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Nacionales E.Herria :: 20/11/2007

Un pueblo terco

Iñaki Etaio
Cualquiera que se haya dado una vuelta por los estados vecinos y haya tratado de forma amigable el ?tema vasco? probablemente habrá percibido que los vascos, además de ser de buen comer, tal vez algo aldeanos, arcaicamente folkloricos y bastantes rebeldes, somos caracterizados como tercos. Dicho término suele tener una connotación negativa y a casi nadie le agrada que le asignen dicho calificativo. Pero ¿no somos acaso tercos l@s vasc@s? En mi opinión, y coincido con ese tópico, la respuesta es que sí.

Somos un pueblo terco, y unos cuantos sinónimos más. Consultando la 22ª edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua española encontramos que “terco” significa “pertinaz, obstinado e irreducible”. “Pertinaz” se define como “obstinado, terco o muy tenaz en su dictamen o resolución”. Buscando “tenaz” tenemos “firme, porfiado y pertinaz en un propósito”, y como sinónimo de “obstinado" se indica también “tozudo”, equiparable a “testarudo”. “Testarudo” significa “porfiado, terco, temoso”, donde “porfiado” se define como “terco y obstinado en su dictamen y parecer”, y “temoso” como “tenaz y porfiado en sostener un propósito o una idea”. ¿Vamos a renegar de toda esta hilera de términos?

¿No eran tercos los vascones que hicieron que los reyes visigodos tuvieran que repetir sistemáticamente aquello del “domuit vascones”? ¿No fueron pertinaces los gasteiztarras de 1.199 sitiados 7 meses por las tropas castellanas hasta que el propio Sancho VII el Fuerte les conminó a capitular al ser imposible acudir en su ayuda? ¿No fue especialmente obstinado el Mariscal Pedro de Navarra aislado los últimos años de su vida en la prisión de Simancas al negarse una y otra vez a jurar fidelidad a Carlos de Habsburgo, a pesar de que ello le habría supuesto un buen cargo en el Reino de Castilla? ¿No fueron irreducibles los 200 caballeros navarros que se atrincheraron en la fortaleza de Amaiur e hicieron frente a 10.000 sitiadores luchando por recuperar la soberanía arrebatada? ¿No eran tenaces los jóvenes navarros que, tras la imposición del servicio a quintas en 1876, se negaron a servir en el ejército español, así como los cientos de insumisos que un siglo después abarrotaban las cárceles? ¿No son acaso firmes los presos y presas políticas que no reniegan de sus ideas a cambio de mejorar sus condiciones y rebajar sus condenas? ¿No son porfiados quienes en pleno siglo XXI defienden un idioma minoritario que, como anotara el franco Aymeric Picaud en 1134, asemeja “a perros que ladran”? ¿No son tozudos quienes siguen organizándose cada vez que una organización es ilegalizada y su dirección encarcelada aun sabiendo que pueden correr la misma suerte? ¿No son testarudos quienes salen a la calle a reivindicar sus derechos y los de otr@s arriesgándose a recibir un pelotazo, ser detenidos o sancionados con multas de miles de euros? ¿No son temosos quienes se empeñan en reivindicar la memoria histórica en lugar de aceptar el estado de cosas actual y asumir que no tiene sentido remover hechos pasados?

En las definiciones de la RAE no aparece en ningún lado que terquedad sea contrario a inteligencia, a analizar o a aprender. Terquedad no tiene porqué significar no adaptarse a las nuevas situaciones ni que, aun siendo irreducibles en los fines, no se pueda ser flexibles en las formas o en los medios. Ser tercos no es sinónimo de mente cerrada, de no mirar lo que nos rodea (son más bien otros quienes, desde siglos de prepotencia imperial, se niegan a aceptar las realidades vecinas). Terquedad no tiene porqué significar tropezar en la misma piedra. Más bien podríamos hablar del reiterado tropezón histórico por intentar “solucionar” un conflicto mediante la sistemática represión y negación del un pueblo.

Pero esa tozudez y terquedad por sobrevivir tiene que rivalizar con un sibilino enemigo, la mentalidad pragmática que cala de forma sutil y cotidiana en las mentes de gran parte del pueblo. Tal vez los cantos de sirena del “progreso”, la “modernidad”, la comodidad y la practicidad sean casi tan peligrosos como los intentos de asimilación por la fuerza. Y frecuentemente esos cantos de sirena no vienen de fuera sino con envoltura roja, verde y blanca. Quienes pretenden cautivar España y sentirse cómodos en ella más bien intentan cautivar al propio pueblo vasco, invitándole a sentirse cómodo en un modelo desarrollista, matricida de Ama Lurra, despilfarrador de recursos propios, ajenos (también el capital vasco tiene sus propias “Unión Fenosa” expoliadoras de pueblos) e incluso de las futuras generaciones. Un modelo desvertebrador de Euskal Herria y en el que la participación y decisión popular queda relegada a depositar una papeleta cada 4 años (para miles de vascos y vascas ni eso). Esa invitación permanente hacia lo pragmático, lo cómodo, lo “moderno” puede resultar terriblemente dañina. La comodidad es, por definición y por práctica, reaccionaria y contraria a dinamismo, a lucha, a compromiso y a sacrificio por construir un mejor futuro.

Una parte importante de ese pueblo que tercamente logró paralizar la central nuclear de Lemoiz (aún a costa de arriesgarse a sobrevivir en cuevas comiendo berzas) puede acabar tragando, de forma resignada o más o menos dulce, el caramelo envenenado del individualismo, la folklorización de la cultura propia y la enajenación de la colectividad en base a una forma de vida y consumo irracional e insolidaria.

Frente a todo esto que nos están imponiendo, negándonos la palabra y la decisión, debemos ser tercos. La propia RAE, real y española, no asocia terquedad a algo negativo, aunque todo pueda ser susceptible de una amoldada aplicación de la ley de partidos para decretar el cambio de significado de algunas palabras o declararlas contaminadas según a quien se le apliquen.

No nos sintamos solos en nuestra terquedad. Palestina, Chechenia, Sahara, Irlanda, Cuba, los pueblos originarios, el tamil o el kurdo también son pueblos tercos. Pueblos castigados, con una larga historia de luchas y sufrimiento, pero pueblos que siguen luchando por su lugar en el Mundo y en la Historia. Otros muchos que no fueron suficientemente tercos y abandonaron la lucha llegaron al Fin de su Historia como pueblo.

Reivindiquémos nuestra terquedad y obstinación por no ser lo que no queremos ser. Sigamos siendo tercos, por los que lo fueron y por los que vendrán. Mantengamos ese estilo “basurde”, animal tranquilo y en armonía con su entorno del cual es parte indisoluble, pero que cuando está herido o ve a sus crías en peligro embiste con toda su energía. Tercos fueron los que nos precedieron y gracias a ellos somos un pueblo que, tras siglos intentando convencerle de su absurda y arcaica testarudez, sigue con la cabeza alta. Ello no ha sido desde luego gracias a las pragmáticas “cabezas pensantes”, esas sí, obstinadas por llenarse los bolsillos a costa de comprometer el futuro de nuestro pueblo bajo el canto de sirena de la “modernidad” y la practicidad, acusando de contrario al “progreso” a quien se oponga a su modelo. Caer en el pragmatismo cómodo e inconsciente sí que es, por definición, perder la cabeza como pueblo, aceptar cómodamente que vayan escribiéndo el fin de nuestra Historia.

Iñaki Etaio – Internacionalista

 

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