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Nacionales E.Herria :: 17/08/2016

Superchería

Mikel Arizaleta
El alcalde dijo: “Hoy es un día de celebración, de tradiciones, homenaje y fiesta” y calló ante reivindicaciones como las de Samur o los trabajadores del Guggenheim.

 En la trampilla, bajo las escaleras al campanario, en la iglesia de Sarasate se guardaba una vieja imagen de madera de santa Bárbara, roída por la polilla, con algún dedo de menos y con polvo de meses. Fue un atardecer de verano con amenaza de pedrisco cuando mi aita Dionisio corrió a la iglesia, se quitó la boina y colocó a la santa abuela en el pórtico de la iglesia como espantapájaros de malos agüeros. Y aquel día el pedrisco no estropeó la cosecha. Y en la feria del martes, en Irurtzun, divulgada ya la noticia, se alabó y vitoreó a la santa Bárbara de Sarasate: “mientras viva la santa la comarca estará libre de pedrisco”.


Hace ya algunos años que murió mi aita, no lo sé, pero es fácil que ya no haya nadie que en las tardes negras de verano, cargadas de mal agüero, saque a la santa como espantapájaros al pórtico de la iglesia. Con la muerte de algunas personas, el paso del tiempo y la cultura decaen algunos miedos y fenecen ciertos embustes.


Pero la brujería no es sólo cosa de tiempos pasados o de ciertas culturas atrasadas. El animismo y los espíritus pululan en muchos de nuestros cuentos, relatos y creencias, en Blancanieves, Barbazul, en libros de la Biblia, y en ciertas prácticas de nuestra vida: por ejemplo en san Fermín y con la virgen de Begoña.


Diríamos que, en nuestros días, la superstición, el miedo y la irracionalidad encuentran sobre todo refugio y acogida en la religión, atizada y cultivada por algunos políticos, partidos y, sobre todo, por la Iglesia y sus jerarcas.


Quien hoy asiste a un acto litúrgico, a una misa o a una prédica episcopal percibirá un trasfondo de mundo caduco y Edad Media, de falta de ciencia, un canto al vacío y a la banalidad. En cualquiera otra parte silbarían a esas autoridades públicas, que ocupan palcos de honor y primeros asientos en las iglesias, en contra de los principios elementales que dicen representar: aquello de que el primero sea el último. Sentiría sonrojo por las cosas que cree, si es que sabe lo que cree.


El alcalde Aburto, en este Bilbao que proclama multicultural, bailó un aurresku a la virgen israelita de Begoña con traje y corbata, que viene a ser como correr una etapa ciclista con pantalón largo. Pensé que, tras algún reventón, pudiera enseñar el cazoncillo y algún moflete mal adobado, pero su aurresku estuvo macerado y desbravado, sin brío.


Y todos hablaron de la virgen, de sus milagros y esperanzas, sólo la virgen guardó silencio: rezaron por el cáncer de un familiar, por el alma de un difunto, por la salud de los suyos, por un buen puesto del Athletic en liga y copa… El alcalde dijo: “Hoy es un día de celebración, de sentimientos, emociones, tradiciones, homenaje y fiesta” y calló ante reivindicaciones como las de Samur o los trabajadores del Guggenheim.


Hoy tocaba la virgen, no los hombres y sus problemas.


Y me acordé del austriaco Jakob Gapp, que poco antes de que fuera ejecutado por los nazis en la cárcel berlinesa de Plötzensee el 13 de agosto de 1943 visitó a la virgen de Begoña, acompañado de dos de las SS camuflados de amigos y revestidos de judíos conversos. En 1996 Juan Pablo II le hizo beato cuando en su tiempo los obispos y frailes superiores le fueron dejando de lado por su duro y honesto combate contra el nazismo y su proceder antihumano. Jakob Gapp entonces les resultaba molesto y peligroso en vida. No tocaba la defensa de un hombre así. Eso sí, tras años muerto y en otros tiempos le hicieron santo.


Begoña en 1943 y en el 2016 sigue siendo una superchería, revístase como se quiera, con Begoñako Andramari, rosquillas u hostias .

Mikel Arizaleta

 

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