La única opción para la independencia es una revolución
La independencia de Euskal Herria no va a llegar por un decreto de la Unión Europea, por una resolución del congreso español ni por una iniciativa del parlamento francés. Tampoco por una propuesta de instituciones autonómicas subsidiarias de aquellas. Ninguna de las instituciones que operan en Euskal Herria tienen permitida tal cosa, el derecho de autodeterminación es negado expresamente y el derecho a ser independientes es parte de la ilegalidad. Luego la única opción existente para la independencia es una revolución que produzca una ruptura con todo el entramado que precisamente niega (y con violencia) tal opción.
Sin embargo, el dique de contención principal para que la independencia no pueda llevarse a término no serían los estados español y francés o el capitalismo global, los cuales solo pueden aportar violencia y negación, además de oponerse a tal revolución política. Es el sistema foral y autonómico el principal causante del embudo ya que está destinado explícitamente a que no se pueda conformar la revolución rupturista necesaria, es el que sirve de enganche y apoyo a la burguesía interna, y es el que mediante subvenciones y privilegios acomoda e integra en el ordenamiento político del proceso asimilatorio antítesis de la ruptura.
Una revolución solo es posible cuando todo sistema que opera sobre una realidad está en crisis, lo cual da una oportunidad para el aceleramiento de su deslegitimización abriendo la puerta a que sea rechazado y se abra paso lo nuevo. Es por ello que la vía de la reforma hacia la liberación de Euskal Herria en verdad lo que hace es alejar de la independencia y estabilizar la dependencia además de legitimarla.
En Euskal Herria opera tanto el capitalismo como el imperialismo, mientras que la clase dominante vasca es partícipe de ello independientemente de su carácter identitario superficial. Lo cual significa que no existe, ni haya existido nunca una “burguesía nacional” que como bloque aspire a la independencia.
La burguesía vasca nunca ha sido “traidora” a la causa nacional porque en realidad nunca ha sido parte de ella, mas bien una embaucadora de la misma, tanto en su versión “navarrista” , “vasquista”, o “españolista”. Es el foralismo, y el régimen de conciertos o convenio lo que está en juego para ella y la capacidad de dominio sobre la clase trabajadora vasca y la explotación transnacional.
No se produjo históricamente en Euskal Herria la emancipación nacional que le correspondía hacer a una hipotética burguesía nacional vasca. Cómo iba a hacerlo si nunca llegó a conformarse y contaba con el régimen foral, y con la suficiente manga ancha para participar en el imperio español primero, y en los negocios de la industrialización posterior.
Entre otras cosas por eso mismo la lucha de clases no adquiere forma de lucha nacional en Euskal Herria. Y es que en un pueblo donde haya opresión nacional, la lucha de clases adquiere forma de lucha nacional .. solo cuando la burguesía nacional existe y además sufre consecuencias devastadoras en su bolsillo o su vida peligra . Este tipo de alianza coyuntural en países ocupados nacionalmente solo es probable o factible cuando partes de esa burguesía realmente tienen mucho que perder ante la lógica de la ocupación o de ser destruidas y absorbidas por la otra burguesía ocupante. No es nuestro caso porque la burguesía vasca y sus intereses corren de la mano del interés del capitalismo español o francés del cual son partícipes y beneficiarios. Estando cubiertos sus objetivos estratégicos con autonomía, UE, conciertos y convenios. Por lo que una estrategia interclasista de cara a la burguesía vasca bloquea y desestructura el proceso de liberación nacional y eso al mismo tiempo también produce desestructuración de la capacidad para llevar a cabo un proceso revolucionario de la clase trabajadora vasca de cara a la independencia. Es el pez que se muerde la cola.
Con tales mimbres desde luego que es imposible (y lo ha sido aunque nos pese) que se haya producido un proceso de emancipación nacional. Ni lo ha habido ni lo habrá con tal inercia propositiva, siquiera ponerla en cuestión es capaz de desatar los mayores aspavientos, para algunos. Parece que no hay que mover mucho el tinglado, no vaya a ser que se revele su enorme precariedad.
Los cincuenta años de lucha y resistencia junto a su abrupto finiquito en Euskal Herria son una buena base de reflexión, para la extracción humilde de la clase trabajadora vasca que ha participado en ella. Aunque se descubra solo a nivel instintivo, quién ha ganado qué y quién ha perdido todo, después de tantas vueltas. Y justo en una fase que lo que fuera Euskal Herria en otros tiempos, en cuanto a nivel de ingresos más integración y colaboración de clases, está dejando de ser y existir. Lo cual objetivamente a poco que se intente debería de haber sido un acelerador brutal en el camino hacia la independencia, sin embargo se ha producido la desaceleración.
Con las secuelas de reiteradas derrotas a sus espaldas, malviviendo a una ofensiva del capital sin precedentes, los nuevos procesos de lucha que se inicien no pueden ser ni subsidiarios del pasado, y menos aun de intereses de clase ajenos. La confusión entre “lucha nacional” y “lucha social” es un subproducto de un ciclo histórico ya agotado. No existe la nación por encima de las clases sociales separada cual ente abstracto en el aire, ni existe estado o república neutra que pueda solucionar por su mera existencia los problemas de la clase trabajadora vasca, aunque esto nos haya confundido gravemente en Euskal Herria.
Al fin y al cabo la independencia, e incluso la creación de un estado nunca ha dejado de significar lo mismo a pesar de su crudeza: el hacerse con el monopolio de la violencia (las leyes) en un territorio determinado y por una clase social concreta. En ausencia de burguesía nacional vasca y contando con una burguesía vasca integrada y beneficiada ya por dos estados constituidos, no es solo ya la razón ideológica sino material de que solo la clase trabajadora vasca bajo sus intereses puede aspirar a la independencia nacional. De esta manera, la frase de hace más de un siglo de un chino, que en realidad es la base en la que se apoya ahora el capitalismo salvaje de China decorado con estrellas rojas, hoces y martillos, no aporta estratégicamente al proceso de liberación nacional vasco sino que es la excusa del colaboracionismo interclasista que refuerza hoy al autonomismo.
Para la revolución política necesaria que produzca una ruptura, la lucha de clases se convierte en instrumental, es el pasar de la nación abstracta al verdadero ejercicio político revolucionario de lo que verdaderamente compone la nación: la clase trabajadora con conciencia nacional de clase. La conciencia nacional a secas o la conciencia de clases a secas nunca dará respuesta a desatar el nudo del capitalismo y el imperialismo que sufre la realidad concreta vasca ni abrirá puertas a nada nuevo. De ahí que la independencia de clase tanto para organizarse como para actuar no sea un capricho sino una prerequisito de la revolución necesaria e ineludible.
No es de extrañar que cuando se ha dado con mayor persistencia y entrega un proyecto nacional vasco, ha sido cuando la clase obrera entró en escena huérfana, en la fase desarrollista del franquismo, lo que dio un nuevo ímpetu a la reivindicación nacional, hasta modularla en un sentido distinto. Es hasta casi natural que cuando esa clase obrera desaparece de escena, la vindicación nacional vuelve a su estado secular, envuelto en un gran sopor y aburrimiento, de marcado ombliguismo y sin perspectivas. La tarea por tanto hoy pasa por ir organizando esa revolución política necesaria mediante la organización de la clase trabajadora en todos los frentes enfilada hacia la ruptura y con una enmienda a la totalidad de lo que se nos presenta delante. Solo así se irá quebrando el mayor enemigo de la independencia, que es el mismo que del socialismo, la división de la clase trabajadora vasca. Siendo el pegamento la conciencia nacional de clase que tampoco está en el aire sino en la realidad material de cualquier esquina de nuestro país de manera objetiva y solo un proceso revolucionario de ruptura podrá traerlo a la subjetividad de las grandes masas.