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Nacionales E.Herria, Anticarcelaria :: 19/05/2020

El tiempo se acaba

Borroka Garaia
Ni siquiera el gobierno sádico de Margaret Thatcher fue capaz de denunciar a los familiares de Bobby Sands y los demás huelguistas

En una huelga de hambre en cualquier momento puede surgir un problema y que alguna parte vital del cuerpo deje de responder. Traspasado el umbral de ciertas semanas, las probabilidades de que esto suceda se van ampliando hasta que el margen se estrecha provocando consecuencias irreversibles. En el caso de extenderse en el tiempo produciendo un desenlace fatal. Lo único que sustenta la escasa resistencia corporal durante todo ese tiempo es la ingestión abundante de agua. Ni que decir tiene que realizar una huelga de hambre y sed acelera todo el proceso haciendo pasar las fases de una manera vertiginosa, y cada solo día es equiparable a numerosos días en huelga de hambre. El preso político vasco Patxi Ruiz llegados hoy a los nueve días en huelga de hambre y sed puede morir en cualquier instante.

El nacionalismo vasco oficial de los años 20 se había movido en la cuasi negación filo-fascista, de la lucha de clases. El banquero Sota dominaba, entre bastidores y talonarios, su fluir. Sus empresas empleaban preferentemente a los nativos afiliados católicos de buen comportamiento, su periódico – el Euzkadi- informaba siempre a favor del orden y la moderación, como en el caso de la rebelión irlandesa de 1916. Los huelguistas, si los había, eran seguidores de exóticas doctrinas, ateos, anticatólicos y anti-vascos. No tenía importancia que, ya en 1921, Euskalduna, la empresa estrella del millonario afiliado hubiese registrado una sorprendente y nada fraternal huelga. Para el partido y sus ideólogos quien fuese huelguista era un traidor a la necesaria fraternidad nacional. Si además era comunista no podía ser vasco. Y al revés.

Gallastegi y los aberkides rompieron este esquema sacrosanto, al final de una larga serie de desavenencias con los dirigentes del nacionalismo oficial. Y la primera gran desaveniencia fue Irlanda. Mientras la línea oficial demonizaba a los revolucionarios de Pascua, por haber tomado las armas contra la ocupación, justificaba en cambio la sangrienta represión inglesa contra los patriotas de Dublín. Los jóvenes protestaban y exigían el reconocimiento del levantamiento armado de 1916 y no su condena, como estaba haciendo el Euzkadi, periódico oficial del partido. Tras varios meses en el centro de refugiados de Saint-Amand Montrond, Gallastegi consiguió pasar a Irlanda, hasta acabar la guerra mundial, ayudado por patriotas irlandeses que conocía con anterioridad. En el año 2020 hay dos Gallastegis descendientes de aquel, realizando protestas junto a otros y otras prisioneras políticas vascas en solidaridad con Patxi Ruiz.

Tiempo después de aquellas fechas en Irlanda, decía Bobby Sands en la entrada final de su diario que Inglaterra no tenía en todo su arsenal nada que pudiera quebrantar el espíritu de un preso republicano irlandés que no deseara ser quebrantado y que no le iban a romper porque su deseo de libertad y de la libertad del pueblo irlandés estaba en su corazón. Y ahora en estos momentos, de la misma manera y en la misma situación el auténtico deseo de libertad inquebrantable de Euskal Herria está en el corazón de Patxi Ruiz.

Ni siquiera el gobierno sádico de Margaret Thatcher fue capaz de denunciar a los familiares de Bobby Sands y los demás huelguistas. Pero el gobierno español y sus colaboradores autonómicos si lo han sido, cuando está en sus manos dar una rápida solución que entra dentro de unos baremos pre-políticos de mínima dignidad: No torturar, maltratar y avasallar a presos indefensos. De lo contrario, en caso de no darla en el menor tiempo posible, estarán realizando un asesinato digno del GAL carcelario. Un asesinato carcelario, realizado con las mayores de las cobardías e hipocresías posibles: en nombre de «la izquierda».

 

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