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Nacionales E.Herria :: 30/09/2019

Las cosas se hacen haciéndolas

Borroka Garaia
El anti-capitalismo no comunista forme parte de la fantasía porque opera constantemente en una realidad que no existe

Decir cualquier cosa no suele costar mucho, salvo que esté prohibido. El papel, la televisión, la radio, el medio digital lo aguantan casi todo. Y las palabras de las conversaciones se las lleva el viento.

Tampoco cuesta protestar o manifestarse, salvo que esas protestas o movilizaciones sean prohibidas. Al fin y al cabo, solo es andar de un punto a otro, cosa que hacemos todos los días sin necesidad de pancartas.

Dentro de los márgenes reducidos que nos ofrecen los estados y el capitalismo hay opciones muy variadas para casi todo, hasta para ser un rebelde. Que al fin y al cabo, también puede convertirse en un estilo de vida, tan inocuo para sobrepasar esos márgenes como cualquier otro, en realidad o en apariencia, intrascendente.

Y la apariencia es muy importante. Tanto como el espíritu y el espectáculo. Importante, sobre todo. para que los márgenes no sean sobrepasados. De ahí que la cultura capitalista pueda aguantar o incorporar todo tipo de apariencia, espíritu y espectáculo. Ya que en realidad todo ello no existe en la realidad real.

Jamás hubiera surgido la idea de la igualdad si no hubiera existido un sistema desigual. De la misma manera que nunca hubiera surgido la clase obrera sin capitalismo. No son las apariencias, las ideas, la conciencia, el espíritu, lo que crea o transforma las cosas por mucho que exista el arte. Ese celofán puede recubrir cualquier realidad.

Son las contradicciones existentes, las tensiones opuestas las que mueven la rueda. Y la única realidad existente es la material aun en constante movimiento. Ninguna idea se podría sustentar sin la existencia material previa de un cerebro, y ningún margen se puede superar sin que se abra paso una realidad material diferente.

Es por ello que por ejemplo el anti-capitalismo no comunista forme parte de la fantasía porque opera constantemente en una realidad que no existe. Y por lo tanto se reduce a “cultura”. Una cultura que puede servir de celofán a una realidad muy distinta de la apariencia.

Euskal Herria está actualmente dividida en varias administraciones y bajo el mandatos de dos estados capitalistas y todos los entes político-militares de Europa y occidente no porque un día se le ocurriera tal idea a un grupo de señores, o tuvieran especial saña u odio contra el pueblo trabajador vasco. La saña y el odio vendría después, lo que cambió y moldeó la realidad no fue la ideología imperialista del nacionalismo español o francés sino el proceso que va desde el esclavismo, pasando por el feudalismo hasta la irrupción capitalista y la acción determinante de las fuerzas que lo instauraron. Nacionalistas de carácter imperialista sí, pero siendo el modelo de producción el que lo determinaba. Por lo que la situación de la Euskal Herria actual para que sea así y no de otra forma es el resultado de un largo proceso histórico guiado por la lucha de clases en el que hemos ido perdiendo.

Que el capitalismo haya determinado (con mucha violencia) que la clase trabajadora de Euskal Herria tiene que cumplir la función que ha venido desempeñando hasta ahora de subordinación nacional, unido a que las clases dominantes vascas formaron parte del proceso que creó tal subordinación en vez de aspirar a un estado burgués en su día, hace materialmente imposible la futura existencia de un estado burgués vasco independiente dada la ordenación capitalista, haciendo que el independentismo no socialista comparta con el anti-capitalismo no comunista un mismo mundo de fantasía. Lo cual sería gracioso si no fuera por los miles y miles de trabajadores y gente humilde que han muerto desde las “guerras de las provincias vascongadas” llamadas carlistas por la historiografía burguesa.

Por lo que no es solo que no pueda existir en la realidad un anticapitalismo no comunista, un capitalismo verde, o un feminismo burgués, pese a la cultura del celofán, sino que en nuestra realidad concreta tras siglos y siglos de lucha de clases, los sistemas de producción y las fuerzas victoriosas que han intervenido han determinado la no existencia material del estado vasco burgués, y que esta independencia solo pueda abrirse paso en contradicción y tensión con las bases materiales existentes.

¿Pero cómo cambiar tal realidad? De la misma forma que se ha hecho el nudo en sentido inverso. Arrancando espacios, y medios al capitalismo en nuestra tierra y llenándolos de control por parte de la clase trabajadora vasca. Es decir, actuando en la realidad, y que eso en un proceso ascendente lleve a puntos de inflexión que propicie saltos hasta rupturas totales. Solo entonces es cuando las protestas, manifestaciones, el activismo… pueden alimentar un proceso real y no simplemente formar parte de una “cultura” y reivindicación tan permanente como inútil.

Claro que todo esto es muy complicado y el capitalismo y los estados no van a lanzar flores precisamente , sin embargo la capacidad y posibilidades de intervención se multiplican en esta fase de descomposición y reordenación capitalista si la inteligencia colectiva de la clase trabajadora vasca llega a ser lo suficientemente imaginativa y determinada y no acaba pegada al suelo de rodillas entre sus propios o ajenos celofanes.

 

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