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Nacionales E.Herria :: 22/09/2010

Caminos de libertad: sobre lo posible y sus ritmos (I y II)

Alfonso Sastre
Los plazos tan largos que alimentan la funesta idea de la «imposibilidad» de la libertad han sido frecuentemente el fruto podrido de los problemas internos

I

Prefacio o postfacio. Este pequeño prefacio es, en realidad, un postfacio porque lo escribo después de haber escrito los dos artículos (I y II) que ahora doy a GARA. «Algo se mueve, ¡aleluia!», es la exclamación que podría resumir mi ánimo de hoy a la hora de escribir esta presentación.

Contra mi hipótesis de un posible PSOE de nueva factura -o de un partido socialista renovado que surja en sus filas- se alzan, ya lo sé, los berridos «nacional-españoles» que siguen emitiendo, y ahora han reiterado, los rubalcabas y sus consortes en el poder que impiden escuchar las voces de muchos socialistas inteligentes y honestos, algunos en los niveles dirigentes y muchos en sus bases, aunque unas pocas de esas voces, más o menos tímidamente, ya empiezan a oírse y a mí me gustaría que también a ser oídas.

Cuando escribo esta nota (7 de setiembre, 2010), en el campo de la izquierda acaban de aparecer opiniones clarividentes que llegan de sectores tan distintos como el que ocupa Brian Currin en el campo mundial y el que ocupan honestos periodistas que ya gozan de gran prestigio como las de Iñaki Iriondo y Floren Aoiz; opiniones estas dos, publicadas también en GARA, que yo suscribo en su totalidad, la primera en cuanto que es una feliz sátira de la consigna preprogramada de la «insuficiencia» del reciente comunicado de ETA; y la segunda en cuanto que es un desvelamiento de las interioridades reales y verdaderos objetivos, no confesados, de la «guerra antiterrorista» (condenas incluidas) que el Poder quiere «vendernos» y que las personas honestas e inteligentes, que por serlo no comen en ese pesebre ni en ningún otro, se niegan lógicamente a «comprar». Yo añadiría mi propia exclamación a esas propuestas de «guerra contra el terrorismo» enmascaradas de fervientes apuestas por la paz; y esta exclamación sería muy sencilla: «¡A otro perro con ese hueso!», porque muchas de esas gentes que se presentan con aire de inocentes humanistas deseosos de paz, la verdad es que sienten muy poco entusiasmo por aportar su granito de arena a esta gran tarea de la paz, y hasta se diría que lo que sienten es una gran inquietud, y hasta terror -¿hay un «terrorismo de la paz»?, ¿la paz es una noción terrorista?- ante la posibilidad de que la paz llegue a ser un hecho que acabe con su chiringuito político actual. Sin embargo están ocurriendo cosas importantes en la línea de que se abran caminos para las nuevas libertades. Y vamos a nuestros artículos, que empiezan así:

Estaba yo meditando aún sobre el tema de mi reciente «Modesto Plan de Paz», publicado en GARA, cuando he recibido una breve carta que me ha hecho reconsiderar algunos matices de este problema. El autor de este mensaje es un patriota vasco a quien tengo en gran consideración, entregado durante toda su vida a tareas intelectuales y políticas que apuntan hacia el objetivo de la libertad de su país; y en él valora muy positivamente mi Plan, advirtiendo, eso sí, la ironía que pueda observarse en mi planteamiento. Ello me mueve a estimar la importancia que tienen esos matices para evitar que lo que haya de ironía en mi escrito pueda inclinar a cierto escepticismo que puede darse si nos planteamos como objetivamente insalvable y resistente a todo cambio el actual «cerrilismo» de la mayoría de los ciudadanos españoles que tienen voz y voto, con quienes habría que contar, claro, para que pudiera ponerse en marcha nuestro Plan sobre el llamado «problema vasco» que, en realidad, como ya se ha dicho lúcidamente hace tiempo, es «un problema español», y muy complejo ciertamente. ¿Es una fantasía pensar que en España puede «surgir» y desarrollarse un planteamiento autocrítico y radical en esa línea? Ciertamente ese «cerrilismo» parece, hoy por hoy, una posición cerrada y mayoritaria de la población española, de manera que nuestro Plan quedaría abortado ab initio, y, de ser así, ¿para qué seguir lucubrando sobre ello?

Pero vamos a lo que vamos; y es que resulta que se puede tener alguna confianza en que se produzcan hechos tan inesperados y hasta «imposibles» como los que tendrían que darse para que nuestro Plan se pusiera en marcha, y que las voluntades populares vasca, catalana y gallega digan claramente lo que tengan que decir para que una situación tal salga a la luz y entonces estas tres naciones administradas (dos de ellas básicamente, desde hace mucho -se diría que «desde siempre»-, por los estados español y francés) puedan alcanzar en un futuro más o menos previsible su soberanía plena, o sea, su independencia, que siempre será «relativa» porque la realidad de la Historia es un juego de «relaciones» de una índole o de otra.

Volviendo ahora a lo del cerrilismo, es decir, al pensamiento «cerril» que Lenin definió como el «chauvinismo de gran potencia», la base teórica de mi Plan reside en el hecho, que creo fácilmente verificable, y ya verificado por el marxismo («materialismo histórico»), de que en la Historia y en la Naturaleza se producen «saltos» («salto cualitativo»), a pesar de que Leibniz afirmara, y además lo dijera en latín, que «natura non facit saltus».

Refiriéndonos sólo a episodios históricos próximos en el espacio y recientes en el tiempo, encontramos ejemplos que documentan lo que estamos diciendo; de manera que se puede pensar seriamente que en España puede «nacer», si no es que está naciendo ya, una pléyade de nuevos líderes para una izquierda española renovada, incluyendo en ella a un PSOE que superara sus actuales vergüenzas y dependencias de las derechas más recalcitrantes, y que entonces sería capaz de aceptar y asumir la necesidad de proceder a una reforma de la actual Constitución española (que fue escrita bajo el temor a los espadones del franquismo), lo que haría posible la paz, «hoy imposibilitada pero no imposible». El «chauvinismo de gran potencia» es en Francia tan o más cerril que el español, y sin embargo en su marco el General De Gaulle -un gran espadón y muy de derechas, pero inteligente- renunció a imponer la «pacificación» de aquellos territorios y fue capaz de abrir paso a la paz entre Argelia (la nación argelina, su pueblo) y Francia, a pesar de los berridos de esa «pacificación», que vociferaban «Algérie française». En cuanto al PSOE, podemos recordar, en honor a su memoria, la herencia de Pablo Iglesias, que supo -y lo hizo- analizar correctamente el conflicto en Marruecos, y los intereses «españoles» implicados en él.

Sobre el tema de la posibilidad de ciertos procesos históricos ha sido notable un artículo firmado por Txetxu Aurrekoetxea, de EA, en este mismo diario, en la misma fecha que mi Plan, y titulado «Una declaración de paz sería posible», afirmación que es muy cierta, con la única condición -y ahí puede residir el problema- de que las formaciones de la izquierda abertzale, que nunca han perdido su legitimidad, recuperen su legalidad, para lo que, así mismo, habría que superar el obstáculo del cerrilismo al que antes nos hemos referido.

Así pues, esa declaración es posible, en efecto, una vez resuelta su condición política previa -un Parlamento con la suficiente presencia independentista-; y entonces esa declaración se enfrentaría seguramente a un proceso que habría de conducir o no, según las leyes democráticas (en el caso, cada vez más raro, de que éstas fueran respetadas por el «Poder democrático»), a la independencia de estas naciones hasta hoy «provincializadas». Aquí, en el mejor de los casos, viene a cuento el tema de la distancia que, históricamente, se produce entre las «declaraciones» de independencia («Gritos» en la terminología cubana del siglo XIX), y la instauración de esa independencia en la realidad histórica. Por ejemplo, en Cuba, entre el «Grito de Yara» (Céspedes), sin duda glorioso, y la independencia de Cuba con relación a España, pasaron treinta años, y eso con el apoyo militar estadounidense y en tiempos en los que el viejo Imperio español se había desmoronado y el Estado español, exangüe, era poco más que un recuerdo ruinoso del pasado.

Ahora por cierto se está conmemorando el Bicentenario de los «Gritos» que se dieron -de las declaraciones de independencia que se hicieron- en la América Latina por la independencia de aquellos países, y es de recordar que Bolívar estimó como primera declaración de independencia de aquellos países la carta que en el siglo XVI le escribió Lope de Aguirre al Rey Felipe II en el siglo XVI. Hasta los menos estudiosos de estos temas sabemos que entre las «declaraciones» de hace unos doscientos años y las independencias respectivas hubo procesos de lucha muy largos y muy complejos.


II

En la cuestión de los tiempos -de los ritmos- en que se desarrollan los procesos de libertad, yo creo, a pesar de lo dicho, que no ha de verse como un fatalidad que estos procesos hacia una mejor situación («la libertad») tengan que producirse lentamente en el curso de generaciones.

Los plazos tan largos que alimentan la funesta idea de la «imposibilidad» de los nuevos tiempos han sido frecuentemente el fruto podrido de los problemas internos que surgen no por la acción de las fuerzas opresoras exteriores sino por las divisiones y las rencillas que oponen a los oprimidos unos contra otros. La unidad de los pueblos hubiera acortado mil veces esos plazos largos y deprimentes, incluso desesperantes. En el caso de Irlanda, el gran escritor y patriota Jonathan Swift tuvo que sentir una y otra vez más cólera contra sus compatriotas que contra los ingleses dominadores de su patria por esa razón, y esto no ocurrió ayer, porque recordemos que él vivió entre 1667 y 1745. ¿Cuántos años han pasado desde entonces? ¿Cuánta sangre ha corrido en Irlanda, y todavía no ha cesado de correr, en un proceso que todavía no está terminado en el norte de Irlanda?

Pues bien, ese largo proceso irlandés no fue tan largo porque exista una ley histórica que lo determine así, sino que fueron los propios irlandeses (ya sus líderes, ya sus bases, ya una articulación de lo uno y lo otro) los responsables, en gran parte, de muchas de sus desventuras y de aplazamientos de sus libertades, hasta el punto de que se produjera la imagen pesimista y falsa de que la independencia de Irlanda era una tarea imposible, cuando la verdad era que la posible solución de los problemas siempre estaba a mano: en la asunción de una «unidad popular» operativa para la liberación; unidad que respetara, claro está, las legítimas diferencias existentes, entre ellas nada menos que la existencia de las clases y la importancia de su lucha. Ahora, tratando del caso de Euskal Herria, que a nosotros nos preocupa de modo muy especial, resulta que, paradójicamente, un gran obstáculo para conseguir esa soberanía reside, además de en el «cerrilismo español» desde luego, en el carácter acomodaticio y oportunista del PNV que, ciertamente, es un gran obstáculo para la unidad de los vascos por su independencia. Y conste que admiramos a grandes patriotas que ha producido y produce esa formación política, como el grande e inolvidable Telesforo Monzón, y otros vivos y activos hoy, cuyos nombres no voy a traer a colación aquí pero en los que habita y gravita gran parte de nuestra actual esperanza.

En el campo del pensamiento, está pendiente -que yo sepa- un gran debate sobre la noción de «utopía» y su relación con la de «posibilidad». La base de ese debate será, supongo, una crítica científica, dialéctica, de realidades hoy históricas que en su día se estimaron como imposibilidades metafísicas, absolutas (hoy se hablaría de su «no sostenibilidad», que es una máscara actual de posiciones «posibilistas» reductoras de una posible grandeza del futuro como la que se proclama cuando se dice hoy que «otro mundo es posible»). Eran, pues, posibilidades que se negaban como si fueran «imposibles» cuando, en realidad, estaban «imposibilitadas», 1) ya por el estado de la ciencia y la técnica en cada momento, 2) ya por los intereses económicos de los capitalistas encaramados en el Poder. (Ejemplo de lo primero: el vuelo de grandes máquinas más pesadas que el aire cargadas de viajeros. Ejemplo de lo segundo: la jornada de trabajo de ocho horas).

En suma, puede decirse ya que hay mucho menos «imposible» de lo que parece y que se acepta como tal. Las nuevas nociones de Utopía son aperturas del campo de la posibilidad, hasta hoy injustificadamente reducido cuando se denunciaban los errores propios de un subjetivismo desmedido poniendo en contra un pensamiento «objetivista» que en realidad comportaba una gran reducción de las verdaderas virtualidades de la «realidad actual» en cada instante.

Así es que hoy se puede trabajar razonablemente en campos antes prohibidos como «utópicos» en el sentido peyorativo que entonces se daba a la palabra utopía desde un «cientifismo» no sometido a crítica. Ahora ya se sabe que con frecuencia «lo imposible de hoy es lo posible de mañana y lo real de pasado mañana», y ello es más evidente aún cuando eso que se presenta interesadamente como «imposible» se fundamenta en una tercera «razón», la menos razonable de todas: 3) la mística de ciertas ideas cerriles como, en nuestro caso, la de «la sagrada unidad de España».

Sobre dos recientes episodios. Nuestro tema viene tomando gran cuerpo durante los últimos años, y hay pasos en ese sentido muy recientes como estos dos:

1.- Un comunicado del «tándem» izquierda abertzale-Eusko Alkartasuna, que salió a la luz, al parecer, a través de una filtración pero cuyo contenido no se desmiente. En él se pide o se va a pedir a ETA que declare «una tregua permanente y verificable» internacionalmente, sobre unas condiciones «mínimas», en las que, por ejemplo, la amnistía para los presos políticos se reduciría a un acercamiento de esos presos a prisiones cercanas al domicilio de sus familias. [Sobre el tema de lo que se puede «ceder» en esta situación por parte de la izquierda abertzale, ello está bastante claro en una respuesta que a Carlo Frabetti (que lo ha referido en su artículo de GARA «La transición vasca») le ha dado «un miembro de Batasuna». La pregunta se concretaba en la cuestión de «hasta dónde estaban dispuestos a ceder», y la respuesta se produjo con estas certeras palabras: «Cederemos en la medida en que las circunstancias nos indiquen que podemos ceder sin renunciar a nuestros objetivos». A Frabetti le parece que estas palabras contienen «todo un programa político» y que éste es «el único deseable, el único posible». Yo acabo de definir mi propia posición al considerar «certeras» estas palabras].

2.- El último comunicado de ETA a través de la BBC y GARA (*). A mí este comunicado me ha parecido muy positivo, pero estimo que no es todavía el gran «Adiós a las armas» al que yo me he referido en mi «Modesto Plan». A estas alturas me gustaría saber si ha sido acertado por mi parte atribuir a ETA que la condición para que ese «Adiós-y-no-hasta-luego» se produjera tendría que darse, como yo he inducido de mis lecturas de sus comunicados en los últimos tiempos, una reforma constitucional como la indicada en mi Plan. Que ETA se manifieste hoy sobre este punto concreto me parece muy importante para que se arroje una buena luz sobre la doble cuestión de la posibilidad de un feliz desenlace del conflicto y, en definitiva, sobre los posibles ritmos del proceso en sus distintas fases.

Epílogo. Cuando escribo estas últimas líneas prolifera la resonancia que ha tenido, que está teniendo, la última declaración de ETA, y creo que empieza a abrirse paso, (mal que bien, en determinados sectores del Poder más o menos distantes de su cumbre, en la que habitan tristes figuras como las de Zapatero -que «amenazó» con ser otra cosa-, Rubalcaba o Ares), un nuevo espíritu que podría renunciar definitivamente a las exigencias dogmáticas del viejo cerrilismo y arribar a cierta recuperación de la herencia de lo que la derecha llamó siempre la «anti-España» (que éramos nosotros, españoles malditos); anti-España que supo manifestarse con vigor en doctrinas altamente humanistas y antiimperialistas avant la lettre, como el «Derecho de Gentes»; o que denunció en su momento valerosamente, como lo hizo el gran Bartolomé de las Casas, «la destrucción de las Indias» por los conquistadores españoles de América.

La solución del actual conflicto, que parece interminable, tendría que contar, efectivamente, con esta «agitación de la vida española» (Unamuno), que haría volver a esta caricatura que hoy es España por las rutas que en determinados momentos fueron sus verdaderos «timbres de gloria». Porque España -¡qué duda cabe!- es la horrenda figura del Duque de Alba y su Tribunal de la Sangre, pero es también la del celeste poeta que fue San Juan de la Cruz, y -¡cómo no!- la de aquel miliciano medio analfabeto que (como nos contó César Vallejo en su libro «España, aparta de mí este cáliz») «solía escribir con su dedo gordo en el aire: Biban los compañeros».

(*) Nota de la redaccción: Tal y como se citaba en la primera parte, el artículo fue escrito el 7 de setiembre y, por lo tanto, el comunicado de ETA referido como último es el del día 5 de este mes.

 

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