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Nacionales E.Herria :: 04/09/2006

18/98, o el teatro del absurdo

Jesús Valencia
Hoy lunes, y concluido el receso estival, se reanuda la función. El teatro de la Casa de Campo reabre sus puertas y la Audiencia Nacional se dispone a representar el siguiente acto de la muy conocida farsa 18/98.

«¡Señoras y señores, pasen y vean la obra más esperpéntica que imaginarse pueda. Pieza maestra del teatro del absurdo. En ella, nadie se ajustará al papel que le corresponde y nadie será quien asegura ser!».

La acción, al menos hasta ahora, nos ofrece el primero y principal de los dislates. Supuestamente, se desarrolla en un entorno judicial, pero su verdadera caracterización es política. Político es el impulso que la inició y política es la razón que le da continuidad.

Desquiciada es la situación de quienes deben sentarse en el banquillo. Personas que acuden en calidad de encausadas pero que son rehenes de un Gobierno que los necesita y utiliza. Se las convoca como procesadas y reciben trato de condenadas; están cumpliendo por adelantado una sentencia que todavía no se ha resuelto y un castigo que todavía no se ha dictado. Se les acusa de participar en la subversión de ETA en contra de los Estados.

La realidad no coincide con la apariencia: se les está coaccionando de mil formas para que colaboren con los estados en su empeño por liquidar a ETA. Citadas para enfrentarse con la justicia, se han encontrado con la crueldad. Encausadas como presuntas victimarias, son ellas quienes cuentan ya a Jokin como una víctima del sufrimiento permanente que se les inflinge. Severidad perfectamente calculada y calculadamente escondida.

Concurrirán los dos representantes de la acusación particular (si encuentran la puerta de acceso). No sería la primera vez que alguno de ellos aparece en escena apestando a güisqui tras haber empinado en demasía.

El fiscal seguirá navegando a la deriva en un mar de turbulentas contradicciones. En su día le obligaron a preparar un alegato que ahora ya no interesa. Le ungieron con la autoridad del Estado y ahora, tras oportuno tirón de orejas, le privan de la misma. Todo un lío. Urgido, unas veces, para que ejercite la acusación pública y, otras, para que renuncie a ejercerla.

Aparecerá la presidenta, más institutriz cascarrabias que jueza ecuánime; con más ostentación de grosería que de serenidad. El tribunal seguirá escuchando los testimonios con tedioso aburrimiento porque le da igual.

Cuando tengan que redactar la sentencia no hurgará en los datos aportados o en las fuentes del derecho sino en la coyuntura política. En fin, si esta pantomima quiere acabar con un final feliz, que acabe ya.

* Jesús Valencia es Educador Social

 

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