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Nacionales E.Herria :: 09/12/2013

Política banal

Azogeak
No debería ser tiempo de repetir fórmulas gastadas, sino de socializar a lo largo y ancho del país un sentimiento de náusea colectiva, de rechazo radical

Nunca es fácil anticiparse al futuro, al fin y al cabo se trata de una entelequia. Pero si me dicen hace veinte años que el futuro era ésto, no me lo hubiera creído. Simplemente me hubiera echado a reír.

La banalización de la política ha alcanzado grados inimaginables en los tiempos, ya lejanos, en los que muchos soñábamos con cambiar, en profundidad, el estatus quo dominante. Cuando aún era posible hablar de comunismo o de anarquismo en nuestras plazas y tabernas, como algo más que puras teorías, como proyectos realizables aquí y ahora.

Algunos asistimos estupefactos al prodigio de la escenificación constante de unos y de otros. Al contraste de proyectos diferenciados en la anécdota, a la exposición de programas que se distinguen mejor por el color que los adorna, que por el propio contenido. A una carrera por la búsqueda constante de la centralidad, la única virtud política realmente existente.

Se producen pactos y arreglos, enmiendas transacionales y ejercicios de transversalidad que probablemente sean muy necesarios en esta coyuntura. Pero que al mismo tiempo desconciertan a casi todos. Estoy dispuesto a aceptar que se dan diferencias en política fiscal, faltaría más, pero no hace tanto tiempo que algunos nos ocupábamos hablando de socialismo, de lucha de clases, de un profundo cambio social. ¿Dónde queda aquello?

La permanente apología del diálogo y el concierto ha desnudado de ideología a los políticos. Basta ver la trayectoria gris de Iñigo Urkullu, un verdadero experto en evitar las estridencias, en lanzar discursos en voz queda, que no molesten a casi nadie. El objetivo es tejer lazos, generar complicidades, en una estrategia de apaciguamiento, de disimulo, que acabe por borrar cualquier arista, cualquier palabra malsonante, cualquier disputa.

El ciudadano de a pie contempla el desfile diario de mensajes triviales, retóricos, que emiten los actores políticos del país. Mensajes que enmascaran avances reales ante los problemas, que difuminan la toma de conciencia que posibilite verdaderos cambios de actitud. Nos encontramos, más que nunca, ante un generalizado adormecimiento social, inexplicable si tenemos en cuenta la grave crisis económica y social que soportamos. Ni siquiera los continuos cierre de empresas, las altas tasas de desempleo o el crecimiento de la pobreza consiguen romper con el guion de la política insustancial, mediática, cortoplacista, que tenemos enfrente.

Decía Ortzi en una reciente entrevista que este país se sustenta en cuatro patas, a saber: derecha española (PP), centro izquierda español (PSOE), centro vasco (PNV) e izquierda abertzale (EH Bildu). Al gran politólogo se le ha escapado la quinta pata, una pata cada vez más gruesa, la de quienes se sitúan al margen, en una u otra orilla del tablero político, decepcionados de tanto reparto de cromos, de tanta insustancialidad, de tanta pose.

No debería ser tiempo de repetir fórmulas gastadas, sino de socializar a lo largo y ancho del país un sentimiento de náusea colectiva, de rechazo radical a las políticas viejunas, obsoletas, intrascendentes, que no nos llevan a ningún sitio.

 

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