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Nacionales E.Herria :: 19/07/2017

Rendiciones y arrepentimientos

Petri Rekabarren
¿qué ha cambiado en los últimos veinte años para que ahora acudan representantes oficiales del reformismo abertzale a conmemoraciones españolas?

La historia ha condenado al PNV por rendirse a los fascistas en 1937 en Santoña, hace ochenta años. Desde entonces este partido realiza un esfuerzo sistemático para quitarse ese estigma, para lavar su putrefacta imagen. El PNV ha traicionado al pueblo vasco al que dice defender siempre que ha visto en peligro la propiedad, las empresas, los capitales y las acciones, las tierras y los barcos de su clase, de la burguesía a la que representa. Pero la rendición de Santoña, como toda entrega de armas a ejércitos invasores, tiene una carga simbólica cualitativamente más grave porque supone la entrega al invasor del pueblo desarmado y derrotado moralmente. Solo hay otra traición que pueda comparársele a esta: ayudar al ocupante a reprimir la resistencia de su pueblo, sea cual fuere, desde la resistencia contra la explotación asalariada hasta la lucha por la independencia y el socialismo, pasando por la antipatriarcal, la lingüístico-cultural, la ecologista…

Recientemente el PNV ha publicado un nuevo libro con el que esconder su traición debajo del papel, defendiendo la tesis de que la rendición era necesaria para salvar vidas y haciendas porque se había perdido la guerra y no tenía sentido seguir luchando con las armas en la mano sino que era mejor pasar a otras formas de resistencia, pacíficas. No vamos a reavivar el debate ahora porque el veredicto histórico es concluyente: abandonaron al pueblo explotado para salvar su vida y sus bienes. Lo que nos interesa es analizar por qué vuelven ahora al tema. Se dice que es porque se cumple el ochenta aniversario de la humillación de Santoña; puede ser. Pero tendemos a pensar que hay otro motivo oculto, más importante incluso por sus directas repercusiones actuales y futuras.

Desde 1937 hasta 2017 no se había producido ninguna rendición de armas de la resistencia vasca al imperialismo franco-español y mundial. No lo hicieron los gudaris que siguieron luchando en Santander, Asturias, Catalunya, Madrid…, y durante la Segunda Guerra Mundial en la Europa ocupada por el nazifascismo ante el que se había rendido el PNV en Santoña. Tampoco traicionaron los y las revolucionarias que practicaron el derecho/necesidad a la rebelión armada después de la Segunda Guerra Mundial hasta prácticamente la década de 1960. Ninguna de las sucesivas escisiones en el interior de ETA como proceso socio-político entregó las armas al Estado a pesar de separarse del tronco originario y a pesar de que, desde ese momento, rechazaron con diversos argumentos la lucha armada concreta tal cual se practicaba entonces, pero defendía básicamente la tesis de la violencia revolucionaria como partera de la historia y como justa defensa ante la violencia explotadora. Tampoco lo hizo ETA p-m al disolverse porque entregó sus arsenales a quienes siguieron luchando. Los Comandos Autónomos, la organización Iraultza… desaparecieron pero mantuvieron la elemental dignidad de no rendir armas al opresor.

La dirección de la ETA de 2017 rompió esta coherencia histórica entregando las armas al imperialismo franco-español en un acto en Baiona publicitado internacionalmente. No fue un acto aislado sino un paso más, pero fundamental por cuanto su irreversibilidad práctica y simbólica, en una deriva hacia la nada iniciada una década antes. La rendición de Santoña tampoco fue un acto poco pensado sino que se culminó tras un tiempo de negociaciones internacionales, contactos que a su vez solo se entienden desde la historia de dudas, indecisiones y rupturas prácticas dentro del PNV sobre qué debía hacer frente al inminente golpe militar que ya se preveía semanas antes del 18 de julio de 1936, tensiones internas que estallaron el mismo día de la sublevación fascista. Salvando las distancias que separan a ambos procesos, en la izquierda abertzale y en ETA hubo también un debate anterior sobre si había que dejar o no la lucha armada y cómo hacerlo en caso afirmativo: al final se entregaron las armas al opresor cayendo la parte oficial de la izquierda abertzale en la trituradora de la ética y de la estrategia revolucionaria.

El PNV estaba al tanto de esta desintegración y ha aprovechado su final, se ha escudado en la rendición de armas de 2017 en Baiona, para justificar su traición de 1937 porque cree que así logrará tres objetivos. Uno, demostraría que tuvo razón porque adelantó en ochenta años la «solución» que más tarde encontraría ETA, en una situación que podría decirse que era menos aterradora y menos extrema que la suya. Dos, desautorizaría así todas las denuncias y críticas por su traición que ha aguantado en ocho décadas, con lo que a la vez ridiculizaría absolutamente toda la historia revolucionaria de nuestro pueblo en este período porque quedaría confirmado que siempre fracasa, como lo habría confirmado ETA. Y, tres, demostraría así que solo cabe respetar la ley franco-española, que solo cabe hacer política dentro de sus estrechos márgenes para ir ampliándolos poco a poco, huyendo de todo aventurerismo socialista e independentista.

La verdad es que el sector oficial de la izquierda abertzale no sabe, no puede y/o no quiere enfrentarse al siguiente dilema: ¿cómo seguir denunciando la traición de 1937 silenciando lo ocurrido en 2017? O dicho de otra forma ¿tienen legitimidad política y ética para denunciar la traición de Santoña quienes aplauden o callan ante la rendición de armas de 2017? Muchas de las personas que diciéndose revolucionarias denuncian Santoña pero aplauden o permanecen mudas ante Baiona desconocen, no saben, ignoran lo elemental del materialismo histórico, del método marxista y por tanto no se plantean la cuestión de las lecciones históricas sustantivas, las que surgen del fondo permanente de la realidad. ¿Qué ha cambiado cualitativamente, no solo en la forma de la dominación política, en estos últimos ochenta años? O más precisamente, ¿qué ha cambiado en los últimos veinte años para que ahora acudan representantes oficiales del reformismo abertzale a conmemoraciones españolas? O también ¿qué ha cambiado en la naturaleza del imperialismo y de la burguesía vasca para justificar ahora el acto de Baiona pero denunciar Santoña?

Ha cambiado la forma de dominación: de la dictadura descarada a la democracia que disfraza la dictadura encubierta; pero el contenido de la dominación permanece siendo el mismo. Desde mediados del siglo XIX la izquierda revolucionaria debate sobre las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para la práctica exitosa de diversos métodos de violencia de respuesta y de lucha armada. Sin renegar nunca al derecho a la revolución y, por tanto, practicándolo teórica, política y éticamente como derecho/necesidad, la mayor parte de las corrientes que participan en el debate internacional desde la mitad del siglo XIX sostiene que en determinadas condiciones de dominación política menos feroz y dictatorial, pierden efectividad algunos métodos de la violencia defensiva pudiendo volverse un estorbo o un freno, siendo incluso tácticamente contraproducentes; pero siguen siendo válidos otros métodos concretos y, sobre todo, sigue siendo necesaria la explicación pedagógica del capitalismo y de cómo destruirlo. Se trata del siempre actual debate entre fines y medios, entre objetivos, estrategias y tácticas, debate que no sirve si no se realiza desde el método marxista.

Un pueblo trabajador, una clase explotada, camina a ciegas si desconoce las lecciones de la historia. Varias veces hemos comentado en nuestros textos que también en Euskal Herria uno de los primeros indicios de que se fortalecía el reformismo fue el rápido abandono de la formación teórica de la militancia. Basta analizar la comparación entre Santoña y Baiona para confirmar que la ignorancia teórica es reaccionaria, que facilita toda serie de dependencias hacia el grupo y que, además, paraliza la capacidad crítica, lo que impide juzgar con conocimiento de causa. Basta con que surja una cuestión como la que ahora analizamos para que tiemble el débil andamiaje ideológico de un sector abertzale.

El desconocimiento del motor de la historia, de la lucha de clases como síntesis, hace que en los momentos cruciales se tomen decisiones basadas en el miedo al qué dirán, a la posible marginación del grupo, de la cuadrilla, del entorno si una o uno muestra dudas, pide información y debate respetuoso y constructivo. La intolerancia a la crítica y a otras opciones que ha demostrado tener el sector oficial del abertzalismo proviene en buena medida de la mezcla de no saber y del temor a estigmas como «anticuado», «dogmático», «ignorante que hace el juego al Estado», etc., y hasta «provocador». Así se explica que haya gente de base que en privado, en confianza, se muestre crítica, defraudada, perpleja, pero que es incapaz de decirlo en público, que prefiere callarse, huir del debate y de la realidad.

Muchas de estas personas están atrapadas en una especie de «quiero pero no puedo» cuando deben dar su opinión sobre Santoña y Baiona, o sobre cualquier otro problema crucial. Pero también están quienes abiertamente no quieren hacerlo porque asumen la vía a la nada creyendo que es la antesala del todo, de la victoria definitiva. En este grupo hay dos respuestas generales, con sus matices internos. Una, 1937 y 2017 son correctas porque lo decisivo era seguir luchando pero con otros métodos, ya que los anteriores habían llegado al límite de sus posibilidades; había que asumir los costos de la decisión y así se ha hecho. Y otra, Santoña fue una traición porque una parte del pueblo siguió luchando, pero no lo es Baiona porque nadie sigue practicando la lucha armada ya que esa larga fase se acabó definitivamente porque somos pacifistas y el derecho a la resistencia es solo derecho a la desobediencia no violenta, nunca a la desobediencia violenta.

No existe diferencia entre las dos respuestas porque ninguna niega prácticamente el derecho franco-español a su monopolio de la violencia. El PNV renunció a luchar contra ese derecho opresor en 1937 y de forma definitiva una década después al disolver los pocos grupos armados que mantenía. El reformismo abertzale empezó a renunciar en 2009 claudicando definitivamente en 2017.

Petri Rekabarren

 

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