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Nacionales E.Herria :: 14/07/2017

Lo siento. Si lloré aquel verano del 97 no fue por ti.

Nandu de Diego
Asistimos a un despliegue de medios poco común en torno a la figura de quien al parecer es la única víctima de la violencia conocida en el estado español, Miguel Ángel Blanco

En estos días convulsos, en que la hipocresía se adueña inexorablemente del panorama socio-político (nada nuevo bajo el sol por otro lado), asistimos a un despliegue de medios poco común en torno a la figura de quien al parecer es la única víctima de la violencia conocida en el estado español, Miguel Ángel Blanco.

Me resulta cuanto menos curioso, que los mismos que niegan el reconocimiento a tantas compañeras asesinadas impunemente por el terrorismo de estado, despreciando de este modo las vidas arrebatadas de quienes no comulgan con sus sacrosantos ideales, manifiesten su repulsa de un modo tan vehemente por la muerte de una sola persona de la que desconocían su existencia, aunque no me sorprende, a tenor del esfuerzo que el Partido Popular y su camareta de afines realizan a tal objeto, con el tierno beneplacito del resto de fuerzas (incluidas las autodenominadas izquierdas) que comienzan a asumir como propia esta postura moderna de crear muertos de primera y muertos de segunda.

Cabe plantearse, si acaso con desconfianza, el porqué y de qué modo beneficia este demagógico gesto a tan “humanitario” sector, acostumbrado a recolectar votos a base de perpetuar la política del miedo que tanto nos afecta. Sector que en la práctica no hizo lo suficiente para evitar esta “tragedia universal” , al igual que no hizo nada por evitar la “masacre de Hipercor” (recordemos que el estado fue sancionado por la Audiencia Nacional, que recoje en la sentencia que "entre la llegada de las dotaciones policiales y la explosión no se hizo absolutamente nada para intentar el desalojo e impedir que el público y los vehículos siguiesen entrando y saliendo"), priorizando en la estrategia de desacreditar mediaticamente a la Erakunde y anteponiendo esta al valor de las almas de sus congéneres. Un sector que además se ha lucrado ilegalmente, aprovechando la rentabilidad extraida de la memoria del malogrado concejal en Ermua (ya se sabe que hacer negocio de la supuesta solidaridad es una práctica cada vez más extendida entre los aspirantes a ser “alguien”).

Desde los aparatos de desinformación al servicio de las élites, nos trasladan lo que ellos coinciden en llamar “la verdad” del caso.

Una verdad que no es tal, desde el mismo momento en que se vanaliza este tema de manera infantil y petulante, faltando a la objetividad en el desarrollo de la exposición y borrando del relato las causas que expliquen el cómo y el porqué de un conflicto demasiado complejo para describirlo en cuatro líneas de un periódico. Conflicto que a día de hoy sigue existiendo, pues la herida sigue abierta. Conflicto del que el mártir es solo una consecuencia más.

El patrón propagandístico se repite una y otra vez. Los “buenos” contra “los malos”, indios contra vaqueros. Pero obvian que los buenos distan mucho de serlo , y los ¿malos? no asumen ciertas posturas por puro placer. Decía el eterno Comandante en Jefe Fidel que, "La lucha armada no es el camino que hayan escogido los revolucionarios, sino que es el camino que los opresores le han impuesto a los pueblos. Y los pueblos entonces tienen dos alternativas, o doblegarse o luchar". Recientemente y en la misma línea, recordaba en una distendida charla con Aleida Guevara, la hija del Che, que “un pueblo unido jamás será vencido, y armado nunca será aplastado” (ambas afirmaciones, por románticas, se convirtieron en consignas universales). No dudo que algo de idea tengan ambos al respecto, ni tampoco de su enorme capacidad para sentir afecto y empatizar con el resto del planeta, sentimientos que los alentaron en su incesable batalla por un mundo más justo, sentimientos por los que entregaron su propia vida, sentimientos que me impulsan a referenciarlos en este texto .

Claro, que esto no solo no está bien visto sino que sufre el rechazo de aquellos que apelan a la “moralidad” como fuente de inspiración para transformar la realidad actual, pese a que en mi humilde opinión, este término no es más que un concepto falaz y sobrevalorado, más cercano a la línea de actuación humana que marcan los principios del Opus Dei para justificar el engaño ideológico al que nos someten, para a continuación hacer prevalecer los intereses de unos pocos privilegiados empeñados en perpetuar la diferencia de clases, y condenar al resto a una vida de alienación y pesadumbre. Yo prefiero llamarlo falsa conciencia. Este “desarrollo de la moralidad” del que nos invitan a participar entiendo no sería tal, sino un constante cambio evolutivo en el pensamiento individual, modelado por una serie de factores externos que supeditan una u otra visión, y por ende nuestro posicionamiento ante la causa, en caso de no atender al necesario análisis de las condiciones objetivas que puedan darse.

Si, falta capacidad de análisis, de ahí que en “su espacio moralista” no haya sitio para las miles de mujeres asesinadas por la violencia de género. Ni para los miles de trabajadores y trabajadoras muertas en servicio, fruto de la precariedad laboral, máximo exponente del terrorismo patronal. Ni para los ajusticiados y ajusticiadas por la impunidad del franquismo, que continúan enterrados en las cunetas de nuestros pueblos a la espera de ser honrados como merecen. Ni para los presos y presas cuyo único delito es combatir en pos de un futuro mejor para todas, y que sufren sistematicamente la vulneración de sus derechos en forma de vejaciones, torturas, violaciones. Tampoco hay sitio para los asesinados por grupos parapoliciales financiados por el gobierno en encubierto. Ni para los que sufren la violencia de los desahucios o la expropiación de sus bienes a favor de la banca, muchos de los cuales terminan suicidándose. A su bíblica bondad escapan también los migrantes forzosos, que se ven obligados a abandonar sus paises de origen como consecuencia directa de la praxis injerencista de nuestros gobernantes, y que mueren frecuentemente intentando alcanzar un sueño que impudicamente les vendieron los mismos que permiten que sean acribillados antes de cruzar la frontera. Mucho menos tienen cabida aquellos a los que la guardia civil, “en nombre de la paz”, descerrajaron cuatro tiros en la cabeza solo por su apariencia. Ni para las víctimas de atentados de grupos de ultraderecha. Ni para aquellas criaturas (hijas e hijos del proletariado) a los que dejan morir de inanición como si nada tuviese importancia. No hay lugar para los perjudicados por los abusos y los montajes de la mal llamada justicia. Sin embargo, la omnipresencia de sus fallecidos se hace cada vez más latente, y no hay lugar para nada que no sean ellos mismos, su hipocresía y sus blancas manos, salpicadas irremediablemente de cal.

Por eso, sirvan estas líneas escritas a contrareloj pero cargadas de rabia, para mostrar mi reconocimiento a las olvidadas, a las deslegitimadas, a las silenciadas, a los nadies de Galeano… A todas aquellas personas que no gozarán de las alabanzas públicas por parte del gobierno central, pero que permanecen en nuestra memoria como ejemplos de resistencia y dignidad, le pese a quien le pese.

Hoy comentaba Mari Mar Blanco, la hermana del susodicho concejal y militante del PP de rebote, que la molesta mucho meter en el mismo saco a las víctimas del franquismo con las del terrorismo. En algo parece que estamos de acuerdo, dentro de esta suerte de cuento con vencedores y vencidos, porque a mí también me produce dolor que se mezcle el bando opresor que monopoliza la violencia del terror desde tiempos remotos, con aquellos que mejor o peor (las interpretaciones al respecto son libres) hicieron frente a tal despropósito, en un obligado intento de equiparar la correlación de fuerzas para alcanzar su objetivo final.

Llegados a este punto, mejor será que cada cual llore a sus muertos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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