra la pared, luego me dejaban sentarme. La habitación era blanca y tenía una luz muy potente en el techo.
El más bajo de los dos me insultaba continuamente, “zorra” y un “alias” que decía que era el mío. Yo lo negaba. Insultaba a mi novio que también estaba detenido diciéndome que era un mongolo, un oligofrénico etc. que no éramos ni abertzales ni nada. Me decía que iban a detener a mi madre, que estaba en el “ajo”, que si éramos un comando etc. que mi hermana me pasaba información para atentar contra ellos etc. Yo lo negaba todo. También había en otros interrogatorios un agente que se hacía el “Euskaldun”, que él sí era abertzale, no como yo, que era escoria, que me iba a hacer hablar, que tenían una técnica y que hasta los del “Erakunde” caían. Cuando estaba con este agente me llevaban a otro cuarto que estaba saliendo de la celda a la derecha. Estaba más lejos que el otro cuarto. También tenía una mesa blanca, una potente luz en el techo y tenía un ordenador. Allí me ponían de cara a una esquina mientras entre 2 ó 3 me gritaban al oído interrogándome.
Otro interrogatorio que sufrí, fue con un agente rubio de ojos claros, con la cara marcada por el acné, de 1.65 más o menos y de 35 a 40 años. Este nos puso una grabación de una persona detenida en la que se autoinculpaba y nos culpaba a mi compañero y a mí. Yo les dije que si había dicho eso era porque algo le habrían hecho. Se enfadaron muchísimo y golpeaban la mesa.
Creo que fue ese domingo a la tarde cuando me sacaron a un cuarto de la izquierda y con la pareja de agentes del principio (los dos morenos). El del pelo rizado se sentó detrás de la mesa, y el del pelo liso al lado mío. Empezaron a gritar que ya había oído la grabación, que tenían pruebas para inculparme y que mi novio me había cantado. Yo les decía que no me lo creía. Empezaron a zarandearme por el brazo. Me salieron hematomas de lo que me apretaban. Yo les decía que si tenían pruebas me llevaran ante el juez, que todo aquello era gratuito. En la habitación de al lado se oían golpes y gritos de “habla”, “vas a hablar”. Reconocí la voz del agente que entró primero en mi celda. Me dijeron que al lado estaba mi novio. Oía gritar tan fuerte que no sabía si era él porque nunca había oído a nadie gritar tan fuerte.
Mientras seguía el interrogatorio, el del pelo liso me daba patadas con las botas en la silla que eran tan fuertes que me hacían saltar y me repercutían en la columna. No podía más del dolor, se lo decía y no me hacían caso. Me dio unas 20 patadas. Después el del pelo rizado se levantó y me agarró del pelo. Yo no podía más, no hacía más que llorar y temblar. De repente apagaban y encendían la luz. El interruptor estaba dentro del cuarto en la pared del fondo. Noté un dolor fortísimo en el pecho en la derecha y se lo dije. Se asustaron y me dijeron que me llevaban al hospital.
En el Hospital de Santiago me miró una médico, que me levantó la camiseta y el sujetador delante de 4 agentes hombres que estaban en la habitación conmigo. El trato de aquella médico hacia mí fue de lo más humillante. Mandó hacer una placa de rayos “X” en el pecho y me preguntó si quería hacerme la prueba del embarazo. Le dije que no, en aquellas circunstancias prefería no saberlo. Me pusieron un delantal especial en la tripa y me la hicieron con los agentes dentro, a los que también les dieron unas batas especiales. Tuve que hacerlo levantándome el sujetador; fue horrible.
Después, la misma médico me preguntó si había tenido algún accidente, que se veía algo en la columna. Le contesté que tenía hernia discal y me la golpearon en la detención. Me recetó Paracetamol para el dolor y que me curaran los pies con Betadine. Me curaron dos veces mientras estuve en Arkaute.
La vuelta a Arakute fue horrible. Iban muy deprisa con el coche y me golpeaba con el asiento de plástico. Me dijeron que si quería volver al Hospital el viaje sería de aquella manera. En la calle era de noche, calculo que sería la madrugada del lunes.
Al día siguiente, después de volver de un interrogatorio, me di cuenta que pasaba más tiempo de lo normal y que quitaron la música (con los días me di cuenta que era la llegada de los forenses). Tampoco me sacaban agachada de la celda.
Los primeros forenses eran dos chicas que se identificaron con carnés. No recuerdo sus nombres, me preguntaron qué tal estaba. Les conté lo de los golpes, heridas y mis dos visitas al hospital. Me reconocieron el cuerpo, apuntaban todo lo que les decía. Les dije que tenía una hernia discal y que me dolía mucho al agacharme. Me ofrecieron la prueba de toxicología y me negué a hacerla porque no comía ni bebía nada. Me tomaron la tensión y la temperatura. Todos los días lo hicieron. Me dijeron que iban a comentarles a los agentes lo de la medicación y las curas. Por ellas sabía loa hora y el día que era.
Los interrogatorios eran 4 ó 5 al día y durante los ratos de celda ponían la música. Los golpes eran continuos, y los gritos de dolor. No dormí nada.
Me daban una pastilla cada 6 horas (decían ellos) y antes de cada toma comía un yogur que yo abría. No comí nada mas, ni bebí más que para tomarme la pastilla. Tenía muchas nauseas todo el día y no veía bien; imagino que de la luz tan potente que había.
En otro interrogatorio, según salíamos a la derecha, se sentó el rubio con marcas de haber tenido acné al lado mío e intento meterme un cigarro en la boca. Le dije que no fumaba y empezó a echarme el humo en la cara. Me dijo que me iban a violar, enseñándome su brazo, refiriéndose a un pene como su brazo de duro y de grande. Yo lloraba mucho, tenía mucho miedo. Veía que eran capaces de hacerlo. Luego me echó agua por la cara. Me tocaba la cara y los brazos. Le dije que no me tocara.
Otra vez me sacaron una especie de trabajo a ordenador de varios folios con mis fotos. Allí ponía un “alias” que era el mío en el comando y según ellos, mi vida desde los 18 años, más o menos. Les dije que allí ponía muchas mentiras, y otras que eran verdad, que iba al Euskaltegi por ejemplo.
Otra vez me llevaron a ver a Roberto, mi novio. Estaba en una celda como la mía, pero en otro pasillo. Le vi por la mirilla de la puerta, estaba recostado en el banco de cemento, con los ojos enrojecidos y la camiseta rota, era horrible su aspecto.
Llegó el cuarto día, miércoles, era de noche (calculo), me subieron a declarar por unas escaleras, me metieron en un cuarto en el que había un hombre vestido con una camisa de cuadros. Le había visto algún día hablando con la forense, una chica rubia de pelo largo que me dijeron que era mi abogada de oficio. Hice la declaración negando todo lo que me preguntaban, también me negué a hacerme la prueba de ADN y la caligráfica, y denuncié malos tratos físicos y psíquicos.
Después de bajar a mi celda oí como en el pasillo gritaban enfadados con lo que había declarado. Reconocí la voz del agente que venía de pareja con otro, era el moreno de pelo liso. Después dieron unos golpes fuertísimos en la puerta de mi celda, yo lloraba de miedo. Al de un rato volvieron a dar más golpes en mi puerta, y después todo quedó tranquilo, sin música. Pero creía que iban a entrar de nuevo y no pude dormir, solo lloraba.
Vinieron a buscarme para llevarme a Madrid, me ofrecieron ducharme y cambiarme de ropa, así lo hice. Era la madrugada del jueves, calculé, el viaje lo hice tranquila junto con una agente que me dejó incorporarme en el asiento con la condición de que no les mirara a la cara. Iba esposada delante.
En la Audiencia me quitaron las esposas, me sacaron de la celda para que me viera el forense, este era un hombre de unos 50 años y el pelo canoso. Me dijo que me habían levantado la incomunicación, le enseñé los hematomas y las heridas y que síquicamente estaba destrozada, creo que lo apuntó todo.
Me esposaron y me subieron por unas escaleras, mi abogado estaba en el pasillo, solo pude intercambiar dos palabras con él mientras andábamos.
Ante la juez Ma. Teresa Palacios ratifiqué la declaración policial, en la que negaba todo, y declaré malos tratos síquicos y físicos, y vejaciones sexuales, me preguntó cuales habían sido estas, y le contesté que amenazas de violación, (no le conté que me tocaron un pecho porque no podía hacerlo sin llorar).
A las siete de la tarde me llevaron a la prisión de Soto del Real. El traslado con la Guardia Civil fue correcto, aunque conducía de manera temeraria.
Por el informe del forense he tenido acompañamiento en la celda durante un mes.
Las secuelas han sido psíquicas. Pesadillas con Arkaute en las que me despertaba con mucha ansiedad, me levantaba cada vez que abrían mi celda. Durante la primera semana oía voces de conversaciones de Arkaute. No soportaba que me hablaran al oído, ni que me tocaran por detrás, no podía oír música.....
Ellos me dijeron que en Navidad me iban a felicitar con una poesía y que su fin sería que me suicidara en la celda.


ROBERTO SAINZ OLMOS (Portugalete).

Fui detenido la madrugada del 6 al 7 de septiembre, junto a mi compañera Ana, sobre las 4 horas de la madrugada. Nos dirigíamos en mi coche junto a mi hermano y una amiga común. Al pasar junto a la Policía Municipal apreciamos un grupo de unas 10 ó 12 personas que estaban esperando en una esquina. Al pasar junto a ellos y una vez de que no se hubiesen percatado de nuestra presencia, el coche que iba detrás nuestro hizo una maniobra brusca cortándonos el paso. En aquel momento bajaron tres personas encapuchadas apuntándonos con las pistolas y gritando que saliéramos del coche, todo ello entre insultos y gritos. En un momento el grupo de personas que estaba en la esquina llegó hasta nosotros sacándonos del coche a rastras. Fue tal su precipitación que el coche se quedó sin el freno de mano, y al ser arrastrado, el vehículo se desplazó hacia atrás, golpeando uno de sus coches.
Los cuatro que íbamos en el coche fuimos reducidos en el suelo, golpeados (en mi caso recibí un puñetazo en el pómulo izquierdo) y arrastrados cada uno a un coche. En ningún momento se identificaron.
Una vez en el coche empezaron a insultarme y me obligaron a agachar la cabeza entre las piernas, a la vez que recibía algún golpe que otro. Me decían que antes de llevarme a la comisaría me llevarían al monte, a ver si allí era tan valiente. Después de dar unas vueltas, no sé muy bien por dónde, llegamos a una comisaría que identifiqué de la Ertzantza por los coches, era grande y supuse que sería la de Muskiz. Allí fui tirado en un calabozo y procedieron a cachearme y quitarme las pertenencias que tenía en los bolsillos, al igual que me fueron quitados los cordones de las zapatillas. Aquí recibí otra vez algún golpe, empezando a interrogarme sobre la presencia de un miembro de ETA en mi casa. Yo les contestaba que no sabía de qué hablaban. Ellos me decían que si no les decía si estaba en casa lo iba a pasar muy mal ya que yo sería el primero en entrar y en caso de que estuviera el liberado, habría “tiros”, lo demás me lo podía imaginar.
En esta comisaría estaría unos 45 minutos, siendo llevado a mi casa. Al llegar nosotros, la vivienda ya estaba abierta y era un entrar y salir de agentes encapuchados, algunos llevaban uniformes negros y gorras. Una vez en el piso, al de un rato, llegó mi compañera con más ertzainas y al de un rato apareció una persona que dijo ser un “agente judicial”. No sé muy bien si fue en este momento cuando me leyeron mis derechos. Durante el registro, el agente judicial permaneció en la sala de estar al igual que Ana y yo. Mientras tanto había dos ertzainas por toda la casa. El registro lo empezaron en la sala, iban clasificando las cosas que se iban a llevar. De vez en cuando, cuando el registro estaba en otras dependencias de la casa, llevaban a Ana para preguntarle por alguna pertenencia. Quiero resaltar que el agente judicial en ningún momento se movió de la sala mientras había agentes por todas las habitaciones. En un momento determinado trajeron algo de una habitación. No sé muy bien que fue, pero Ana les dijo que nunca lo habíamos visto antes, dirigiéndose al agente judicial le aseguró que aquello lo habrían puesto ellos. No sé qué era. El registro terminaría más o menos a las 8:30 de la mañana. No tengo constancia de que avisaran a nadie de la detención. Más tarde me enteré que tanto mi hermano como nuestra amiga fue puestos en libertad pasadas unas horas.
Una vez terminado el registro fui introducido en un coche patrulla dirigiéndose hacia Gasteiz. El traslado, tanto este como el primero, lo realicé esposado a la espalda. En el viaje me empezaron a hablar de lo tonto que era “por haber tenido un liberado en casa”, y pasaron a explicarme como sería mi futuro a partir de entonces, cuantos proyectos no se realizarían, en resumen: el “marrón” que tenía encima.
Al llegar a Arkaute me metieron en una celda de unos 4 x 3 m, con luz artificial y una especie de cama de piedra. Estando allí sentado apareció una persona de paisano, alto, 1.80, moreno, fuerte, con bigote y acento de fuera. Me empezó a gritar, dónde pensaba que estaba, que cada vez que oyera la puerta tenía que estar con las manos a la espalda, agachado y mirando a la pared contraria a la puerta. Todo ello entre gritos.
Durante aquella mañana me fueron realizados la toma de huellas, fotografías etc. Esa misma mañana tuve mi primer interrogatorio. Empezaron por meterme en un cuarto iluminado con fluorescentes, tendría 4 ó 5 metros de largo y 2.5 ó 3 metros de ancho. A la entrada había una mesa de oficina sin nada encima, y unas sillas. Me indicaron cual era mi lugar, al fondo de la habitación junto a la pared. Me indicaron que me pegara a la pared con las piernas abiertas y flexionadas y los brazos y las palmas de las manos estiradas, pegado a la pared. Tenía forma de “X”. Ellos le llamaban la postura de “Spiderman”, cosa que les hacía mucha gracia. En la habitación habría tres ertzainas en el interrogatorio, y un cuarto que se dejaba ver. Yo creo que este cuarto era el que controlaba el interrogatorio, el que regulaba los tiempos.
Sobre la postura que he comentado, ellos decían que era la nueva forma de tortura, que no dejaba marcas y sus efectos eran como si te hubiesen dado una paliza. Todos los interrogatorios empezaban de la misma manera: un viejo radiocasete puesto a todo volumen, que estaba fuera de la habitación, supongo que para que no se oyeran los gritos de dentro o como señal para los demás detenidos de que la “función” había comenzado sino para ti, para algún otro compañero. También quiero resaltar el ritual del interrogatorio; primero te ordenaban ponerte en tu lugar, luego corregían la posición de las piernas y los brazos, y más tarde empezaban a gritarte en los oídos, uno detrás de otro, sin importarles las respuestas. Era como si te estuvieran poniendo a punto, ponerte en la máxima tensión. Mi reacción defensiva era abstraerme de los gritos y mantenerme con la cabeza agachada y los ojos cerrados. Pasada esta fase, empezaban a hacer las preguntas más pausadas, en aquel momento ya esperaban respuestas. Las primeras preguntas eran gritos, que si era de ETA, dónde estaba el liberado etc. En estas preguntas, repito, no querían respuestas. Más tarde, las siguientes preguntas eran sobre mi nombre, dónde trabajaba etc., en estas si querían respuestas y por ello las hacían más pausadas. Este interrogatorio duraría unos 45 minutos. El proceso siempre era el mismo: el cuarto hombre hacía una señal, los tres paraban y avisaban a los que me tenían que llevar al calabozo. Me recogían y con las manos a la espalda, espalda flexionada y nuca agachada, era llevado a los calabozos, sin poder mirar a ningún sitio que no fuera el suelo.
Después de este primer interrogatorio fui sacado de la celda para trasladarme al hospital de Santiago. Allí me pasaron a un cuarto esposado a la espalda. El médico me hizo un chequeo rutinario apreciándome una herida en la muñeca izquierda y una rozadura en la rodilla derecha. Le comenté que la herida de la muñeca era de las esposas y que lo de la rodilla fue en la detención en Portugalete.
Quiero hacer mención del traslado al hospital, fui introducido en un coche patrulla sin asientos en la parte trasera. Me metieron sin miramientos, de tal forma que mi cuerpo quedó recostado sobre las esposas que tenía en la espalda, lo que provocó que me las fuera clavando durante todo el viaje. Todo ello agravado por la forma de conducir, tomando las curvas de forma brusca, mi cuerpo se balanceaba como un muñeco con el consiguiente dolor en las muñecas.
Una vez terminada la revisión, el médico mandó a la enfermera hacerme una cura en la muñeca y recetarme algo. En ningún momento me dieron medicamento alguno.
Cuando llegamos otra vez a Arkaute me dejaron un par de horas en el calabozo. Los primeros días de detención la música no dejaba de sonar. Yo sabía que aparte de Ana y de mí había otras cuatro personas detenidas. Aún estando en la parte más alejada de los calabozos (yo estaba en la entrada y los interrogatorios se realizaban al final del pasillo, a unos 20mts.) el sonido de la música era perfectamente audible. Sabías que cuando empezaba a sonar la música alguien iba a ser interrogado y te quedabas en tu celda mirando a la puerta por si eras tú.
Una vez llegado del hospital tuve otro interrogatorio. Este fue diferente, estaba con un ertzaina vestido de paisano y a cara descubierta que me obligaba a que le mirase, porque me decía que no pasaba nada. Era de media estatura, cara rechoncha y rojiza, pelo rizado y claro o castaño. Se presentó como jefe de interrogatorios y empezaba a distensionar el tema de conversación hablando de fútbol, política etc. Era como yo le llamaba el “interrogatorio blando”, pero era el que más daño te hacía porque perseguía relajarte y de esta manera bajar la guardia. Sabía perfectamente que después de este interrogatorio venía un periodo de descanso y reflexión en la celda para volver a pasar otra vez al interrogatorio físico con gritos en los oídos, amenazas del tipo “te vamos a violar”, o “a tu compañera le gusta que le toquemos”.
En el segundo de los interrogatorios que tuve de los llamados “duros” y viendo que repetían las mismas preguntas banales “¿Cómo te llamas?” y sabiendo que lo sabían perfectamente, tuve una reacción que fue la tónica de los 4 días restantes. Decidí no volver a hablar o contestar con palabras.
Los interrogatorios que denominaba “duros” eran realizados por encapuchados y principalmente consistían en posturas mantenidas durante 45 minutos tras las cuales te quedaba el cuerpo como si te hubieran dado una paliza. Simultáneamente no paraban de gritarme al oído, haciendo risas de lo bien que se lo estaban pasando con mi compañera. En uno de los interrogatorios uno de los encapuchados se puso detrás de mí, tan cerca que creía que se restregaría contra mí, me decía que me daría por el culo, a lo que los demás se reían. En un momento determinado, hizo como que me iba a meter algo en el culo (yo tenía la ropa puesta) creo que utilizó la pata de una silla. Me puse a gritar, retorciéndome, mientras sus compañeros me sujetaban. Esto duraría unos segundos, fue un simulacro.
En otro de los interrogatorios, sobre el tercer día, me cambiaron de habitación, la cual identifiqué como la misma donde pasaba con los forenses. Tendría 4 x 3 m, con una mesa según entrabas y tres sillas, dos a un lado y la otra hacia la puerta. Nada más entrar me mandaron ponerme contra la pared, en la misma postura de siempre (en forma de “X”). En este interrogatorio no había preguntas, pasaron como de costumbre 3 ó 4 ertzainas. Había un gran silencio, como si fuera parte del ritual. Empezaron a dar vueltas de forma sigilosa alrededor de mí, les oía respirar, el silencio se hacía angustioso. Yo esperaba que en cualquier momento arrancaran a gritar, a tirar cosas, a golpear contra la pared con una botella de plástico vacía, en definitiva, a romper aquel angustioso silencio. Los segundos parecían una eternidad. Tienes el cuerpo en tensión, ni tan siquiera te han golpeado y parece que deseas que pase algo. De repente, se acerca uno de los encapuchados con una especie de cable con un botón en un extremo. Enseguida lo identifiqué, al trabajar en un hospital, con los cables que se utilizan para hacer electros a los pacientes. Muy suavemente me fue pasando el cable por mi cuerpo para que sintiera lo que iba a pasar más adelante. Con una botella de agua me fueron tirando por encima de la cabeza, pequeñas cantidades. En aquel momento empecé a mostrar el miedo de saber que me iban a producir descargas. A partir de este momento el proceso se acelera, el encapuchado que está con el cable me lo coloca en la muñeca, haciendo pequeños espasmos simultáneamente con apagar la luz. Esto lo repitieron tres o cuatro veces. No sé si verdaderamente querían hacerme creer que me iban a aplicar electrodos o solo querían pasar “un buen rato”. Digo esto porque desde el principio yo creo que ni ellos se creían que yo pensaba que era real.
En otro de los interrogatorios, les pedí que me dejaran ir al servicio ya que me estaba orinando. Empezaron a reírse y en un momento dado, me dieron un pequeño golpe en la vejiga lo que provocó que me orinara. Tras esto, no tardaron mucho en empezar a ridiculizarme diciéndome que “me meaba porque era un mierda”.
Al día siguiente en otro de los interrogatorios (creo que era otro grupo) al acercarse a mí y percatarse del olor de mis ropas que gritaban que era un cerdo. En ningún momento consiguieron que me avergonzara de nada, aunque yo manifestara con mi cuerpo otra cosa. En este interrogatorio cuando la presión se hacía agobiante decidí crear mi propia cortina de humo. Estando sentado en una silla de plástico y cuando la angustia iba en aumento, deliberadamente comencé a orinarme. Esto no pareció que les agradó mucho pues tuvieron que cortar el interrogatorio reprochándome si no tenía lengua para decir que tenía que ir al servicio. En total creo que me oriné tres veces en los cinco días.
Una constante que se repetía en los interrogatorios denominados “duros” fue las referencias a mi compañera. Desde el principio de la detención, después he sabido que se lo dijo Ana como protección, me decían que Ana estaba embarazada, que yo debía de pensar por tres que ya no pensara solo en mí. Las constantes a que en cualquier momento y debido a que alguno se le fuera la mano, podían provocarle un aborto. Empezaban a comentarme los reproches que supuestamente me hacía Ana por tener que pasar por aquella situación, y que yo era culpable. En definitiva, pretendían que creyese que mi compañera se había derrumbado. Todo esto iba acompañado con manifestaciones de tipo sexual. Uno de los encapuchados que en uno delos interrogatorios me dijo que mi compañera no valía nada como mujer, entró y susurrándome al oído me pidió perdón por lo que me había dicho. Me comentó que se había confundido, que al verla desnuda no estaba tan mal, que le había tocado todo el cuerpo y que tenía que reconocer que no le importaría pasar un buen rato con ella. Yo al oír aquello me revolví y comencé a gritar, siendo sujetado por dos encapuchados pues creían que me podía auto lesionar. Me dijeron que si me volvía a pasar por la cabeza aquella idea me iban a poner un casco de moto y me iban a atar las manos y los pies.
En otro de los interrogatorios, este sin capuchas, había un ertzaina de unos 45 ó 50 años, de mediana estatura, complexión fuerte, moreno y canas, de grandes manos, euskaldun que en un determinado momento que estuviese tranquilo, que si Anuk había visto “enanitos verdes” yo vería “enanitos rojos” en el monte. Esto me lo decían por pensar que no comía por miedo a que me drogaran. La verdad que al principio no comí ni bebí nada, aunque luego decidí hacerlo aleatoriamente.
Los interrogatorios denominados “blandos” los hacía el que se hacía llamar el jefe del operativo: mediana estatura, cara rellena y rojiza, pelo claro. Cada vez que estábamos juntos, los demás acataban todo lo que él decía. Hacía de mensajero entre lo que supuestamente decía Ana sobre mí y de cómo podría mejorar nuestra situación.
Me planteó dos tratos; el primero consistía en confesar lo que ya sabían por las pruebas rellenando “5 líneas del libro”. Decía que no teníamos que comernos el libro entero (el libro era el atestado policial). A cambio, él conseguiría que Ana saliera libre y yo ingresaría en prisión y al de unos meses saldría con fianza. Me decían que tenía que pensar en Ana y en mi hijo que iba a nacer, que no podía permitir que naciera en la cárcel. El segundo consistía en una variante del primero, en el cual yo ni tan siquiera tendría que entrar en prisión. Me insinuó que si yo no tenía reparos en tomar periódicamente un café con él, podíamos amañarlo de tal forma que yo “tomaba un café” él me pasaba un sobre y ninguno de los dos entraría en prisión. Me comentaba que estos tratos se hacían más habitualmente de lo que la gente creía, que no fuera tonto y que por una vez en la vida fuera egoísta y que no pensara en los demás, que hiciera algo por mí y por mi familia.
El otro interrogador era un hombre joven, unos 40 años, pelo liso y rubio, ojos azules, gafas finas, 1.80 de estatura, euskaldun. Los interrogatorios de este eran como los del anterior pero un poco más burdos. Pienso que era porque se les terminaba el tiempo de detención y no conseguían que me auto inculpara. Con este ertzaina fue donde tenía que dar una respuesta a las ofertas de su jefe. Le dije que tendría que pensármelo. Me dejó varias horas en la celda, la cual seguía como durante el primer día con una especie de ventana que tenía unos fluorescentes que por momentos parecía que era la claridad que entraba desde la calle. Digo que era una sensación, teniendo en cuenta que estaba encendida todo el día y toda la noche. No sabías si era de día o no, aunque a mí siempre me parecía que era de día.
Cuando pasé a uno de los últimos interrogatorios “blandos”, el mismo ertzaina anterior, me preguntó si aceptaba el trato, a lo que le contesté que no, que ya haría algo ante el juez para evitar que Ana y “mi hijo” entraran en prisión. Resumiendo, aquí quedó mi postura y ya no intentaron hacer ningún trato.
En uno de los últimos interrogatorios (sin encapuchar) me empezaron a contar que ellos eran gudaris y no yo, que era un maqueto. Este interrogatorio fue realizado por ertzainas de paisano, pero eran los mismos que estuvieron encapuchados y vestidos con un mono azul. Entre ellos estaba el que me hizo la referencia a Anuk, y el que me hablaba de Ana, lo buena que estaba desnuda. Del primero, anteriormente le he descrito, del segundo decir que era alto, moreno, pelo corto, barba cerrada como un “Geyperman”, de tez morena. Eran los mismos que habían participado en otros interrogatorios estando encapuchados, y que en esta ocasión estaban sin encapuchar, y en un interrogatorio, como digo yo, para pasar el rato. Me preguntaban si sentía odio, y yo sin contestarles, pensaba para mis adentros que no sentía odio por ellos, que lo único que sentía era un gran asco, asco de ver cómo intentaban lavar sus conciencias, asco de que hubiera gente que disfrutara viendo un cuerpo tendido en el suelo orinado, sollozando, asco de que pudieran terminar su turno, llegar a casa, saludar a su mujer y sus hijos, que ella le preguntara “¿Qué tal en el trabajo, cariño?” y él le contestara “ya sabes cariño, bien como siempre”. Asco de que las mismas manos que acariciaban a sus hijos hubieran sobado a mi compañera. En definitiva, sentí asco de su existencia.
Durante los cinco días que estuve en Arkaute llegué a contar una media de 10 ó 12 interrogatorios diarios. Como cada día entraba a la celda para darme desayuno, comida y cena, conseguí hacer un ciclo completo, marcando con bolitas de pelusa de la manta de desayuno a desayuno. Otro dato orientador era la presencia de los forenses que pasaban todos los días entre las 11.00 y las 15.00 horas.
Cada vez que estaba en la celda procuraba dormir y en cierta manera creo que lo conseguí. Sabía que no iba a tener oportunidades largas para hacerlo por lo que intentaba no desaprovechar ningún momento por pequeño que fuera.
Hubo un día en que me despertó el ruido de la música y aprecié unos sonidos extraños, como si estuvieran utilizando un aparato para distorsionar la voz. Llegué a la conclusión que podrían estar haciendo pruebas para elaborar alguna grabación para fingir la realidad. La música que solían poner solía ser grabada en cintas. Pero lo que se suponía que era la emisora de radio, deduje que también eran grabaciones. Esto lo digo porque un día que hay había pasado por donde los forenses sobre las 12.00 horas, uve un interrogatorio que daba las 9.00 de la mañana.
Para los ertzainas era una constante hacerte creer que llevabas menos tiempo del que realmente llevabas. Por ejemplo, cuando había pasado en dos ocasiones por los forenses (yo sabía que era el tercer día) ellos me decían que solo llevaba 24 horas y que todavía me quedaban 120 horas. Ni tan siquiera sabían multiplicar.
Durante mis interrogatorios, era una constante, me hacía creer que mi compañera había llegado al límite y que se había derrumbado. Me proponían que no alargara más su agonía, ya que incluso estaban preocupándose de que al final le pasara algo a Ana que fuera irreversible. Me pareció, incluso oírle llorar en la habitación de al lado. Mi única defensa era pensar que era una grabación de interrogatorios anteriores. No podía dejar que sus mensajes me afectaran.
Salvo el primer día que me llevaron al Hospital de Santiago los demás días me visitaban los médico forenses , más o menos sobre las mismas horas, de 11.00 a 15.00. todos los días venían dos personas: una choca joven que me hacía las exploraciones y otra que tomaba notas. La chica joven pasó todos los días mientras que la otra chica hubo un día que fue sustituida por un chico joven. No creo que me enseñaran ningún documento o carné, aunque desde el primer día dijeron ser médicos forenses enviados por el juzgado. La verdad es que me daba igual que lo fueran o no, yo estaba decidido a contarles lo que me hacían en los interrogatorios.
La habitación en la que hacían la consulta era la misma que he descrito antes como el sitio donde simularon los electrodos. Antes se me ha olvidado el detalle de que en lado izquierdo había un aparato para dar aire que estuvo apagado. Todas las visitas que me hicieron los forenses, fueron entre ellos dos y yo, con la puerta de la habitación cerrada. Siempre les preguntaba el día y la hora que era, a lo que me respondían. También les preguntaba que tal estaba Ana, si la habían visto ya etc. La chica que me tomaba las constantes, pequeñita y simpática, me comentaba que Ana estaba bien dadas las circunstancias y que ella también se interesaba por mi estado. Todos los días me tomaban la tensión, la temperatura y me auscultaban el pecho. También realizaban una exploración visual de cuerpo entero: me quitaba la camiseta y después me bajaba los pantalones para examinar mi cuerpo. En uno de los días tomaron medición de unas heridas que tenía debajo del sobaco izquierdo (herida que el día anterior no me vieron), me preguntaron cómo me la había hecho, y les respondí que me agarraron por debajo de los brazos en un interrogatorio que acabé en el suelo, y que entre dos ertzainas me levantaron por la fuerza agarrándome de los sobacos. Les explicaba las posturas que me obligaban a hacer. Les comentaba los dolores que aquello me provocaba en la espalda, dolores que me obligaban a caminar doblado. Las forenses me recetaron algún medicamento que los ertzainas no me daban. Esto también se lo volví a decir. Les comenté también las heridas que tenía en las muñecas, a lo que me iban a dar orden de que me dieran “betadine” y que me lo cubrieran con esparadrapo. Como esto no sucedió, al día siguiente se lo comenté y mandaron que me lo curaran inmediatamente, cosa que hicieron los ertzainas reprochándome que no hubiera dicho nada antes.
Uno de los días, viendo mi estado tembloroso me preguntaron qué me habían hecho. Yo les conté lo del simulacro de los electrodos y las posturas que me obligaban a mantener. Les comenté que me dolía mucho el cuello. Me miraban con cierta lástima y como si quisieran reconfortarme, me indicaron unos pequeños ejercicios para aliviar los dolores.
Todos los días cotejaban los datos de la exploración con los del día anterior que traían transcritos en folios oficiales del juzgado. A modo de ejemplo, la tensión la tenía todos los días descompensada, me decían que era producto de la tensión a la que me estaban sometiendo.
En resumen, sin saber si todo lo que les contaba lo apuntaban oficialmente, diría que el trato fue correcto, hacían que el momento de su paso fuera distendido, que me sintiera relajado, en definitiva, seguro. En ningún momento intentaron ocultarme datos sobre el día o la hora. Incluso un día les dije que no me había dado nada de beber, preguntándome si quería que pidieran ellas algo. Una vez que acabó la exploración, ordenaron que me trajeran una coca- cola sin abrir, y estuvieran cinco minutos más mientras yo me la tomaba, diciéndome

 

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