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Nacionales E.Herria :: 02/12/2012

Mienten solo en dos ocasiones

Fermin Gongeta
En Euskal Herria nos queda el reto de plasmar esa nueva fórmula de un movimiento político social realmente participativo

Mienten solo en dos ocasiones, cuando hablan y cuando están callando. (Karbuts). Con demasiada frecuencia hemos oído decir que cada persona actúa según su forma de pensar. Según eso, aquellos de ideología católica actuarían en base a los principios del evangelio; como quienes dicen defender valores de izquierdas, lucharían por implantar una sociedad más justa y equitable.

Nos han enseñado, que actuar de manera correcta es obrar después de una reflexión equilibrada, o hacerlo como conclusión de una meditación adecuada y atenta, para que nuestra acción tenga el resultado acertado y deseado.

¡Pues no!

Una cosa es predicar y otra distinta es dar trigo. Lo saben bien los que viven del campo.

Únicamente un pensamiento correcto puede conducirme a acciones así mismo correctas, nos han enseñado y metido hasta los tuétanos durante el fascismo y su autoritarismo posterior. Y nos obligan a creer en ello.

Políticos, eclesiásticos, banqueros y grandes empresarios, se hacen con todos los medios de comunicación. A través de la prensa, radio, televisión o internet, nos conducen como rebaño a la imagen de una vida, paradisíaca pero futura, si les creemos y les seguimos ciegamente; por muy anclados que nos encontremos en la crisis, nos hayan suprimido el empleo, robado la casa y destruido como seres humanos. Ellos dicen que piensan correctamente, y actúan para salvarnos.

¡Suena tanto a catolicismo dogmático, como a mentira programada!

Es claro que no son sus palabras, sino sus actos, los que nos manifiestan a las claras, su forma de pensar. En lugar de aclarar, y confesarnos la cruda realidad en que ellos mismos nos han sumergido; en vez de mostrarnos los únicos medios que nos pueden conducir a una vida digna, ellos, políticos, eclesiásticos, banqueros y grandes empresarios, nos encubren la realidad, nos la deforman. Cambian el lenguaje. Nos impregnan de un pensamiento ilusorio. Tan ilusorio como falso.

En un célebre párrafo de La Ideología Alemana, Marx escribió: Para llegar a conocer al hombre de carne y hueso, no se arranca de lo que en general se dice, se piensa o se representa a propósito del hombre,… es, precisamente partiendo de los hombres realmente activos y de sus procesos de vida real, como se puede conocer el desarrollo de sus reflejos y los ecos ideológicos de su proceso.

Porque los humanos tenemos una tendencia pronunciadísima a disimular todas nuestras acciones, por tontas o nefastas que sean, con un barniz de lógica y de sensatez. El hombre tiene una tendencia tan fuerte a añadir desarrollos lógicos a las acciones no-lógicas, que todo le sirve de pretexto para dedicarse a esta querida ocupación (Pierre Bourdieu. Sobre el Estado. Ed.Seuil).

Cuando cada uno de nosotros nos enfrentamos a los demás, en todo tipo de circunstancias, somos impelidos por impulsos de defensa personal, ante cualquier impedimento que se oponga a la consecución de nuestros intereses, deseos, necesidades o emociones.

Primero actuamos y luego pensamos, disfrazando los motivos de nuestra acción. Y, a cada una de ellas, atribuimos causas imaginarias, porque con demasiada frecuencia no somos conscientes de las fuerzas o intereses que nos impulsan a los hechos que realizamos. Con el pensamiento y la palabra disfrazamos la realidad que nos rodea. Es así como se elaboran las ideologías. Ese conjunto de ideas, de pensamientos que defendemos individual y colectivamente. Las ideas, escritas en textos preciosos, propugnadas con ahínco, públicamente y en privado. Manifestadas como principios inamovibles que marcan cada una de nuestras acciones. Ideas que convertimos en disfraces carnavalescos de nuestra vida.

Partidos de derechas. Partidos de izquierdas, del centro, de la oposición. Sindicatos obreros, agrupaciones empresariales. Grupos de barrio. Los militantes o simpatizantes de cada uno de ellos, decimos actuar fielmente según una ideología preestablecida, con unos objetivos y medios perfectamente definidos para conseguirlos. Pero es mentira. Muchos, montamos nuestro pensamiento, y adherimos al grupo político, social o religioso, en función de nuestros propios intereses, deseos, caprichos o miedos. ¿Cómo explicar de otra manera los 11 millones de votos al PP, en las últimas elecciones legislativas del Reino español? Quienes dominan los partidos, definiendo unos determinados principios ideológicos, dan cobertura a todas y cada una de las acciones que realizan, lo mismo la cúspide, que los mandos intermedios.

La ideología les proporciona cobertura de racionalidad y sensatez. Los jefes y delfines de cada grupo organizado, en base a una determinada ideología predefinida, van creando una zanja, un foso, de dimensiones infinitas, frente a la militancia y votantes que les sostienen. Y lo que es más grave aún, una brecha insalvable entre sus organizaciones y esa parte de pueblo al que se dicen representar.

Los poderes establecidos ofrecen, a la miseria que ellos mismos han generado, soluciones que no están dispuestos a aportar. Porque ni quieren ni pueden. Ellos piensan. Porque pueden hacerlo. Tienen tiempo y dinero para ello. Ellos mandan y se hacen obedecer. Porque poseen el privilegio oficial del castigo, del desprecio o del rechazo. Y todos repiten la misma frase.

La que cada uno nosotros, desde nuestra más tierna infancia hemos oído cuando nos castigaban: Lo hacemos por tu bien o es lo único que se puede hacer. Lo otro, lo que el pueblo pedimos, es extralimitarse. Los poderes políticos deben regular, entre su militancia, no solo el orden objetivo de la acción, sino también el orden mental, el orden subjetivo del pensamiento. Es lo que hace el Estado con todos los súbditos, que no ciudadanos. El Estado, y todos los grupos que pretenden vencerle enfrentándose a él, establecen sus propias categorías de pensamiento, conjunto de representaciones éticas y lógicas comunes.

Es el pensamiento único, expandido a través de los medios de comunicación. El poder, es el instrumento de marcar y establecer los fundamentos del conformismo lógico y resignación moral que cumple la misteriosa función de legitimarse a sí mismo como único garante de la verdad.

El Orden Público se fundamenta no solo sobre la violencia física, exclusividad del Estado, sino que, lo que es más dañino aún, se asienta en nuestro consentimiento, el de la población. Porque la violencia a la que nos tienen sometidos, cada día es más interiorizada como algo natural, a través de los medios de comunicación. Medios de comunicación que poseen, dominan y controlan.

La legitimidad de los poderes, ya sean los establecidos, como los de la oposición, han introducido en nuestros cerebros, en nuestro inconsciente, que la obediencia ciega a los grupos dirigentes debe ser algo natural que no puede ni debe ponerse en duda. Las organizaciones contrarias al poder omnipotente del Estado, le imitan desgraciadamente, legitimando su propio poder de ser originarios y depositarios de la verdad. Las élites de los militantes opositores al gobierno de los Estado, corren el grave peligro de exigir también, como algo natural y plenamente humano, la aprobación de todos y cada uno de los planteamientos por ellos programados.

La lucha, instrumentada inicialmente de manera espontánea, cuando se institucionaliza, corre el riesgo de utilizar los mismos procedimientos estatales de legitimación a base del conformismo y ciega disciplina de su militancia. Las ciudadanas y ciudadanos seremos así reducidos al simple estado de electores, que nos desinteresaremos por la acción política, tanto más cuanto que nuestra opinión nunca será tenida en cuenta. En Euskal Herria nos queda el reto de plasmar esa nueva fórmula de un movimiento político social realmente participativo. O se es asambleario, o terminamos siendo dogmáticos. Y en el dogmatismo no cabe la democracia.

¡Por un Sortu asambleario!

 

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