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Nafarroa :: 01/05/2020

¿Nueva normalidad?

Irene Otal Larequi
Es momento de tejer lazos de resistencia y solidaridad frente a mensajes seductores y engañosos que tan sólo encierran una nueva forma de continuar priorizando el capital

Aparentemente superada la etapa de máxima “alarma sanitaria”, el foco de atención mediático, social y ciudadano ha quedado centrado en lo que el Gobierno ha decidido llamar “transición hacia la nueva normalidad”.

Que Moncloa haya apostado por utilizar estos términos, y no otros, no es casual. Igual que tampoco lo fue decidir usar y abusar de un lenguaje descaradamente bélico y de unas puestas en escena altamente militarizadas al objeto de convencer a la sociedad de que estábamos “en guerra”. Ese mensaje logró colarse entre parte de la población, provocando un enaltecimiento de la actuación de las fuerzas policiales, de la vigilancia vecinal, los reproches e incluso los insultos dirigidos hacia quién creían desleales con el “cometido” general.

Todo parece indicar que la intención actual es hacernos creer que es posible que todas retomemos nuestra vida tal y como la dejamos antes de la llegada de esta “crisis” y, sobre todo, inducirnos a romantizar la idea de esa “normalidad” anterior y ansiemos volver a ella sin cuestionarla.

De entre las lecciones que extraemos de esta situación, una de las más reseñables, y positivas, es que ha logrado evidenciar las carencias que nuestro sistema venía arrastrando cuando de lo que se trata de proteger es la vida en detrimento del capital. También que los sectores más precarizados y oprimidos, precisamente por estar sostenidos mayoritariamente por mujeres*, acaban siendo los únicos importantes e imprescindibles cuando la amenaza se cierne sobre nuestra existencia.

En efecto, ahora que la salud pública se ha visto sacudida, ahora que los cuerpos y las vidas se han impuesto como la prioridad a atender, y aún no habiéndolo hecho de forma igualitaria con respecto a todas, nos hemos dado de bruces con las incapacidades propias de unas estructuras apoyadas en el heteropatriarcado y diseñadas por el capital en su propio beneficio y a costa de la dignidad de la mayoría social. En definitiva, lo que ha desenterrado este contexto es la relación incompatible del capital con la vida. Algo ya conocido, señalado y denunciado, pero ahora más que nunca evidenciado.

Inevitablemente en el centro del debate público se han situado temas que, en aquella normalidad que ya queda atrás, venían siendo despreciados y estratégicamente relegados a un segundo plano.

Así, se han visibilizado cuestiones tales como los déficits de nuestra sanidad pública, las nefastas consecuencias de la externalización y privatización de los recursos de atención a los colectivos más vulnerables, la desprotección de las trabajadoras de hogar y migrantes despojadas de derechos, la debilidad de una economía doblegada al turismo insostenible y la precariedad impuesta a las personas desplazadas a los márgenes. ¿Es a esa normalidad a la que pretenden hacer regresar y a la que tenemos que desear volver? Si es así, no, gracias.

Por otro lado, la gestión del estado de alarma ha venido acompañada de múltiples manifestaciones de restricción de derechos y libertades a todos los niveles, de abusos por parte de empresarios y la patronal, de agudización de situaciones de exclusión social y de gestos hipócritas e interesados con respecto a ciertos colectivos como las personas migradas. Ello ya forma parte del escenario actual y, qué duda cabe, entrará a formar parte del de mañana. En esa “nueva normalidad”, ¿hemos de asumir que todo lo anterior pase a consolidarse de forma estructural? ¿Es esa “nueva normalidad” a la que nos están haciendo transitar una nueva realidad diseñada a partir de la suma de la precaria normalidad anterior y los nuevos retrocesos democráticos, sociales y solidarios que ha provocado el manejo institucional de esta situación? Si es así, tampoco, gracias.

El mensaje que nos trasladan incorpora una trampa clara. Conduce a la ciudadanía a la creencia de que esta “crisis” sanitaria, y sus consecuencias, tan sólo podrán superarse una vez regresemos a esa normalidad. Obvian así que no estamos sólo ante una situación de emergencia sanitaria, sino
que la misma ha traído consigo una agudización de la emergencia social que ya atravesábamos y destapado un sistema incapaz de hacerle frente sin dejar a nadie atrás.

Una parte considerable de la ciudadanía viene insistiendo en la idea de que no podemos retornar a la situación anterior, sencillamente porque “la normalidad era problema”. Es el momento de tejer lazos de resistencia y solidaridad frente a los mensajes seductores y engañosos que tan sólo encierran una nueva forma de continuar priorizando el capital. Hemos de aprovechar la oportunidad que provoca el desenmascaramiento de las debilidades y carencias manifestadas para seguir poniendo sobre la mesa la urgencia de diseñar estructuras atentas a las necesidades de nuestro planeta, nuestros cuerpos y nuestras vidas. Priorizar los cuidados, potenciar las redes de solidaridad, blindar y garantizar unos mismos derechos básicos para todas, apostar por la economía social y ecofeminista, derribar fronteras, entre otras tantas, son tareas ambiciosas pero que hemos de abordar colectivamente y con premura como alternativa a esa “nueva normalidad” y como única forma de dignificar, definitivamente, nuestras vidas.

Irene Otal Larequi

 

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